Un dique contra el progreso

Por Gustavo D. Perednik

Sobre una de las formas más a mano para asegurar el atraso

Joven apedreada a muerte por incumplir la Sharia

A modo de eficaces continuadores de las antiguas hordas y del oscurantismo medieval, los totalitarismos del siglo XX impusieron un dique al progreso, uno que paulatinamente va siendo removido al tiempo que los países se desatan de los dogmas que los estancaban.

Hoy en día, el avance de los pueblos hacia su real prosperidad es trabado por desvíos a utopías y a luchas sempiternas que todo lo destruyen, los que en general se aglutinan en torno de una enfermiza manía. Ésta permite que en la península arábiga se siga esclavizando a niños en fastuosas carreras de camellos, que en muchos países se someta diariamente a decenas de púberes a una horrorosa amputación llamada clitoridectomía, que se decapite y se flagele, y que la rutina de golpear a las mujeres sea legitimada con un aura de celo religioso.

Pronunciemos sin ambages el nombre de esta tara, retrógrada por antonomasia: es el antisionismo.

Sus acólitos declaman frescamente su voluntad vanguardista, pero al ser convocados a abandonar sus quimeras e integrarse en el planeta Tierra, exhiben una supina incapacidad para responder las más escuetas y concretas preguntas: ¿debería prohibirse el asesinato de doncellas por honor familiar? ¿debería condenarse sistemáticamente a los países que permiten tal sojuzgamiento de la mujer, y obligarlos a erradicar la práctica?

Intente el lector formular una requisitoria tan monda como ésa a los «progres» de turno, y probablemente obtenga como respuesta un balbuceo que terminará reduciéndose a «abajo Israel».

También en este aspecto el antisionismo ha reemplazado a la judeofobia clásica. Ha inventado lo que allá por 1920 motivó las ironías de Israel Zangwill: ‘la antítesis de una panacea, la causa garantizada de todos los males’.

El antisionismo se ha transformado en el principal dique contra el progreso, en la excusa más habitual para no suturar las lacras sociales cuya urgencia siempre es empequeñecida ante problemas acuciantes e impostergabilísimos, como el paso libre de flotillas turcas en su redentora travesía a la franja de Gaza. La perentoriedad de estas travesuras ocupa mucho más lugar en la conciencia colectiva y en las páginas de los diarios que, verbigracia, las atrocidades desgranadas en el libro de Nonie Darwish Un castigo cruel e inusual (2006), a saber:

En el mundo islámico, un hombre puede desposar a una pequeña de cualquier edad, y desflorarla cuando la niña cumple nueve años. ¿Deberían los organismos de derechos humanos amonestar a los países que protegen la pedofilia? Respuesta frecuente: «el problema es Israel».

La familia de la niña casada recibe una dote, y ella pasa a ser esclava de quien la adquirió. No puede obtener divorcio, ni siquiera en casos de abuso. Aun para demostrar que ha sido violada, necesita de cuatro testigos varones. Y en casos de violación, puede ser devuelta a su familia, la que en ese caso debe restituir la dote. ¿Deberían las feministas del mundo entero movilizarse para denunciar este sistema misógino hasta que sea definitivamente prohibido? La tozuda respuesta se reitera, y en decenas de familias, una vez que se recibe de vuelta a una joven violada, se la ejecuta en lo que se conoce como «asesinato por honor familiar».

¿Será una mejora para la humanidad que se prohíba a los hombres golpear a sus mujeres? ¿Vale la pena invertir energías en lograr esa prohibición en el mundo entero? En el Islam, el marido tiene derecho de aporrear a cualquiera de sus cuatro esposas, o también a las permitidas «esposas temporarias» adicionales. La mujer debe a su macho obediencia y sumisión incondicionales.

Con todo, el libro de Nonie Darwish no se contenta con denunciar esa tragedia, sino más aún el intento por imponer estas prácticas brutales también en Occidente.

La patología de la «reiterada respuesta» llegó a un nuevo paroxismo en Madrid, con motivo de la «Marcha del Orgullo» (3-7-10). Su organizador, un tal Antonio Poveda, anunció que en la marcha se boicotearía a un solo país (adivínese cuál).

En la lucha de Israel contra el Hamás, don Poveda se alinea con la agrupación que aspira a ahorcar a quienes comparten su inclinación sexual. Su misión es proteger el derecho del Hamás de disparar morteros contra los civiles hebreos y, en general, los derechos de los yihadistas que procuran decapitar a Israel y a todos los povedas.

¿Qué es más urgente para el progreso humano: terminar con los regímenes que amputan manos, o asegurarnos de que los palestinos no deban padecer puestos de control? Pues la respuesta es…

Celebración en una escuela palestina

El dique en Europa

La versión europea del dique, además de trabar la racionalidad, es garantía de violencia y discriminación. Tomemos a Suecia por ejemplo. La centenaria sinagoga de Malmö, la única de esta ciudad, fue atacada por segunda vez hace unas semanas (23-7-10); sus ventanales fueron destruidos, un día después de que se encontrara una amenaza escrita de que sería blanco de una bomba.

Los pocos centenares de judíos de Malmö están abandonándola debido a la intimidación judeofóbica. Cuando en enero de 2009 organizaron una pacífica manifestación contra el Hamás, fueron atacados por una borrasca de piedras arrojadas por una morralla que vitoreaba a Hitler. Como respuesta, las iglesias de la ciudad sueca de Luleå anularon una marcha en memoria de las víctimas del Holocausto, debido a su «preocupación por la situación en Gaza» (como vemos, el problema es…).

Dos meses después, unas diez mil personas manifestaron violentamente contra la presencia de un equipo de tenis (de un solo país, un equipo deportivo genera manifestaciones en contra). La policía apenas pudo detenerlos para que no irrumpieran en el estadio.

¿Cómo reaccionaron las autoridades suecas ante la violencia? Con apaciguamiento y exacerbación de su antisionismo. No permitieron siquiera que la embajadora sueca en Israel se distanciara de un artículo en el Aftonbladet que remeda el libelo de sangre.

Adicionalmente, Suecia ha decidido financiar en Israel un programa de educación que inculca el antisionismo entre los adolescentes hebreos. Se lleva a cabo en la escuela secundaria «Shaar Ha’Neguev», y se basa en un manual (no autorizado por el Ministerio de Educación Israelí) titulado «Aprender la narrativa histórica del otro – Palestinos e israelíes».

Los docentes que adoptan el libro, enseñan una versión revisionista de su propia historia (fabricada en Suecia, donde abundan los especialistas en historia judía). En esta historia alternativa, la visión israelí brilla por su ausencia. Dos mil años de historia hebrea son obviados como si nunca hubiese habido contacto entre los judíos y su tierra. Y previsiblemente se omite el hecho de que el movimiento nacional palestino nació aliado del nazismo. Con estos datos, no hace falta desgranar en qué consiste la narrativa anti-israelí, que es la otra parte del manual.

Se posterga así la gravedad de la violencia judeofóbica que penetra en la sociedad sueca, y el Gobierno establece como prioridad «resolver» el conflicto en el Oriente Medio.

En su vecina Noruega, la actitud oficial no es mejor, y el Estado convocó (15-6-10) a cien políticos, negociadores y periodistas al «Foro Oslo» (una convención anual inspirada en los acuerdos de Oslo de 1993). Al evento fueron invitados iraníes, palestinos y turcos; ningún israelí. El problema a ser resuelto pinta ser el judío.

El apaciguamiento suicida no es la única forma de abordar el dique. La otra requiere de coraje y determinación, que parecen empezar a ser el caso no muy lejano de Dinamarca.

Este país, según rememora Susan MacAllen (22-11-07), era a fines de la década del ’70, un ejemplo de tolerancia multicultural, una celebración de las diferencias que gozaba de baja criminalidad y bienestar general.

Era inimaginable que un cuarto de siglo después, en 2005, unas caricaturas en un diario danés pudieran desatar desmanes con decenas de muertos. Los musulmanes, que alcanzan al 5% de la población danesa, consumen del 40% del presupuesto social, y son mayoría en crímenes de violación. Cuando dejan la religión, frecuentemente son asesinados.

Están usualmente asentados en enclaves que se niegan a integrarse, desde donde denuestan la «decadente» libertad danesa mientras sus líderes vociferan que apenas sean mayoría en el país impondrán la sharía como ley.

Para corregir la peligrosa situación, en 2006 el ministro de empleo Claus Hjort Frederiksen anunció una nueva política inmigratoria, que hoy es una de las más rígidas.

Una de quienes la aplicó, la ministra de inmigración Rikke Hvilshoj, recibió la condena del imán Ahmed Abdel Rahman Abu Laban, y su casa fue incendiada mientras su familia dormía. Pero para algunos partidarios del dique, el problema debe buscarse en parte.

El dique de Europa a veces contribuye a fortalecer al de los países más pobres. Así, el gremialista sudafricano Bongani Masuku fue condenado por la Comisión de Derechos Humanos de su país por amenazar a los judíos («haremos de su vida un infierno») y proponer su expulsión del país. Hasta hoy, Masuku se niega a disculparse.

Ello no impidió que en diciembre de 2009 la UCU (el principal sindicato académico de Gran Bretaña) lo invitara a Londres a debatir qué medidas pueden tomarse… contra Israel.

En estos días, cientos de personas (no miles) protestan en diversas ciudades para reclamar que no se apedree a muerte a Sakineh Mohammadi, condenada en su país por adulterio. Sakineh ya recibió oficialmente cien latigazos y, según su abogado, durante dos días de torturas le hicieron confesar crímenes peores. Si el dique fuera más pequeño, en vez de que limitarse a solicitar por la vida de Sakineh, los hombres de buena voluntad por doquier estarían exigiendo el fin de las tiranías que aplican castigos medievales. Pero el dique es aliado del Medioevo.

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