PETER KATZ EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
A partir de 1863 llegó la Emancipación de los judíos al Imperio Ruso. Diez años más tarde ya había una juventud letrada y preparada que salía de las universidades. Los otros, la mayoría, se quedaron en las aldeas o shtétls.
Desde luego este proceso educativo, diferente a la formación milenaria de los jóvenes judíos en los Jedarim y en las Yeshivot, abarcaba mayormente a jóvenes de familias judías que vivían en las ciudades y que hablaban ruso en sus casas, porque ya sus padres pudieron estudiar este idioma.
Para residir en algunas de las ciudades como San Petersburgo, la capital, los judíos necesitaban un permiso de residencia. Había otras ciudades con importante población judía: Moscú, Odessa, Kiev y Minsk. Hasta en Bladivostok, en el extremo oriente, vivían familias judías que se dedicaban al comercio de importación y exportación.
Los judíos ya habían participado en la primera Revolución de 1905, que fracasó. Un número mucho mayor de jóvenes universitarios y de idealistas que soñaban con la justicia para todos, incluso para los judíos, se alistaron en los batallones que León Trotsky, Lev Davidovich Bronstein, preparaba para el levantamiento en San Petersburgo. Otros se unieron a grupos, todavía clandestinos, que trabajaban y soñaban con el gran cambio que iba a producirse. Se preparaba la segunda Revolución popular en el mundo, después de la Revolución Francesa de 1789.
Los jóvenes judíos que se unieron a la Revolución, jóvenes desanimados, discriminados, muchas veces ninguneados, pero idealistas, estaban en su elemento. Aquí sí eran aceptados como iguales.
Conocemos los acontecimientos históricos que hicieron que los alemanes, con la esperanza de quitarse de encima al formidable enemigo ruso, permitieron que el jefe nato de los revolucionarios, saliera en un tren sellado desde su exilio en Zurich hasta Finlandia, que a la sazón era un territorio dominado por los rusos.
Pocos días más tarde, Vladimir Lenin llegó a la estación ferroviaria “Finlandia”, en San Petersburgo, donde era esperado. Fue recibido por una multitud delirante y por todos los jefes de la Revolución.
Lenin tenía el control sobre sus partidarios, quienes eran los Bolcheviques. Mientras los revolucionarios más moderados, los Mencheviques, habían formado un gobierno provisional y tenían el control de la Duma, el Parlamento, rápidamente constituido.
Todavía existía y funcionaba la policía secreta, la “Ojrana”. Este cuerpo de represión y los Mencheviques trataban de disminuir la efectividad de la Revolución popular. Los revolucionarios de Lenin estaban dispuestos a realizar todos los sacrificios necesarios para obtener la victoria. Los judíos eran de fiar. Varios judíos fueron nombrados para constituir una nueva fuerza de represión, la “Cheka”, Comisión para la Seguridad del Estado, ya que por su procedencia cultural, eran “Yevrei”, eran confiables para el nuevo régimen. Este cuerpo llegó a tener 200 mil elementos en 1921 y era empleado por el gobierno para reprimir cualquier revuelta.
Una vez consolidado el poder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y tras haberles ganado las batallas a las tropas “blancas”, movilizadas por los reaccionarios y apoyadas muchas veces por potencias extranjeras, el inmenso país pudo dedicarse a la reconstrucción y a la producción de materias primas, así como aprovechar sus tierras fértiles para producir alimentos.
Vladimir Lenin, quien trató de ser un gobernante justo, sino un demócrata, lo cual era imposible ante la inmensidad de los problemas que se presentaban, colocó el poder en un “Politburó”, máximo órgano ejecutivo de gobierno, de los cuales varios eran judíos. Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Lev Trotski y Nikolái Bujarin. En proporción a su número, esto era muy significativo. Es interesante notar que en 1923, el Partido Comunista abrió una sección “Yevsektzia” para atender asuntos judíos.
Vladimir Lenin, el jefe de la revolución, murió en 1924 después de haber instaurado una nueva política económica, habiendo sufrido la Unión Soviética los desastrosos resultados de la colectivización. La NEP, Novoya Economic Politik, substituyó la política anterior e introdujo un cierto liberalismo y toleró la propiedad privada, hasta cierto punto.
Se hizo del poder, mediante artimañas y amenazas a los otros miembros del Politburó, poniendo a nuevos miembros en el ejecutivo absoluto que era este órgano de gobierno. Muy pronto el gobierno se convirtió en una dictadura. Los judíos, que ya sumaban más de tres millones, recordaban como tuvieron que vivir en el Imperio. La felicidad y los sueños tejidos con motivo del inicio de la Revolución. Recordaban las persecuciones a manos de los cosacos de Bogdan Chmelnytsky, los Pogroms. Sobretodo el de Kishinev en 1903. Estos actos sanguinarios se produjeron entre 1890 y 1905. Muchos de los padres de los ahora jóvenes revolucionarios judíos, emigraron a los Estados Unidos, a Canadá y a Argentina. Algunos idealistas se fueron a Palestina.
Con Stalin en el poder, con procesos llevados a cabo por Procuradores instruidos de antemano sobre cómo y cuándo condenar a los reos. Muchos estaban ya condicionados para confesar. Algunos judíos pensaban nuevamente en emigrar. Pero ahora no era posible.
Hasta 1930 todavía era posible para algunos de ellos viajar, con el tren Transiberiano, vía Jarbin en China, y con mucha suerte algunos de ellos llegaron a México, como la familia del arquitecto Valdimir Kaspé y los Albin.
Como conclusión, podemos decir que los judíos rusos vieron a la Revolución de 1917 como una aurora. Se entregaron totalmente a la nueva vida. Temporalmente fueron aceptados y condecorados, ya sea como luchadores políticos, soldados heróicos o científicos que recibieron un Premio Lenin o un Premio Stalin, y algunos un Premio Nobel. Después vino una desilusión, muchos muertos, ya sea por las “Sonder Abteilungen” en Ucrania y en Belarus, en los “Gulags” de Siberia, o simplemente ante un pelotón de fusilamiento. No cabe duda que la Revolución Rusa nos marcó como judíos. Y como en otras etapas de nuestra historia, aportamos algo.
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