Byron Gálvez, in memoriam

DALIA PERKULIS

Nota del editor de Enlace Judío:  A Byron Gálvez se le deben varias obras de arte en distintos centros comunitarios judíos de México;  destaca entre ellas una obra monumental, el Parque Cultural Ben Gurión, en Pachuca, cuya realización se llevó a cabo en colaboración con la organización Keren Kayemet LeIsrael.

Hace unas semanas Byron Gálvez se hizo acreedor póstumo, vía su viuda Eva Beloglovsky, a la medalla Don Miguel Hidalgo y Costilla 2010. Eva Beloglovsky es mi tía y siempre percibí a Byron como el artista esposo de mi tía y no como el artista con el que resulté emparentar. ¿Así o más modesto?

Sus personajes se han integrado al paisaje urbano no sólo en su natal Hidalgo, sino en el resto del país y el extranjero. Un ejemplo, su escultura Torso en el edificio Altiva del corporativo Comex, frente al Mac Donald’s de Perifério y Palmas.

En la casa de mis padres, donde viví de los 5 hasta que salí vestida de novia, en la mera entrada había un nicho protagónico ideado desde el proyecto arquitectónico para un cuadro de Byron, que estuvo ahí desde el primer día hasta que mi mamá, la última en salir, dejó la casa.

Cuando quise un cuadro de Byron ya como ama de casa y mi tía me dio los precios —sería su agente desde que se conocieron ad infinitum— me arrepentí de todas las veces que me recargué en el de la casa de mis padres mientras esperaba al camión o al pretendiente en turno. El nicho tenía la estatura exacta para hacerle de banca y el cuadro quedaba de respaldo.

Nacido en Mixquiahuala, Hidalgo, el 28 de octubre de 1941, estudió arte en la Academia de San Carlos, se especializó en pintura y fue miembro fundador del taller de escultura en metal en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM.

Cuenta la leyenda (y su página web) que el actor Vincent Price compró todas las obras justo una semana antes del estreno de su primera exposición, así que Byron las repuso a marchas forzadas, pintando 45 nuevas obras en ese lapso. Price lo calificó como “un Picasso mexicano” y sería llamado así con frecuencia en adelante.

Byron era todo tosco, su pericia como artista plástico no combinaba con su aspecto físico. Por más que según yo perdiera la capacidad de asombro, volvía a impresionarme su enorme barriga cada vez que lo veía. Tez morena, melena negra, lacia y pesada que se movía en bloque, jamás se despeinaba; sus facciones grandes: nariz ancha, labios gruesos y ojos saltones.

En Mixquiahuala todo mundo lo orienta a uno para llegar a su casa, era La Celebridad local (y foránea). En esa casa —un universo byronesco insertado en un entorno rural— mi prima y yo nos encariñamos un día con unas gallinas que hasta les pusimos nombres, para encontrarlas al día siguiente tres metros bajo tierra convertidas en mixiote. Frente a ese espacio de la cocina, una vez Byron se cayó de una barda de tres metros y al ver su pie convertido en una masa amorfa “lo esculpió” en caliente, por qué no.

Sus lugares de trabajo, tanto el de Mixquiahuala como el de su casa en la Ciudad de México a un costado de los Edificios Condesa, eran idénticos al del personaje de Nick Nolte en el cuento “Life Lessons” dirigido por Martin Scorsese en una de las tres Historias de Nueva York (1989). No había duda que era un artista apasionado. Por Byron conocí al maestro Santos Balmori, uno de sus profesores y amigos, entrañable viejito que así como estaba ha de haber nacido ya que es difícil imaginarlo de otra forma. Ya murió también.

Casi a manera de despedida, Byron se aventó una obra titánica del 2001 al 2005, una de tantas por las que trascendería: el mural peatonal Homenaje a la mujer del mundo, en el Parque Cultural David Ben Gurión, en Pachuca. Una loza pictórica de 80 x 400 metros con cerca de 8 millones de mosaicos de 12 tamaños diferentes y 46 tonos de colores. Me lo imagino como al maestro Toledo en su documental (El informe Toledo, Albino Álvarez, 2009) de arriba abajo, en un esfuerzo físico brutal.

En Hidalgo también dejó Milenio, una fuente-escultura inaugurada el 31 de diciembre de 1999 para, valga la redundancia, recibir al nuevo milenio. De nueve metros de altura con figuras geométricas (sello del artista) en piedra y mosaico bizantino, ubicada en la carretera como puerta a la ciudad capital de Pachuca.

Alí Chumacero, otro que se nos fue hace poco, escribió: “Byron Gálvez incursiona en los distintos géneros y en todos ellos atina al mostrar con hondura estética su afán de percibir y, a la vez, de hacer comprender que sólo la vida es fuente y causa de su trabajo”.

De cáncer de estómago murió en un tris el 27 de octubre del 2009, un día antes de su cumpleaños. La mortífera enfermedad invadió su gigante abdomen y lo acabó. Me lo encontré casualmente en la farmacia con mi tía 3 meses antes de que muriera y no me olió bien la cosa, aunque no sabía nada. Le mandó saludos a mi esposo, siempre lo hacía y eso a mí me daba mucho orgullo y regocijo. Se caían muy bien.

La medalla la entregó el gobernador de Hidalgo, Miguel Ángel Osorio Chong, justo en el primer aniversario luctuoso del homenajeado. Al otorgársela a mi tía Eva en el Congreso del estado en Pachuca, el gobernador insistió en la importancia de reconocer a la “gente que proyecta a futuro y nos posiciona en la modernidad”. Léase el “nos” como se quiera, entidad, país o sociedad, Byron sí era de esa estirpe. Adiós tío.

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