MOISÉS NAÍM
¿Quién hubiese imaginado que Muamar el Gadafi pasaría a la historia como el gran creador de consenso internacional? No es fácil poner de acuerdo a las 192 naciones del planeta. Gadafi lo ha logrado. El mundo entero ha denunciado al dictador libio por masacrar a civiles inocentes. El mundo entero, excepto dos jefes de Estado: Hugo Chávez y Daniel Ortega; el eje de los despistados.
Hasta la Liga Árabe le ha retirado el apoyo a Gadafi. Pero Hugo y Dani, no. Seguramente los convenció Fidel Castro, quien mantiene que la violencia en Libia es culpa de la OTAN, y no de Gadafi. En esto, el dictador libio discrepa de su colega, el exdictador cubano. Según Gadafi, detrás de los disturbios en su país está Al Qaeda. Esta diferencia plantea un problema para Hugo y Dani. Quizás, y para evitar tener que tomar partido por Fidel o por Muamar, concluirán que la desestabilización de Libia es una operación conjunta de la OTAN y Al Qaeda.
Pero quien definitivamente no está de acuerdo con el eje de los despistados es otro de sus aliados: Mahmud Ahmadineyad. “Es difícil imaginar que exista una persona que pueda matar y bombardear a su propia gente. Esto es muy feo… Los exhorto a escuchar a su pueblo y reflexionar sobre sus demandas. La gente debe ser libre y tener poder de decisión sobre su futuro. Todo el mundo está en shock con lo que está pasando en Libia… deben hacer caso al pueblo”, declaró el indignado líder iraní. Este es otro candidato al eje de los despistados. Pero por una razón distinta: el pobre Ahmadineyad no parece haberse enterado de que, al mismo tiempo que hacía estas declaraciones, su Gobierno estaba reprimiendo salvajemente a sus opositores -de nuevo-. Cuando descubra que no hay mucha diferencia entre él y Gadafi seguramente tendrá un shock tan profundo como el que le produjo ver la manera en la que el libio trata a su pueblo.
Las tensiones entre Gadafi y Ahmadineyad no son nuevas, y una reveladora manifestación de ellas es que el líder iraní nunca recibió el Premio Gadafi de los Derechos Humanos. Este premio, creado en 1988, se otorga anualmente a quienes “hayan colaborado de forma sublime en la prestación de servicios humanos destacados o en la realización de labores gloriosas en defensa de los derechos humanos” (sic). A Hugo le tocó en 2004 y a Dani en 2009. Unos años después, Chávez correspondió al reconocimiento del libio obsequiándole una réplica de la espada de El Libertador, explicando además que “Muamar el Gadafi es para los libios lo que Simón Bolívar es para los venezolanos”. Casi nada.
El presidente venezolano no es el único que ha distinguido al líder libio en el campo de los derechos humanos. El 4 de enero de este año, el Consejo de Derechos Humanos, órgano de Naciones Unidas, publicó su informe sobre Libia. El texto no contiene ni un asomo de crítica al Gobierno de Gadafi y más bien resalta que “varias delegaciones expresaron su reconocimiento al compromiso del país con la defensa de los derechos humanos…”. La delegación de Brasil, por ejemplo, enfatizó “el progreso social y económico de Libia y reconoció sus esfuerzos con respecto a personas con discapacidades”. Myanmar compartió estos conceptos. Por su parte, “Bielorrusia notó con satisfacción que Libia suscribía todos los tratados internacionales sobre derechos humanos y cooperaba con los organismos de dichos tratados”.
La resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas que creó el Consejo de Derechos Humanos establece que, al votar por los países que aspiren a formar parte del mismo, “se debe tomar en cuenta su contribución a la promoción y protección de los derechos humanos”. Libia fue elegida con el apoyo de 155 países.
Pero ni siquiera este baluarte de la hipocresía internacional pudo mantener a Libia en su seno. Así, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, después de largas deliberaciones, concluyó que la contribución de la Libia de Gadafi a los derechos humanos había caído por debajo de los estándares aceptables y la expulsó.
Pero Hugo y Dani no abandonan a sus amigos. “No voy a condenar a Gadafi… a mí no me consta que sea un asesino”, dijo el presidente de Venezuela.
Y al oír esto me vino a la mente la vieja frase de George Orwell: “El lenguaje político… está diseñado para que las mentiras suenen a verdades y que el asesinato sea respetable”.
No; los despistados no son ellos. Son quienes les creen.
EL PAÍS
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