POR CAROLINE B. GLICK
Los medios de comunicación y la administración de EE.UU. vuelven a actuar en connivencia con el liderazgo político de la izquierda israelí para derrocar al gobierno de Netanyahu.
Durante la semana pasada, dos escritores publicaron columnas en periódicos extranjeros. Uno recibió una muy amplia cobertura en Israel. El otro fue completamente ignorado. Las contrastantes suertes de los artículos son una clave para comprender los principales desafíos al orden democrático de Israel.
El viernes pasado, Saeb Erekat, negociador jefe de la paz con Israel de la Autoridad Palestina, publicó un artículo de opinión en el periódico británico The Guardian en el que declaró la guerra eterna contra el estado judío. Esto lo hizo al afirmar que cualquier acuerdo de paz entre Israel y los palestinos que no permita la inmigración de unos 7 millones de árabes extranjeros a Israel será “completamente insostenible”.
Así que, en lo que concierne al supuestamente moderado negociador jefe palestino, un acuerdo de paz en la que Israel ceda Judea, Samaria y Jerusalem a los palestinos, según los deseos de la izquierda israelí, no será suficiente para los palestinos.
A menos que Israel también esté de acuerdo en cometer un suicidio nacional, aceptando 7 millones de árabes extranjeros como ciudadanos, los palestinos continuarán haciendo su guerra. Así que, con o sin un estado palestino, mientras Israel exista los palestinos continuarán buscando su destrucción.
El segundo artículo es la última columna de Tom Friedman en The New York Times. A lo largo de su interminable carrera, Friedman se ha identificado con la izquierda radical de Israel y así ha sido la pesadilla de todos los gobiernos no izquierdistas.
En su última diatriba, comparó al primer ministro Binyamin Netanyahu con alguien en medio de un viaje de LSD. Friedman arengó a Netanyahu por no lograr convencer a su gabinete para que esté de acuerdo con la demanda del gobierno de Obama de abrogar por los derechos de propiedad judíos en Judea, Samaria y Jerusalem por otros 90 días. Argumentó que, haciéndolo, Israel – con la ayuda de los palestinos – está destruyendo toda oportunidad de paz.
Así, por una parte, el negociador jefe palestino declaró la guerra eterna. Y por otro lado, Friedman condenó a Netanyahu – por recontra millonésima vez.
Y, típicamente, los medios de comunicación israelíes ignoraron el artículo de Erekat, y a la diatriba de Friedman le dieron 24 horas de cobertura.
A pesar de su histeria, los medios de comunicación no han engañado al público. El pueblo israelí no tiene necesidad de escuchar acerca de la declaración de guerra de Erekat, para saber que el supuestamente moderado partido Fatah, está tan comprometido en la destrucción de Israel como Hamas. Los israelíes saben que la mayoría de los ataques terroristas llevados a cabo por los palestinos, desde el año 2000, han sido llevados a cabo por Fatah. Saben que los servicios de seguridad palestinos, financiados y entrenados por EE.UU. y la UE, comandaron la jihad palestina que comenzó en 2000. Saben que Fatah está detrás de gran parte de la guerra política que hoy está siendo llevada a cabo contra Israel en todo el mundo.
La disparidad entre el público y los medios de comunicación se aprecia muy claramente en una encuesta divulgada la semana pasada por la Institución Brookings. Un mero 8 % de los israelíes cree que Israel y los palestinos lograrán una paz duradera en los próximos cinco años. 91% de los judíos israelíes y el 88% de los árabes israelíes piensan que se necesita más tiempo o que nunca habrá paz.
A pesar de los sentimientos del público, hay una clase de líderes israelíes que actúa como si la paz estuviera a la vuelta de la esquina y que el público espera de ellos que la logren. No diferente de Friedman, estos políticos sostienen, en su mayor parte, que el gobierno israelí tiene ya sea la única responsabilidad o la parte del león de la responsabilidad, por la ausencia de paz. En consecuencia, sostienen que todo lo que se requiere para alcanzar la paz es un líder israelí dispuesto a hacer lo que haga falta para que esto ocurra.
El fin de semana, la líder de la oposición, Tzipi Livni, y el ministro de Defensa y líder del Partido Laborista, Ehud Barak, estuvieron en Washington para el cónclave anual del proceso de paz en Medio Oriente en el Foro Saban de la Brookings Institution. En sus discursos en el foro y en las entrevistas para los medios de comunicación, ambos políticos siguieron el ejemplo de los medios de comunicación israelíes, ignorando a Erekat y repitiendo como loros a Friedman.
Barak rechazó descaradamente las políticas del gobierno en el que sirve, pidiendo la división de Jerusalem en el marco de un acuerdo final de paz con Israel.
En cuanto a Livni, evitó toda apariencia de decoro durante su estancia en la capital de EE.UU. Durante una aparición conjunta en This Week de la ABC con el no elegido primer ministro palestino, Salam Fayyad, Livni atacó brutalmente al gobierno de Netanyahu.
Livni criticó a Netanyahu por no aceptar el llamado de la administración de Obama de abrogar los derechos de propiedad judía. Lo atacó por no formar un gobierno de izquierda con Kadima y los Laboristas. Dejó en claro que ella no cree que Netanyahu esté interesado en la paz.
Haciéndose eco de la afirmación de Barak, en el Foro Saban, que ser sionista significa apoyar un estado palestino, Livni afirmó que, rindiéndose a los palestinos y estando de acuerdo con cualquier demanda de EE.UU., Israel promueve sus propios intereses existenciales.
Sobre el así llamado problema de los refugiados palestinos, al mismo tiempo que estipuló que Israel no podría aceptar la inmigración de árabes extranjeros al interior de sus truncadas fronteras, no dijo nada acerca del artículo de Erekat en The Guardian. Y no expresó ninguna objeción cuando Fayyad indicó que no hay a la vista un compromiso palestino sobre este tema. Desde la perspectiva de Livni, el único que actúa de mala fe es Netanyahu.
El comportamiento de Barak y Livni fue erróneo, no simplemente porque es inapropiado atacar al liderazgo electo de su país durante su visita en tierras extranjeras. Fue un error porque, al comportarse como lo hicieron, demostraron una extraordinaria falta de respeto para con el 92% de los israelíes que no comparten su profesión de fe que la paz está a la vuelta de la esquina.
Así que ¿Qué buscaban en Washington? ¿Por qué adoptaron el punto de vista de un mero 8% del electorado, mientras que trataron con desprecio al 92% de sus compatriotas? ¿Y por qué eligieron lanzar su ataque contra el gobierno desde Washington?
En verdad, Barak y Livni estaban siguiendo, simplemente, lo que se ha convertido en el procedimiento operativo estándar para los políticos de izquierda durante los últimos 20 años.
Estaban actuando para dos sectores a los que aprecian más de lo que aprecian al público.
Estaban actuando para la administración de EE.UU. y para los medios de comunicación israelíes.
Barak es un veterano en este juego. Durante el primer mandato de Netanyahu como primer ministro, Barak usó al entonces presidente Bill Clinton para derrocar al gobierno de Netanyahu y hacerse elegir en su lugar. Después de que Barak dejó en claro que sería mucho más complaciente hacia Yasser Arafat que Netanyahu, Clinton hizo un especial esfuerzo para demonizar y aislar a Netanyahu. Presionó a los socios de la coalición de Netanyahu para que abandonaran su gobierno.
Y cuando el gobierno de Netanyahu finalmente cayó, Clinton envió a sus estrategas políticos de alto nivel James Carville, Stanley Greenberg y Robert Schrum para conducir la campaña de Barak.
Desde que Netanyahu lo nombró ministro de defensa, Barak ha estado acumulando millas de viajero frecuente en la ruta Tel Aviv-Washington. Barak viaja a Washington por lo menos una vez al mes. Sorprendentemente, siempre, casualmente, vuelve a casa con recomendaciones en consonancia con los caprichos de la administración.
En forma similar, Livni fue generosamente recompensada por su buena disposición para atacar a Netanyahu, por estar sentada junto a Fayyad en la televisión estadounidense. La Secretaria de Estado Hillary Clinton trató a Livni como al político más estimado en Israel. Clinton ignoró tenazmente el hecho que el 91% de los israelíes piensa que las opiniones de Livni son un total disparate. Y después de acusar a Netanyahu de carecer del valor para abrazar la causa de la paz, Clinton, ostentosamente, mantuvo con Livni un encuentro privado de una hora.
El partido Kadima de Livni es una creación de los medios de comunicación. Mientras que todos los demás partidos políticos de Israel fueron formados por ciudadanos que sentían que necesitaban organizarse políticamente para conferirle poder a sus voces, Kadima fue el invento de los medios de comunicación. De los medios de comunicación en connivencia con los dirigentes del Likud que estaban desilusionados con sus votantes.
Aquellos como Haaretz, Yediot Aharonot y Canal 2 convencieron a estos políticos del Likud de que unieran fuerzas con desprendimientos del Partido Laborista, que también consideraban a sus votantes con desprecio.
Como el ascenso al poder de Barak en 1999 lo pone de manifiesto, la apuesta de los medios de comunicación para demonizar a la derecha y socavar la alianza de Israel con EE.UU., con la esperanza de la restauración de la izquierda en el poder, no es nada nuevo. Pero esta semana, una sirena de los principales medios de comunicación tuvo la amabilidad de exponer la completa estrategia de los medios de comunicación para privar de sus derechos al público.
El veterano columnista de Haaretz, Akiva Eldar, rindió este servicio en un par de artículos publicados el martes en The Guardian y Haaretz.
Eldar fue coautor de su artículo en The Guardian con su compañero Carlo Strenger. Fue su respuesta a la declaración de Erekat de guerra eterna. El mensaje principal de Eldar a Erekat fue que debería mantener sus planes para sí mismo. Por cierto, no debería parlotear sobre ellos en un lugar en el que el público israelí pueda verlas. Podría hacer naufragar todo el plan de los medios de comunicación para desacreditar al gobierno.
Eldar y Strenger regañaron, “el artículo de Erekat es decepcionante. Él no es simplemente un ciudadano privado, sino el negociador jefe de la Autoridad Palestina, y conoce Israel y su dinámica interna muy bien. Sabe que realzar el derecho de retorno, en este momento, juega a favor del ala derecha de Israel: ellos estarán en condiciones de decir: ‘Siempre lo dijimos: la solución de dos Estados es sólo un argumento palestino para incorporar al estado judío en el Mayor Estado de Palestina’”.
Pero, de nuevo, como Eldar lo mostró en su artículo en Haaretz, Erekat, en realidad, no tiene nada de qué preocuparse. Eldar y sus compañeros mantendrán al público israelí en la oscuridad acerca de la determinación de Erekat para destruir a Israel.
Ignorando por completo lo que Erekat escribió la columna Eldar en Haaretz comenzó cuando Friedman terminó. Puso toda la culpa de la ausencia de un proceso de paz en los hombros de Netanyahu. Él acusó a Netanyahu de destruir la alianza de Israel con los EE.UU. por no abrazar última petición de Obama de abrogar los derechos de propiedad judía en Judea, Samaria y Jerusalem. Luego dijo que, debido a la conducta de Netanyahu, la administración Obama ha decidido seguir los pasos de la administración de Clinton y derrocar su gobierno.
Como Eldar dijo, “Cuando Clinton invitó recientemente a la líder de Kadima, Tzipi Livni, a una reunión privada, esto significó un anuncio oficial de que la cuenta de Netanyahu en Washington había sido cerrada”.
Continuó, “Hace doce años, cuando el marido de Hillary Clinton se dio cuenta de que… [Netanyahu] no tenía intención de honrar su firma (en el Acuerdo de Wye River con Yasser Arafat), esa fue la última parada de Netanyahu, antes de ser enviado de regreso a su villa en Cesarea”.
Así que este es el juego. Los medios de comunicación y la administración de EE.UU. vuelven a actuar en connivencia con el liderazgo político de la izquierda israelí para derrocar al gobierno de Netanyahu. Ignoran deliberadamente tanto la voluntad de los votantes de Israel como el declarado compromiso de sus palestinos “moderados” favoritos de combatir a Israel hasta que sea destruido, con el fin de culpar a Netanyahu por la ausencia de paz.
Este juego se puede detener. Pero primero deben suceder, dos cosas.
La administración Obama y el establishment de política exterior de EE.UU. que lo apoya, deben pagar un precio por tratar de socavar al gobierno elegido del más importante aliado estratégico de EE.UU. en la región. Y los votantes israelíes – que le dieron a Kadima más mandatos en la Knesset que a cualquier otro partido en las últimas elecciones – deben abandonar a Livni y a su partido artificial.
Hasta que estas cosas comiencen a suceder, podemos esperar que nuestros medios de comunicación continúen en connivencia con sus socios estadounidenses y con Livni y Barak, para socavar la voluntad del público.
https://www.jpost.com/Opinion/Columnists/Article.aspx?id=199813
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