POR SALO GRABINSKY.
Es de noche en el Castillo de Chapultepec. De la urna de cristal donde comparten el terciopelo varias calaveras sale un personaje etéreo, vestido a la usanza criolla del siglo XIX con la cabeza cubierta con un pañuelo para esconder la roña, enfermedad que padecía. Bajo de estatura, un tanto obeso y con una fisonomía que denota una inteligencia innata, nuestro personaje se asoma fascinado a la terraza. Sus ojos cafés parpadean y esboza una sonrisa cruel. Camina lentamente hacia las otras urnas, las toca para llamar a sus amigos, pero no hay respuesta.
Cansado, se sienta en la cama que alguna vez perteneció a Maximiliano y Carlota.
De repente se acuerda, con molestia, del enorme rollo que se armó el día anterior, con el traslado forzoso de sus humildes huesos ,encerrados en una pequeña cripta ,de la columna de la Independencia al Castillo de Chapultepec para dizque clasificarlos.
Yo les podría decir que mi nombre es Petronilo Sánchez, natural de Valladolid de la Nueva España , carnicero de oficio. Me asesinaron los realistas por error, al creer que yo era un tal Morelos, el mentado jefe insurgente, al que ni me parezco. Yo ni vela tengo en este “desentierro”, clamó en silencio el fantasma. Quiero descansar tranquilamente en mi tierra”.
Petronilo Sánchez se acordó de su pequeño expendio de carne en el tianguis de Valladolid. Le encantaba destazar cerdos, reses y pollos y venderlos a sus exigentes marchantas. Su vida era sencilla hasta que empezó la insurrección. Llevaba casi dos siglos desde que las circunstancias, y en particular su vil asesinato le habían impedido ejercer su oficio.
El fantasma suspiró y se volvió lentamente hacia las urnas. Fue tocando de nuevo en cada una, pero nadie le contestó. “Estos héroes sí que se murieron, así que estoy sólo en este mundo”.
De repente se oyeron pasos y Petronilo se refugió en una gruesa cortina que databa del Imperio, al gusto de doña Carlota, pero que se estaba cayendo de vieja y sucia. Eran tres seres humanos, uno de traje y corbata y los otros dos con batas de laboratorio, como si fueran doctores.
El del traje era el jefe de los demás y se oían sus órdenes
“ Señores, necesito que a la brevedad me descifren si estos huesos corresponden o no a los próceres de nuestra Independencia. El Instituto debe dar su dictamen en varios días antes de que empiecen los festejos patrios. En especial, revisen la osamenta del padre Morelos, porque corren serios rumores de que se los llevó a Francia uno de sus múltiples hijos. El padrecito sí le daba vuelo a la hilacha”.
“Trataremos de hacer las pruebas rápidamente para tener resultados y los maneje como crea prudente”.
Don Alfonso de María y Campos director del INAH, organismo encargado de cuidar las ruinas y tesoros históricos del país era el principal responsable de las urnas y sus contenidos.
Al partir los humanos Petronilo tuvo que pensar rápidamente. “Por un lado si se dan cuenta que no soy Morelos, igual me mandan a la fosa común o me entierran en cualquier parte y por fin descansaré. Eso estaría bien.”
Sin embargo, muchos mexicanos estarían desilusionados e incluso molestos de que un simple carnicero (¡pero muy bueno!) estuviera usurpando el puesto del héroe insurgente y se armara una bronca mayúscula. Si se enteran del error capaz que tienen que reformar toda la historia de la Independencia y cambiar los libros de texto gratuitos lo cual es muy costoso. Ya nadie les creería.
Ante tal incertidumbre, Petronilo Sánchez optó por el camino más común para los nativos del país, exclamando “Me vale madre este asunto, yo me pelo para Valladolid a mi puesto del mercado ”. Salió del Castillo y buscó llegar a Morelia, como se llama hoy esa ciudad. El tianguis había desaparecido pero encontró una carnicería que le agradó y ahí se quedó a vivir, si así se puede decir de un fantasma. Por cierto, el negocio adquirió fama de ser el de los mejores cortes de la ciudad y su dueño prosperó grandemente gracias a su etérea guía.
En Chapultepec, los peritos del INAH no lograron descifrar el enigma de Morelos por lo que don Alfonso de María y Campos elaboró un dictamen ambiguo y burocrático, lo que le quito el problema de encima y el gobierno lo dio por válido.
Las fiestas patrias del Bicentenario resultaron un rotundo fracaso ya que México perdió en el mundial de futbol. La población estaba irritada, no asistió a las verbenas y desfiles programados. En cambio, Petronilo está feliz en su carnicería y no añora los siglos que pasó encerrado en esa urna . “Yo no nací, ni morí, para ser héroe”, dijo, afilando el cuchillo para destazar un puerquito que acababa de llegar al expendio.
Petronilo Sánchez estaba inquieto. No es que tuviera insomnio, ya que los fantasmas no tienen programado dormir. El hecho es que, cuando no había mucho trabajo en la carnicería, se iba a pasear por la ciudad, visitar edificios e iglesias antiguas con la intención de encontrar fantasmas de su época y crear una especie de asociación o salón de reuniones. Parece que los edificios fueron reconstruidos y fumigados después de las innumerables revueltas que sucedieron en estos siglos y, de paso, se llevaron a sus ilustres moradores a descansar para la eternidad.
Esa no era la única causa de su desazón. También había paseado por unos edificios con grandes alerones y una luz que él jamás había visto, donde hombres, pero sobre todo mujeres lo visitaban constantemente y compraban muchos artefactos y alimentos. Por cierto ellas tenían la desfachatez de ir sin mantilla, enseñando impúdicamente sus brazos y piernas en vez de usar faldas hasta el “huesito” e incluso las había vestidas como machos con pantalones. ¡ Qué descaro!.
Retornando a nuestra historia, Petronilo buscó la carnicería en esas tiendas y encontró que no existía un lugar para recibir los animales vivos, para desplumar guajolotes o gallinas, sino ya venían en trozos, e incluso envueltos . Para colmo de males, tiraban las cabezas, ojos y tripas que ya no llegaban a la tienda, lo cual era una locura para don Petro.
Nuestro héroe se puso a pensar en estos hechos y a pesar que estaba contento en su carnicería virtual, veía que más temprano que tarde, estas enormes bodegas lo iban a dejar sin clientes. Él no se veía vagando de casa en casa, buscando amistadas de la época colonial, ni mucho menos a indígenas tarascos porque mantenían sus creencias paganas.
¿Qué hacer?
Petronilo decidió buscar a sus antepasados, enterrados unos en el cementerio de la ciudad, otros en criptas, pero nunca los halló. Trató de meterse a un sepulcro, pero ya la costumbre de enterrar fiambres había sido desplazada por su cremación y esparcir las cenizas al viento, contaminando más el ambiente.
Una noche vio en un aparato infernal que tenía el carnicero al que le llamaba la “tele” que ya habiendo pasado las infaustas fiestas , las urnas con los esqueletos de los próceres serían llevadas de regreso a sus nichos dentro de la columna de la Independencia para reposar ahora sí, eternamente (o hasta el próximo festejo) . No lo dudó y con su habitual desparpajo se dijo “Pa´ luego es tarde, me regreso a la capital” y dejando su querida carnicería, salió para México.
Los restos de Petronilo Sánchez, alias José María Morelos y Pavón ya reposan en la columna de la independencia. Miles de escolares y turistas visitan ese monumento al año y piensan que están ante los Insurgentes que nos dieron patria y libertad (todos, menos nuestro carnicero). Petronilo se acomodó de nuevo, decidió dejar de pensar y, ahora sí, a descansar.
En Morelia la carnicería cerró ya que al dueño le salían unos cortes horrorosos, llenos de grasa y músculo y, para fregarla, le pusieron un Walmart al lado.
¡Ni modo! Así es la vida.
Este texto obtuvo el primer lugar del XXXVII
Certamen Literario CDI 2010 en la Categoria Cuento.
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