Ronald Reagan siguió a Carter. Pero la pérdida, en 1979, de la influencia de Occidente en Irán y la toma de poder del ayatolá Jomeini sobrevivieron al cambio de presidentes. La “República” islámico persa acaba de celebrar su cumpleaños número treinta y dos.
Después de Obama, habrá otro presidente en los EE.UU., y es de esperar que se comprometerá a reparar los daños hechos por su predecesor.
Sin embargo, temo que algunos de estos daños son irreversibles.
La democratización del mundo árabe es, sin duda, necesaria: es base de la doctrina Bush y parte de la visión del mundo de los neoconservadores. Pero debe incluir el acompañamiento de una potencia hegemónica y benevolente, un trabajo permanente sobre las ideas y la construcción de instituciones.
Lo que ocurrió en las últimas semanas, y continúa mientras escribo estas líneas, es un orden totalmente diferente. Es el efecto de un vacío estratégico, una actitud de apaciguamiento y debilidad. Es también el resultado de una desestabilización deliberada.
Cuando un presidente de los Estados Unidos es débil e incompetente, esto siempre conduce a consecuencias negativas. Cuando este presidente es, por otra parte, dogmático, marcado por ideas anti-americanas, llenas de pasividad y anticolonialismo vis-à-vis del islam, resultan consecuencias mucho más graves. Estamos, con Barack Hussein Obama, en presencia de un presidente débil, incompetente y dogmático: estas características definen lo más detestable de la “Doctrina Obama”, que sustituyó a la doctrina de Bush, y de la cual ahora estamos viendo los efectos.
Lo que ocurrió en Túnez ha sido una sucesión de motines preparados por diferentes agitadores (véase “La reunión secreta que provocó la rebelión en The Wall Street Journal del 11 de febrero), durante el cual la administración de EE.UU. ha derramado aceite al fuego, antes de estimular al general Ammar a tomar el poder y derrocar a Ben Ali. Esto creó un precedente. Uno de los primeros actos del gobierno provisional fue autorizar la Alnahda (Renacimiento, el partido político islamista tunecino), y permitir a su líder, Rached Ghannouchi volver a Túnez: otro precedente.
Lo que sucedió en Egipto se llevó a cabo bajo el mismo patrón. Disturbios preparados (véase el artículo citado), aceite al fuego lanzado por el gobierno de los EE.UU., incitando a un golpe militar, dirigido esta vez por el mariscal Tantawi; expulsión de Hosni Mubarak; retorno de la Hermandad Musulmana al frente del escenario; regreso al Cairo de Youssef al-Qaradawi (clérigo musulmán sunita), quien fue recibido, en la plaza Tahrir, por una gran multitud.
Jordania también sufre diversos trastornos, resultado de las revoluciones en el mundo árabe, alimentadas, encendidas y mantenidas por Barack Obama.
Los disturbios que tuvieron lugar – y seguirán teniéndolo sin duda – en Bahrein y Yemen son otras réplicas de los dos terremotos que mencionamos.
Una guerra civil- con su descomposición y caos- se lleva a cabo en Libia, incluyendo una evidente implicación de los islamistas: siguen repercusiones de los acontecimientos en Túnez y El Cairo, y pudimos observar, apenas, la “firmeza”de Obama frente al coronel Gadafi.
Todavía nadie puede saber cómo estas revoluciones se completarán; pero podemos avanzar algunas predicciones:
a) El probable resultado final no será una mayor democracia en la región sino la aparición de “democracias islámicas”, acompañadas de un aumento cada vez mayor de restricciones a libertades. Las poblaciones, en definitiva, no serán más libres que en el tiempo de los dictadores, sino menos.
b) Estos trastornos tendrán como resultado final sociedades más pobres, más caóticas, más hostiles al mundo occidental, Estados Unidos e Israel.
c) El país que sacará mayor ventaja de la situación, sin duda, es Irán. Irán ya ha recibido señales de fidelidad por parte de Arabia Saudita y Egipto, sin los cuales los buques de guerra iraníes no hubieran podido hacer escala en Djeddah, antes de cruzar el Canal de Suez.
d) El país que se enfrenta, en el contexto inmediato, a un peligro muy grande, es Israel. Eso no es casualidad.
e) Los mayores perdedores, sin embargo, son los EE.UU., quienes viven una especie de juego final en el Oriente Medio. No sólo la alianza con Egipto seguirá siendo, en el mejor de los casos, una apariencia; Arabia Saudita, a su vez, se ha dado cuenta de que, con Obama, la alianza con Washington ya no le ofrece ninguna garantía, sino todo lo contrario. Creo que los líderes israelíes también, entienden muy bien la situación. Barack Hussein Obama no ve, desde luego, las cosas de la misma manera, y piensa otorgar a los EE.UU. el lugar “que se merecen”.
f) El gran perdedor, en última instancia, es la libertad, en todas sus formas, la libertad de expresión y de creencia, la libertad política y la libertad económica. Recordaremos, en breve y con pesar, el papel y el lugar del Canal de Suez en el comercio internacional. Los precios del petróleo sufrirán un aumento, al igual que los productos agrícolas. El Presidente Obama probablemente distinga las “oportunidades” de este hermoso panorama.
g) La región del mundo que más sufrirá, a mediano plazo, por el debilitamiento de Occidente en el Oriente Medio, será Europa. El viejo continente verá acelerarse el flujo de inmigrantes procedentes de países desestabilizados, y el aumento de los precios del petróleo y de los alimentos mantendrá a Europa en un estancamiento parecido a un declive. Sin embargo, Europa no le interesa a Barack Obama.
Todavía nadie puede saber quién escribirá la historia ni cómo, ni quien sucederá a Obama, pero ya podemos anunciar que Obama fue el presidente que permitió el deterioro masivo de los intereses del mundo libre. Alguien que suscitó y desencadenó los procesos que se le han escapado de las manos.
Obama seguirá siendo por mucho tiempo en las mentes , quien “superó” a Carter. En comparación con Obama, Carter fue un niño de coro y un conservador. Es probable que Carter haya decidido hacer daño, deliberadamente, a los Estados Unidos y a la libertad en la Tierra, mientras que Obama …
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