27 de diciembre 2010
EL PAÍS
La Iglesia católica se siente asediada, acosada y en peligro de extinción. La persecución fanática a sus misioneros y monjas de frontera no deja de crecer. En 2009, 37 religiosos fueron asesinados y varios miles se vieron forzados a huir de sus lugares de residencia. En los últimos días, Benedicto XVI ha llamado a “poner freno” a la plaga de intolerancia que sufren los cristianos en Palestina, Arabia Saudí, Egipto, Líbano, Sudán, Siria, Indonesia, Tailandia, Nigeria, China, Turquía, Marruecos, Argelia, Pakistán, India, Sri Lanka o Laos. Ayer mismo, en el mensaje de Navidad desde la Basílica de San Pedro, el Papa rezó por la paz en Oriente Medio alentando a los católicos de Irak y de China a resistir la persecución. Benedicto XVI hizo un llamamiento al respeto a todas las religiones.
El Papa equipara el fundamentalismo religioso con el “laicismo agresivo”
Un experto achaca la situación a “una educación equivocada”
La lista de países donde los critianos sufren intolerancia es cada vez más larga, y ya no se limita a los Estados islámicos. Aunque el Papa está especialmente preocupado por Oriente Próximo donde, según dijo el lunes, hablando ante la curia en pleno, “los cristianos son la minoría más oprimida y torturada”. El Vaticano siente que la cristianofobia está también en aumento en los países europeos. Ante sus cardenales, el papa Benedicto XVI afirmó que el laicismo agresivo es tan dañino como el fanatismo religioso, pues “ambos representan formas extremas de rechazo del pluralismo legítimo y del propio principio de laicismo”.
En el mensaje escrito para el Día Mundial de la Paz de la Iglesia Católica Romana, que se celebrará el 1 de enero, el Papa no deja lugar a dudas: “La misma determinación que condena cualquier forma de fanatismo y fundamentalismo religioso debe también oponerse a cualquier forma de hostilidad a la religión que restringiría el papel público de los creyentes en la vida civil y política”. “Expreso mi esperanza de que en Occidente, y especialmente en Europa, acabará la hostilidad y el prejuicio contra los cristianos”, añade el discurso titulado Libertad religiosa, el camino a la paz, que se envía tradicionalmente a los líderes mundiales y a instituciones internacionales como la ONU.
Según Joseph Ratzinger, el mundo vive hoy un momento “similar al de la caída del Imperio Romano”, “las voces de la razón son demasiado débiles” y el movimiento anticristiano se expande en muchos lugares gracias a “la conexión entre el afán de lucro y la ceguera ideológica”.
Para hacerse una idea cabal de la sensación de acoso que se vive en el interior de la Iglesia, basta leer este párrafo de la revista religiosa Zenit, de marzo de 2010: “La cristianofobia ofende, discrimina, mata. En Nigeria, cientos de cristianos han sido masacrados este año a golpes de machete por extremistas musulmanes. En Oriente Próximo, las crecientes persecuciones empujan a los cristianos a huir de las tierras donde nació el cristianismo. En el Magreb, África subsahariana e incluso Extremo Oriente son reducidos al silencio y asesinados a miles. Los saqueos de iglesias y viviendas y la profanación de cementerios están a la orden del día, así como las crucifixiones, la quema de personas vivas, las mutilaciones, las decapitaciones a golpes de hacha. No lejos de las fronteras de Europa se proclaman contra los cristianos fetuas y condenas inexorables. Todo esto sucede ante el silencio de la comunidad internacional, que se olvida de que la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión está sancionada por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre”.
La alarma sobre la situación de la libertad religiosa en el mundo no es nueva, aunque en el pasado había sido enunciada de forma más templada.
En enero de 2005, poco antes de morir, Juan Pablo II pidió a los embajadores de los 178 países que tienen relaciones con la Santa Sede que protegieran la libertad religiosa con una “efectiva tutela jurídica”, aunque enseguida garantizó que la Iglesia no se entrometería en “el campo de la libertad política o las competencias del Estado” porque, aseguró, “sabe distinguir bien, como es su deber, lo que es de César y lo que es de Dios”.
La identificación entre laicismo y violencia anticristiana parece haber ido forjándose en la visión de Roma con el paso del tiempo. Hace unos meses, el gran estudioso sobre el odio a los cristianos, el francés Renè Guitton, autor de El libro negro de la cristianofobia, explicaba lo siguiente en la revista religiosa Zenit, editada por el Vaticano: “la perversión del concepto de laicidad ha generado el ‘laicismo fundamentalista’ que produce fenómenos de cristianofobia o formas similares de falta de respeto a las prácticas religiosas”. “A ese laicismo se añade”, decía Renê Gutton, “el sentimiento de culpa de algunos países occidentales ex colonizadores como Italia, Francia, España, Portugal, Reino Unido y los Países Bajos”.
El 29 de agosto de 2008, Dominique Joseph Mamberti, ministro de Asuntos Exteriores de la Santa Sede, fue el primer dirigente vaticano en definir el neologismo cristianofobia, que había sido incorporado por la ONU a sus textos oficiales por primera vez en 2003. Su síntesis mostraba que, para la Iglesia, la violencia física del mundo islámico y ex comunista es tan grave como la actitud de los medios y los políticos de las democracias laicas occidentales.
“La cristianofobia consiste en un conjunto de comportamientos agrupables en tres ámbitos”, decía Mamberti, “una educación equivocada, o incluso la desinformación sobre los cristianos y su religión, sobre todo a través de los medios; la intolerancia y la discriminación sufrida por ciudadanos cristianos, especialmente a causa de legislaciones o actuaciones administrativas respecto a quienes profesan otras religiones o no practican ninguna; y la violencia y la persecución”.
Curiosamente, la Iglesia siempre ha defendido que la primera gran oleada de cristianofobia contemporánea se inició con la primera guerra del Golfo y se extendió como una pira tras los atentados en EE UU del 11 de septiembre de 2001, con la guerra global contra el terrorismo. En 2004, el entonces ministro de Exteriores vaticano, Giovanni Lajolo, afirmaba que “la guerra contra el terrorismo, aunque necesaria, ha tenido entre sus efectos colaterales el aumento de la cristianofobia en vastas zonas del mundo donde, erróneamente, la civilización occidental o algunas estrategias políticas de los países occidentales se consideran determinadas por el cristianismo o, por lo menos, no separadas de este”.
El acoso violento, insistía en abril de 2005 el Boletín de los Salesianos (orden a la que pertenece el secretario de Estado, Tarcisio Bertone), “es una consecuencia de la lucha contra el terrorismo”, y se ha “recrudecido enormemente a raíz de la caída del régimen de Sadam Husein”.
Los datos parecen confirmar esa afirmación de los salesianos. En 2004, 15 cristianos fueron asesinados en cuatro continentes. Desde entonces, la violencia contra los “cruzados” no ha hecho más que crecer. Según los datos de la agencia Fides, en 2009 fueron asesinados 37 agentes pastorales: 30 sacerdotes, dos monjas, dos seminaristas, y tres voluntarios laicos. Casi el doble que en 2008, y el número más alto en una década.
Un año duro
– Nigeria. En marzo de este año, un ataque a los poblados cristianos del Estado de Plateau acabó con 500 muertos y 200 heridos. A los motivos religiosos se sumaron las disputas por unas tierras.
– Marruecos. Hacer proselitismo del cristianismo ha sido motivo este año de la expulsión de más de un centenar de cristianos, entre protestantes y católicos.
– Turquía. El presidente de la Conferencia Episcopal turca, Luigi Padovese, fue acuchillado el 3 de junio por su chófer. La agencia católica Asia News mantiene que fue un asesinato ritual de fundamentalistas islámicos.
– Afganistán. El hecho más destacado fue el asesinato de 10 miembros de una misión de cooperación internacional. Los insurgentes les acusaron de propagar el cristianismo.
– Irak. El secuestro de un centenar de fieles en una iglesia de Bagdad acabó con 52 muertos y 67 heridos.
– Egipto. Al menos siete cristianos coptos han sido asesinados.
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