VIRGINIA CONTRERAS
Hace algunos días el presidente Hugo Chávez ofreció su mediación ante el dictador Gaddafi, a los fines de lograr la conformación de una comisión integrada por países amigos, para lograr “un diálogo con las partes en conflicto en Libia, y así evitar el derramamiento de más sangre”.
Inicialmente la mediación fue rechazada. Saif al Islam Gaddafi, hijo del dictador, principal candidato a sucederle -por lo menos antes de que se produjeran tales hechos-, y quien cuenta con experiencia en mediación política, al haber negociado con “Al Qaeda” la liberación de presos pertenecientes al “Grupo Islámico Combatiente Libio”, vetó anticipadamente la propuesta venezolana. Por su parte, las facciones rebeldes al régimen, rechazaron la moción, condicionado cualquier posibilidad de diálogo con la salida irrevocable del poder del gobernante libio.
Salvados los primeros obstáculos, la oferta en cuestión ha sido aceptada por el gobierno de Libia. De hecho el propio canciller de ese país, en carta enviada al presidente Chávez, manifestó el deseo de que se conforme una misión formada por “los Estados activos e influyentes de América Latina, Asia y África”.
Las razones de la inclusión de estos sectores son obvias si consideramos la estrecha relación que el gobierno libio ha mantenido con gobiernos de la América Latina, el marcado interés que ha venido desarrollando China en la extracción de recursos africanos, compitiendo con los Estados Unidos y la Unión Europea (de hecho el propio Gaddafi ha amenazado con venderle petróleo a dicho país, en perjuicio de sus clientes tradicionales); y la evidente inclinación de los gobiernos africanos por sistemas dictatoriales, así como su coincidencia ideológica a favor de la creación de un Estado Palestino, y su condena del régimen sionista.
Organizaciones, como la Liga Árabe, a pesar del carácter no vinculante de sus decisiones, han admitido por lo menos, discutir la propuesta venezolana. En el caso de Latino América, los gobiernos pertenecientes a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (“ALBA”), y cuyo liderazgo y financiamiento depende fundamentalmente del gobierno bolivariano, han decidido impulsar el diálogo.
Pero así como ciertos gobiernos pudieran mantener algún interés en la permanencia del dictador libio, la gran mayoría de los gobernantes del mundo han manifestado su rechazo ante los dramáticos sucesos producidos en el país africano. De más está decir que gobiernos como los de Estados Unidos y Francia han rechazado de plano la mediación del gobierno venezolano. Incluso, los representantes de los Estados Unidos, Colombia y el mismo Embajador Adjunto Libio, ante las Naciones Unidas, han criticado rotundamente la posición del Presidente Chávez, quien desde sus inicios expresó sus “dudas respecto a la veracidad de los hechos de sangre que se le atribuyen al gobierno de Libia”. Gobiernos, como el de España, a pesar de su dependencia del petróleo y gas natural del Medio Oriente, han criticado abiertamente al régimen libio.
Pero si alguno sorprendió, ha sido el presidido por la debutante presidenta del Brasil, cuya ministra de Derechos Humanos, demostró ante las Naciones Unidas, el notable cambio de posición política de ese país, al manifestar categóricamente que, “Ningún gobierno se sustentará ya por la fuerza o por la violencia. Ningún liderazgo perdurará en medio de la exclusión, el desempleo y la pobreza. Ningún pueblo soportará ya en silencio la violación de los derechos humanos”. Esto, sin considerar, con que precisamente, aquellos países con los cuales pareciera contar el dictador Gaddafi, como el mismo Brasil, Argentina y Méjico, aprobaron precisamente la suspensión de Libia del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Mientras pasan los días, el gobierno libio busca aprovechar el tiempo, tratando de recuperar la zona oriental de su país, lugar en donde se encuentran los hidrocarburos, elemento con el cual el gobernante cuenta para ejercer su poder frente al mundo.
Dentro de Venezuela, la reacción no se hizo esperar. Demasiado fresco está el bochorno, y la indignación, de muchos venezolanos frente al dedo acusatorio de la comunidad internacional, apreciando cómo su Presidente ha hecho migas con los más indeseables dictadores y jefes de Estado del Planeta. Y es que cuesta digerir dicha oferta, cuando prácticamente ha dado la vuelta al mundo la imagen, para entonces publicitada por el mismo gobierno bolivariano, de su mandatario, reconociendo como “hijo ilustre”, al dictador africano, a quien comparó con el mismo Libertador, Simón Bolívar.
¿Pero qué hay detrás de todo esto, para que, a riesgo de un contundente rechazo internacional, el presidente de Venezuela haya decidido presentar su mediación?
Si analizamos de buenas a primeras la sugerencia del Presidente Chávez, ésta pareciera no tener ni pies ni cabeza. Máxime, si consideramos, como recalcó el primogénito Gaddafi, la diferencia sustancial, y el desconocimiento total, que el ofertante posee respecto a la cultura libia y los intereses de su gobernante. No obstante, si algo ha caracterizado al presidente de Venezuela, es la astucia para presentar sus ideas con el mayor desparpajo, aún a sabiendas del precario apoyo que la misma pudiera recibir de parte de los interesados.
El hecho es que, después de un silencio sepulcral frente al escenario de sangre que presenta Libia, vemos a un Hugo Chávez, abogando a favor de un gobierno, cuyos actos paradójicamente coinciden, con las críticas que el mismo gobernante manifestara frente a las acciones producidas durante la invasión a Irak: muerte de inocentes, familias usadas como escudos humanos por parte de los soldados afectos al régimen, bombardeos a zonas pobladas en donde han volado por los aires seres humanos, ejecuciones de soldados desertores por parte del régimen, pánico entre la población que trata de huir de la zona de peligro, entre otros.
La respuesta es bastante más sencilla que lo imaginable. Teniendo que escoger el dignatario venezolano, entre mantenerse en permanente silencio frente al genocidio libio, o reaccionar airadamente, como el marido ofendido al ser descubierto en una infidelidad, Chávez ha escogido esto último. Para ello ha contado con el asesoramiento directo del único que podría transmitirle confianza. Y es que la experiencia del ex dictador Fidel Castro, en eso de captar la imagen del mundo, es imposible de rechazar. Más aún cuando la suerte de ambos gobiernos, Venezuela y Cuba, dependen la una de la otra.
La orden, más que sugerencia, fue muy simple. No interesa que la mediación resulte, o no. Lo que importa es aprovechar el momento, -cuando todos parecen dudar respecto a qué hacer-, y presentar una oferta infalible, al estar dirigida a “la búsqueda de la paz”. El objetivo no es Libia, el blanco es Venezuela.
Es lo que diríamos una estrategia de “ganar-ganar”. Si la mediación llegase a buen término, el triunfo para el presidente de Venezuela sería indiscutible. Si la mediación no pudiese materializarse, la conducta asumida por el mandatario, en todo caso sería recordada, como poco menos que “loable”. Con ello cuenta el venezolano para afianzar la carrera que ya comenzó a cabalgar, con hechos concretos que en sólo los tres primeros meses del año, lo catapultan hacia las elecciones presidenciales de 2012.
En el caso de la política interna, adicionalmente a la mediación propuesta, el Presidente Chávez inicia el 2011 con una actitud absolutamente candorosa frente a los nuevos diputados electos a la Asamblea Nacional. En transmisión televisiva, desde el hemiciclo del organismo legislativo, pudimos escuchar al Jefe de Estado, prácticamente rogar a sus opositores el modificar los mensajes de odio, tratarse como oponentes y no como enemigos, y dejar de sabotear su gobierno.
Para quienes conocemos la realidad venezolana, tales afirmaciones no podrían corresponder más que a un mal chiste. Pero para quienes apreciaron la estudiada conducta del candidato-presidente, y observaron el silencio de los diputados presentes, la percepción no necesariamente es la misma. No en vano, tales expresiones fueron transmitidas a todos los canales de televisión de suscripción por cable internacional, siendo observadas por ciudadanos de habla hispana, corresponsales extranjeros, analistas políticos internacionales y autoridades gubernamentales mundiales.
El mandatario venezolano ha sabido aprovechar otras circunstancias. Siguiendo los pasos de su homólogo cubano, a raíz de una huelga de hambre en la cual participaron estudiantes venezolanos, utilizó la ocasión para liberar a cierto número de presos políticos, a sabiendas de la inexistencia de una causa penal para su reclusión.
Si bien la motivación de la huelga estudiantil fue modificada durante el transcurso de la misma, ésta llegó al punto de exigir la revisión de los casos de los presos políticos en general. Es así como el mismo Chávez no perdió oportunidad para deshacerse de un nudo, que muy probablemente en otras oportunidades no hubiera podido desatar. Razón tenía el comandante Castro cuando le advertía del arma de doble filo que representa ordenar la prisión de inocentes, porque si bien, por un lado, la medida puede resultar ejemplarizante, su prolongación en el tiempo, y su extensión en cantidad, termina por revertir la amenaza. De allí que la respuesta no se haya hecho esperar: El gobierno bolivariano concede la libertad parcial de los ciudadanos (hecho que siempre facilitará el contar con la amenaza de su posterior reclusión), los estudiantes logran uno de los objetivos deseados, y el mundo, nuevamente, aprecia la actitud del gobernante, quien magnánimamente ha facilitado la libertad de los opositores detenidos.
Así nos dirigimos al 2012, entre llamadas al diálogo por parte del jefe de Estado, interpelaciones televisadas de los representantes de los poderes públicos ante la Asamblea Nacional, libertad de presos políticos, súplicas de conciliación hacia la oposición venezolana, y ahora ofertas de mediación de paz internacional. Mientras esto sucede, el país democrático está sumido entre pre candidaturas presidenciales y debates legislativos. Todos miran, nadie ve.
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