JOAQUÍN VILLALOBOS
En los últimos 50 años, buena parte de la izquierda latinoamericana definió su identidad bajo el paradigma de la revolución social que estableció el modelo cubano, con salud y educación como sus grandes ejes de transformación. La democracia no fue considerada revolucionaria, sino “burguesa”. Las derechas y sus dictaduras tampoco tuvieron como paradigma a la democracia, sino a la modernidad mediante el desarrollo económico. Ambas corrientes consideraron que si atendían las necesidades sociales o el progreso económico, las libertades democráticas no tenían importancia. Había en Latinoamérica solo un autoritarismo de izquierda en Cuba, el resto eran dictaduras de derecha. En la primera preferían expulsar a los opositores y en las segundas asesinarlos. El resultado, en ambos casos, fue pobreza sin libertades e inestabilidad durante décadas, con sociedades en conflicto permanente.
Estados Unidos despreció igualmente a la democracia para Latinoamérica, la “alianza para el progreso” puso énfasis en el desarrollo económico y no en las libertades. Con el anticomunismo como política, realizó intervenciones, aisló a Cuba y respaldó dictadores, golpes de Estado, fraudes electorales y matanzas. Esta situación comenzó a cambiar con la política de derechos humanos del Gobierno de James Carter, que fue determinante en la caída del dictador Anastasio Somoza de Nicaragua en 1979. La posición de Carter fue visionaria en plantear los derechos humanos y la inclusión de la izquierda. Sin embargo, la reacción conservadora estadounidense trajo con la administración Reagan el conflicto más cruento que haya vivido el continente. Así, en Centroamérica, durante los 80, cientos de miles murieron en una guerra que, teniendo raíces propias, se interpretó como un apéndice de la guerra fría.
Luego de múltiples luchas populares, los derechos humanos y la democracia comenzaron a convertirse en los valores hegemónicos de la política y en los factores de legitimación de los gobiernos. La izquierda llegó al poder y comenzó la alternancia. La transición comenzó hace aproximadamente 30 años a partir de cambios democráticos ocurridos en diferentes países. Este proceso a pesar de sus imperfecciones, ha permitido que el continente esté viviendo un prolongado período de estabilidad política que apunta a consolidarse.
La caída del muro de Berlín, con la reacción en cadena que produjo en toda Europa del Este, fue una revolución anunciada. Lo que está ocurriendo en el mundo árabe no lo predijo nadie. Antes de Túnez y Egipto dominaba la idea de que la democracia era un valor occidental, culturalmente incompatible con la cultura árabe. Sin embargo, la movilización revolucionaria en los países árabes demuestra que el desarrollo de clases educadas, comunicadas e informadas es incompatible con el autoritarismo. Este logra espacio en sociedades con gran retraso político, económico y social. Detrás de cada crisis terminal de un régimen autoritario hay un conflicto de representación y participación en el poder de nuevos grupos sociales. La democracia está demostrando ser un valor cada vez más universal en la medida que el progreso económico transforma la estructura de clases de los países.
En el momento en que los ciudadanos alcanzan un mayor nivel de educación, la crítica, el disenso y la diversidad de pensamiento se multiplican inevitablemente. Es imposible que todo mundo piense de la misma manera y las formas de pensar de las personas tienden a modificarse con el tiempo y con los cambios de condiciones. No pueden todos ser de derecha o de izquierda, creer en Dios o tener el mismo Dios, eso es absurdo. Cuando el número de ciudadanos con conciencia crítica aumenta sustancialmente se debilita la posibilidad de gobernar a partir de la superstición, la religión, el caudillismo, las dinastías familiares y las verdades únicas del dogmatismo político. La vieja alianza Iglesia, militares y terratenientes, que sostuvo la mayoría de dictaduras del continente, se acabó con el crecimiento de las clases medias y el surgimiento de nuevos grupos de poder económico.
La democracia y los derechos humanos no son solo un asunto ético o ideológico, son una tecnología de gobierno que permite mantener cohesionada a la sociedad en medio de las diferencias y la natural diversidad que la compone. Esto es posible cuando hay clases sociales más educadas que entienden que la tolerancia entre contrarios es fundamental para la convivencia pacifica. Pero lo más importante es que ninguna sociedad polarizada en extremo y con divisiones profundas entre sus habitantes es viable ni tiene posibilidades de desarrollo. Por ello, la exclusión social que deriva en exclusión política es un asunto vital de resolver. América Latina no era viable sin la inclusión de las izquierdas, así como el mundo árabe no lo será sin la tolerancia hacia los islamistas hasta lograr su moderación.
Cuando la sociedad se mantiene cohesionada puede utilizar todas sus capacidades y esto da lugar a una relación directa entre democracia y desarrollo. El empobrecimiento social, moral, intelectual, institucional y económico de Cuba tras 50 años de revolución, contrasta con el desarrollo social, educativo, económico e institucional de Costa Rica, Chile y Uruguay; los tres países con mayor vigencia y cultura democrática del continente. Algo igual ocurrió entre el fracaso de la Europa Oriental dominada por los comunistas y el exitoso desarrollo de la Europa Occidental bajo la influencia de la izquierda socialdemócrata. La actual situación de gran violencia, profunda crisis social, extrema pobreza y riesgo de ser estados fallidos de Haití, Guatemala, El Salvador y Honduras son el resultado de haber vivido las dictaduras más represivas y prolongadas del continente. Los riesgos autoritarios y la extrema polarización que viven Bolivia, Venezuela y Ecuador han resultado de haber excluido social y políticamente a una parte considerable de su población.
Después de medio siglo de revolución cubana, la democracia ha demostrado ser más revolucionaria, más capaz de resolver la pobreza y más eficaz en lograr la participación ciudadana a través del voto y las organizaciones de la sociedad civil. En democracia si divides a tu país perderás. Resolver la exclusión social a costa de la exclusión política conduce a conflictos permanentes y a la pérdida de capacidades vitales para el desarrollo. Cuba ha perdido miles de científicos, escritores, artistas y emprendedores, una gran parte de ellos de izquierda y eso mismo está ocurriendo en Venezuela. La sangría intelectual cubana ha sido tal, que no se puede separar el exitoso desarrollo de Florida del exilio cubano.
Es imposible que un pensamiento único derive en progreso. La clave del desarrollo está en la interacción dialéctica entre diversidad, diferencias, pesos, contrapesos, alternancias, aciertos y errores. Las libertades, las leyes y las instituciones son más importantes para los pobres que el paternalismo autoritario. No querer dejar los gobiernos, envejecer en el poder y heredarle a parientes el gobierno no es revolucionario. La izquierda latinoamericana necesita abandonar el mito cubano para asumir de una vez por todas a la democracia como su identidad. La dictadura cubana y las pretensiones autoritarias de Chávez son los últimos obstáculos a la madurez política del continente y a la continuación delavance de la misma izquierda. No hay régimen autoritario eterno, Castro y Chávez no permanecerán, como no permanecieron las dictaduras centroamericanas, las sudamericanas y ahora las árabes, no importa si son religiosas o liberales, de izquierda o de derecha, los pueblos siempre terminan hartos y las derrumban.
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