ARNOLDO KRAUS
Algunos de los libros dedicados a la bioética médica sugieren que son cinco las virtudes que deben considerar los profesionales de la salud: compasión, discernimiento, integridad, honradez y rectitud. Esas virtudes no son sólo médicas; son características morales de las personas y por ende valores universales de la condición humana. La suma de las virtudes refleja principios morales; arropado por esas virtudes, se visualiza mejor al enfermo. Ejercerlas es sinónimo de un entorno médico adecuado. Lealtad hacia el paciente, no con colegas u hospitales, confidencialidad, compromiso y generosidad son, entre otras, situaciones relacionadas con las virtudes médicas.
Las cinco virtudes son fundamentales para cuidar al enfermo. Abro un paréntesis sin signos de paréntesis: cuidar es una palabra interesante. Cuidar y cuidado se asocian con preocupación o cura; asimismo, cuidar proviene del latín cogitare, pensar. En inglés, care, cuidar, tiene muchos significados: atención, solicitud, cuidado, preocupación, custodia, protección. Esa multiplicidad de significados amplia el panorama con respecto a las implicaciones de cuidar al enfermo. Cuidar al enfermo, saber acerca de él y protegerlo, es la sexta virtud y el culmen de las otras cinco. Ya que la compasión es considerada la antesala del cuidado de los enfermos unas palabras acerca del cuidado enriquecerán el escrito.
El cuidado de los enfermos es parte de la “ética del cuidar”. Esa sabiduría nace a partir de textos feministas. La psicóloga Carol Gilligan ha sugerido, con prístina inteligencia, que “las mujeres hablan con una voz diferente” –una voz en la cual poco había reparado la teoría de la ética tradicional. A través de entrevistas con mujeres y niñas Gilligan descubrió la “voz del cuidado”. Esa voz, o esa forma de mirar, resaltan la asociación empática con otros y se basa en la idea de ocuparse de las personas. La “ética del cuidar” es, sobre todo, femenina; la ética masculina privilegia los derechos y la responsabilidad.
A partir de sus estudios, Gilligan identifica dos formas del pensamiento moral: una ética del cuidado y otra de los derechos y la justicia. Esa sabiduría moral no es privativa de un sexo u otro; las mujeres tienden a ejercer la primera y los hombres la segunda. El meollo de la propuesta de la “ética del cuidar” implica ocuparse y asumir el cuidado de otros.
La compasión como virtud es fundamental en la “ética del cuidar”. Ejercerla implica preocuparse por la situación del enfermo así como interesarse y ocuparse por su sufrimiento y su desdicha. La compasión se centra en el dolor, la discapacidad y las calamidades de los afectados y debe diferenciarse de la empatía, la cual no siempre conduce a la compasión.
La compasión no debe oponerse a la razón. Debe ejercerse con imparcialidad. Con los enfermos, se debe ser compasivo pero es menester ser objetivo: prolongar sufrimientos innecesarios, realizar estudios que poco servirán en pacientes terminales u ofrecer esperanzas que no se podrán cumplir es inadecuado. La objetividad, aunque muchas veces sea cruda, no significa falta de compasión. Ejercer la compasión con objetividad evita el desgaste de médicos y familiares.
En el libro Principles of Biomedical Ethics, Beauchamp y Childress explican que en la actualidad la literatura médica se enfoca sólo en la empatía y soslaya la compasión; para ellos se comete un error, pues, la empatía por sí sola, no es suficiente para “humanizar” a la medicina. Aunque la compasión es una cualidad innata de las personas, en medicina, la relación con la enfermedad, con los enfermos y con sus familiares puede sensibilizar al personal de salud y fomentar la compasión.
Cuando el personal de salud no muestra compasión las expectativas de los enfermos no se satisfacen. La insatisfacción abre una brecha entre médicos y enfermos; en muchas ocasiones, la falta de comunicación y compasión es nociva, tanto para el proceso de sanación como para la confianza. Quizás esa sea la razón por la cual en Estados Unidos, la principal queja contra la profesión médica, a diferencia de lo que muchos suponen, no es por negligencia o iatrogenia sino por la falta de comunicación e interés en la narrativa de los enfermos. En México sucede lo mismo: la saturación de los servicios públicos de salud impide, en la mayoría de los casos, que el médico conozca al enfermo.
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