ALBERTO LIFSHITZ
Es la Huasteca veracruzana, la población conocida como “Los mangos” aunque su nombre oficial es “Comunidad 1° de mayo”, el que a nadie gusta. Apenas 3,500 habitantes dedicados casi todos a labores agrícolas y sobreviviendo en la mayor pobreza. Un consultorio rural, atendido durante varios años por pasantes de medicina sucesivos en Servicio Social, principalmente de las universidades de Veracruz y Tamaulipas; una voluntaria que hace las veces de enfermera, que al ser la única persona permanente mientras que los pasantes cambian cada 6 meses o cada año, ha adquirido condición de dueña y señora. Un botiquín conformado principalmente por muestras médicas y una dotación de los instrumentos básicos para la atención médica ordinaria.
Llegó como cualquier paciente del pueblo acompañada de su madre. Esperó pacientemente en el vestíbulo anexo a la improvisada sala de consulta a que le tocara su turno. Tenía escasos 16 años; no levantaba los ojos del suelo y las preguntas las respondía con el mínimo de palabras y sin ver de frente. Su aspecto no era del todo indígena; evidentemente tenía sangre europea, probablemente española, pero nació en el pueblo y siempre vivió allí. Este mestizaje seguramente le imprimía un cierto atractivo físico para las personas de la localidad, al menos por lo diferente. No había ido a la escuela porque ésta no era para las mujeres y sólo aprendió a cocinar, asear la vivienda y a bordar.
Vestía como todas las muchachas del pueblo, un atuendo regional ciertamente vistoso y amplio, a modo que no se vislumbrara su figura. La mamá parecía ejercer una autoridad estricta sobre ella de tal manera que era quien respondía a la mayor parte de las preguntas aunque fueran dirigidas a la chica.
Como suele empezar la entrevista médica, la primera pregunta fue acerca de la causa de la consulta, algo así como “qué se les ofrece” o “que les aqueja o molesta”. Con trabajos admitió que tenía dolor abdominal. El análisis de este dolor no fue sencillo porque casi no hablaba, más bien respondía “sí” o “no”, de modo que había que sugerir las respuestas para lograr su confirmación o su refutación. Con muchos trabajos llegué a la conclusión que se trataba de dolor cólico, en todo el abdomen, un poco irradiado a la región lumbar; que tenía casi toda la noche sufriéndolo y que no había menguado a pesar de los remedios que le ofrecieron en casa. El resto del interrogatorio fue bastante infructuoso de manera que decidí obviarlo y procedí a explorarla, particularmente a revisar su abdomen, desde luego en presencia de la mamá para evitar suspicacias.
Cuando se descubrió se hizo evidente que tenía un aumento importante en el volumen abdominal que no era visible con la ropa y no fue difícil confirmar no sólo que estaba embarazada sino en pleno trabajo de parto.
No logré averiguar si se percataba de lo que le sucedía. No parecía tener una deficiencia intelectual sino acaso una de privación cultural. Tampoco logré saber si se dio cuenta de cómo se embarazó, pero desde luego no admitió haber tenido ningún juego sexual o bien no lo identificó como tal. La madre misma parecía sorprendida y pronto manifestó su miedo de lo que ocurriría cuando el padre de la chica se enterara. Pocas horas después nació en el mismo consultorio una niña de 3,200 gramos, sana, en un parto sin complicaciones. La joven madre parecía indiferente aunque abrazó a su bebé con ternura en cuanto se la ofrecieron.
¿Y la educación sexual? ¿Y el control prenatal? ¿Y la vigilancia higiénica del embarazo?
¿Y la psicoprofilaxis obstétrica? ¿Y la anestesia? ¿Y las medidas nutricionales?
Una vez más la naturaleza superó a todas las previsiones artificiosas que ha propuesto la sociedad organizada.
DEL LIBRO: MEDICINA BASADA EN CUENTOS
PALABRAS Y PLUMAS EDITORES
EDITORA: HERLINDA DABBAH
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