LEON KRAUZE
Para empezar, una anécdota personal. Hace unos meses mi hijo enfermó de una severa gripa. Después de 24 horas sus síntomas comenzaron a inquietar a su pediatra, quien decidió recetarle Tamiflu. A las 11 de la noche, con una velocidad sorprendente, el niño rebasó el umbral de temperatura. Me calcé un par de tenis y salí a buscar la medicina por la ciudad. Una, dos, cuatro, seis farmacias, más tarde comencé a desesperarme: difícil cosa el amor paternal en tiempos de influenza. Entonces recurrí a Twitter. Pedí ayuda a la comunidad. En menos de 15 minutos la pantalla de mi teléfono estaba llena no sólo de direcciones, sino de buenos deseos. Gracias a uno de esos mensajes me dirigí a una farmacia en Polanco que, dicho y hecho, tenía una caja de Tamiflu. No puedo decir que Twitter le salvó la vida a mi hijo ni mucho menos: el niño se repuso por sus propios medios sin necesidad de recurrir a los químicos. Pero sí puedo decir que, en ese momento, el medio cumplió a la perfección su cometido: una inmensa red de información inmediata, tal y como la pensó Jack Dorsey, su creador, hace un lustro.
Esa virtud ha convertido a Twitter en un fenómeno digno de análisis y admiración. Desde su comienzo, el medio ha ayudado a organizar cambios sociales dramáticos en países tan lejanos y dispares como Moldavia, Estados Unidos y, claro, México. La respuesta de los twitteros al impuesto a internet consiguió lo impensable: mover a la clase política desde la sociedad civil. No es poca cosa. Por eso es que no tengo ninguna duda de que Twitter será fundamental no sólo en las elecciones de 2010 sino también en las presidenciales de 2012. Twitter es, en suma, no sólo un medio de comunicación: es un medio de comunidad.
Pero es hora de hacer una pausa. Un medio de información vale lo que vale su credibilidad. Por eso los grandes diarios del mundo tienen como virtudes torales la mesura y la verificación. Saben que la histeria y el rumor son enemigos de la confiabilidad. Cuando un medio que pretende ser fuente de información pierde rigor, está destinado a la chatarra periodística; un infierno particularmente ignominioso. Por desgracia, en los últimos tiempos, la comunidad twittera en México ha coqueteado frecuentemente con ese abismo. Para desencanto de quienes creemos en el medio, los twitteros se han entregado a la hipocondría informativa, a la estridencia.
Baste un ejemplo. El jueves de la semana pasada, Twitter amaneció sacudido por la supuesta noticia de un doble asesinato. Una usuaria bajo el apodo de @atorreta había sufrido un asalto después de cenar con su novio y ambos habían sido baleados. El cuñado de la chica había narrado la muerte de ambos desde el Hospital General de las Américas en Ecatepec. De inmediato, Twitter se desbordó de indignación. Y luego de ánimo justiciero. A los periodistas que participamos con asiduidad comenzaron a llegarnos mensajes violentos: “¡A ver si le haces el mismo caso a @atorreta que a Cabañas!”, me dijo alguno. “La inseguridad ha llegado a Twitter. “Descanse en paz @atorreta”, decía otro. “¡Justicia, justiciaaa!”, gritaba alguien más. Y, como ésos, miles. El sendero del Peje, ese adalid del periodismo responsable, subió la nota de inmediato. Sólo porque sí, sólo porque había sido anunciada en Twitter. Jamás medió mesura alguna. No hubo un momento de reflexión. Ya imagina el lector la lección: horas más tarde quedó claro que la historia era falsa. Un auténtico oso, una verdadera vergüenza.
El caso de @atorreta debe hacer reflexionar a la comunidad en Twitter. Si en algo han coincidido los muchos críticos del medio es precisamente en esa peligrosa falta de rigor. Ahora, la histeria twittera ha puesto en jaque la credibilidad del medio. Por eso vale una llamada de atención. La comunidad en Twitter en nuestro país tiene un poder innegable que no hará más que crecer. Pero si quiere ser un factor de cambio positivo deberá aprender que vale mucho más la indignación fundada y seria que los gritos desaforados. No habrá otra oportunidad. La próxima vez será imposible responderle a los que insisten en que Twitter no es un extraordinario medio de información, sino un remedo de periodismo, solamente el chismógrafo de los ociosos.
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