¿Cómo lograr la verdadera autoestima?
RAV NOAJ WEINBERG Z”L
La importancia de la autoestima no es debatible. El famoso psicólogo Abraham Maslow sitúa la autoestima dentro de las principales necesidades del hombre, siendo superada sólo por la comida, la vivienda y las relaciones interpersonales.
Cómo desarrollar la autoestima es otro tema.
El hombre occidental busca logros externos para alcanzar el auto-respeto, viéndose impulsado por la necesidad de lograr lo que otros reconocerán como un símbolo de estatus. Frecuentemente se presenta a otros según su profesión o carrera: “Soy corredor de bolsa, vicepresidente de marketing, graduado de Harvard”. Si otros se impresionan, eso nos asegura que somos importantes.
Pero este enfoque en los logros externos implanta un intenso miedo al fracaso. Tenemos miedo de que nadie se sienta impresionado, y si eso ocurre, ¿qué le sucederá a nuestra autoestima? La casa de naipes que hemos construido se derrumbaría.
Cada vez que Jorge estaciona su nuevo automóvil Lexus en el estacionamiento de su casa, siente que lo tiene todo.
Un año más tarde, el modelo de Jorge es anticuado y los vecinos ya no están tan impresionados. Su fachada se derrumba, su autoestima es aplastada. ¿Y ahora qué?
La evolución y la batalla por la autoestima
La evolución enseña que un ser humano no es más que un animal sofisticado, el cual no tiene más ni menos valor intrínseco que otras criaturas, ya sea un gato o un gusano.
El mensaje subyacente es que un ser humano no tiene una fuente inherente para alimentar su autoestima, sino que necesita logros tangibles para sentirse “exitoso”. ¡Qué tremenda presión!
Si el “éxito” es nuestro único pasaje hacia el respeto propio, entonces muchos de nosotros nunca llegaremos allí. Y quienes tengan la buena suerte de lograr ese “éxito” siempre vivirán con temor de perderlo por circunstancias que escapan a su control. Podemos tener todo el talento del mundo, pero podemos tropezar en el pavimento y perder la entrevista.
El judaísmo comienza con la premisa de que cada ser humano es creado a imagen de Dios. Ahora bien, con un punto de partida tan elevado, el auto-respeto es un derecho de nacimiento de todo ser humano.
Muchas mitzvot en el judaísmo nos guían sobre cómo tratar a otras personas, y se basan en el reconocimiento de que el hombre tiene dignidad y valor inherente independiente de si ha logrado algo de relevancia o no.
Esfuerzo versus resultados
“De acuerdo al esfuerzo es la recompensa” (Pirkei Avot 5:27).
En el judaísmo lo que importa es el esfuerzo y no el logro en sí mismo, ya que el resultado final de todas formas está en manos de Dios.
Por lo tanto podemos considerar que una persona tuvo éxito en una lucha moral incluso si no hay resultados tangibles.
Sin embargo, dado que el esfuerzo es difícil de cuantificar, en este mundo materialista solemos despreciar su valor.
Imagina que ves a dos personas competir en una carrera de 100 metros. Uno consigue un récord mundial de 9.3 segundos y el otro cruza la línea de meta en 30 segundos.
¿Quién es más exitoso? ¡Obviamente el que rompió el record mundial!
Lo que no sabes es que el que demoró 30 segundos tuvo polio cuando era niño, no pudo caminar hasta que cumplió 14 años y tuvo que invertir muchos años de doloroso y agotador esfuerzo hasta que finalmente fue capaz de correr esa distancia.
Nunca podremos medir el valor de alguien basándonos en el éxito externo, ya que nunca podremos saber las dificultades que ha tenido que afrontar.
Cada uno de nosotros nace bajo un conjunto particular de circunstancias que dependen de lo que determina Dios. Sólo tenemos control sobre el esfuerzo que ejercemos. Lo que determina si somos exitosos o no es cómo nos enfrentamos a nuestra situación particular. Dónde nos encontramos en la escalera es menos importante que cuántos escalones hemos subido.
La autoestima proviene de saber que estás haciendo el esfuerzo necesario para crecer. Si estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, entonces podemos vivir con un profundo y permanente sentimiento de satisfacción.
Un cuento talmúdico
Eliézer era el hijo de Hurkanas, un gran rabino de su generación y un hombre muy rico.
Eliézer estaba cultivando en la montaña cuando de repente comenzó a llorar. Su padre le dijo: “¿Por qué lloras? Si hace calor arriba en la montaña, te llevaré a la llanura”. De esta forma, Eliézer comenzó a cultivar en la llanura, pero allí también lloró.
“¿Por qué lloras?”, preguntó Hurkanas.
“Quiero aprender Torá”, dijo Eliézer, quien siguió llorando hasta que llegó el profeta Eliahu y le dijo que fuera a Jerusalem y buscara a Rabí Yojanán Ben Zakai, el mayor sabio de la generación.
Eliézer fue a Jerusalem y, como podrás adivinar, allí también comenzó a llorar: “Quiero aprender Torá”.
Rabí Yojanán Ben Zakai le pregunto: “¿Acaso no te han enseñado ni siquiera a decir el Shemá?”.
“No”.
De esta forma, el gran sabio Rabí Yojanán Ben Zakai le enseñó a Eliézer el ABC del judaísmo. Entonces le dijo: “Muy bien, Eliézer. Tuvimos éxito. Ahora es el momento de que te vayas”.
Eliézer empezó a llorar: “¡Quiero aprender Torá!”.
Entonces Rabí Yojanán Ben Zakai le enseñó a Eliézer los Cinco Libros de Moshé y la Ley Oral. Luego Rabí Yojanán dijo: “Eliézer, es hora de que te vayas”.
Eliézer nuevamente lloró: “¡Quiero aprender Torá!”.
Y así continuó la situación hasta que un día, Eliézer estaba sentado estudiando Torá en la parte trasera de la sala de estudios cuando de pronto, inesperadamente, entró Hurkanas justo en el momento en que Rabí Yojanán Ben Zakai le pidió a Eliézer que se sentara al frente y recitara la Torá en voz alta.
Después de que Eliézer terminó, Hurkanas se puso de pie y le dijo sonriendo con orgullo: “Eliézer, al principio le quería dar mis propiedades a todos mis hijos excepto a ti. ¡Pero ahora te voy a dar todo lo que tengo a ti y sólo a ti!”.
Eliézer respondió: “Padre mío, si yo hubiese querido el oro y la plata, me habría quedado trabajando en la granja. Todo lo que quiero es Torá”.
Y así continuó Rabí Eliézer Ben Hurkanas, hasta que se convirtió en el líder de la generación y en el maestro del gran Rabí Akiva.
Profundizando la lección
Hay muchas dificultades con esta historia.
¿Cómo es posible que Hurkanas, un gran rabino y un hombre rico, no le haya enseñado Torá a su hijo?
¿Por qué Hurkanas puso a su hijo a hacer una labor de poca importancia como cultivar? Podría haber contratado a otros trabajadores para realizar el arado y darle a su hijo un puesto de supervisor.
¿Por qué el profeta Eliahu le dijo a Eliézer que fuera a aprender el judaísmo básico de un sabio tan estimado como lo era Rabí Yojanán Ben Zakai? ¡Cualquier estudiante intermedio de Ieshivá podría haberle enseñado eso!
Sólo hay una respuesta para explicar todas estas dificultades. Eliézer tenía una cabeza extremadamente lenta.
Obviamente Hurkanas contrató profesores para su hijo. ¡Pero incluso el mejor maestro no pudo meter el Shemá en la cabeza dura de Eliézer! Así que, ¿qué es lo que se supone que un padre debe hacer con un hijo así? ¿Lo convierte en un capataz? ¡De ninguna manera! Le da un arado. Por lo menos así será productivo.
Pero Eliézer gritó: “¡Quiero aprender Torá!”. El único que podía lograr enseñarle algo a Eliézer era el líder de la generación, Rabí Yojanán Ben Zakai.
Rabí Yojanán luchó y alcanzó un gran logro: Enseñarle los fundamentos del judaísmo. Y cuando Eliézer lloró por más, Rabí Yojanán se dio cuenta de que si funcionó una vez, tal vez podía enseñarle más. Y así fue, hasta que Eliézer se convirtió en uno de los más grandes estudiosos de su generación.
Vemos de aquí que incluso los más lentos de los lentos pueden alcanzar la grandeza. ¿Cuál es el secreto? Tienes que quererlo tanto que llorarías por ello. Ese fue el mérito de Rabí Eliézer Ben Hurkanas.
El éxito es un regalo de Dios
“Todo judío debe esforzarse por llegar a ser tan grande como Moshé”. (Maimónides, Leyes de Teshuvá 5:2)
Obviamente no todos nacimos con la inteligencia, el carácter y las cualidades de liderazgo de Moshé. ¿Cómo pueden esperar de nosotros que lleguemos a ser tan grandes como Moshé?
“Si haces el esfuerzo, encontrarás resultados” (Talmud, Meguilá 6b).
¿Qué quiere decir con “encontrarás resultados”? ¿Por qué no dice simplemente: “Si lo intentas, obtendrás resultados”?
La respuesta es que el esfuerzo y los resultados no son causa y efecto. Llegar a grandes alturas no depende de nuestras capacidades y talentos naturales. El esfuerzo es nuestra responsabilidad, pero los resultados son algo que simplemente “encontramos”, son un regalo de Dios. Y Dios nos dará lo que sea que necesitemos para tener éxito.
El pueblo judío es llamado “los hijos de Dios” (Deuteronomio 14:1, Pirkei Avot 3:18). Tal como un padre quiere dar todo lo bueno a sus hijos, así también Dios quiere que tengamos todo lo que es bueno.
Aquí está el verdadero secreto del éxito: Independientemente de nuestras limitaciones mortales, nuestro potencial de grandeza es ilimitado cuando tenemos el poder de Dios detrás de nosotros.
Todo lo que Dios nos pide es que lo intentemos. No lo decepcionemos.
Fuente:aishlatino.com
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