15 de marzo 2011
MOISÉS NAÍM
La revista Forbes acaba de publicar su lista anual de las personas más ricas del mundo. No hay sorpresas. Aumentó el número de milmillonarios, así como su patrimonio promedio (3.500 millones de dólares). Y si bien la mayoría sigue siendo estadounidense, su porcentaje está declinando, mientras aumenta el de los ricos de países pobres. Así es: países como China, Brasil, India, México, Turquía, Ucrania o Rusia producen muchos megamillonarios. Y examinando quiénes son y cómo han hecho sus fortunas, resulta que en estos países pobres estar cerca del Gobierno es una ruta más segura para llegar a la lista de Forbes que estar cerca de los consumidores. El factor crítico del éxito de muchos de estos multimillonarios es el Estado, y no el mercado.
Estudié la lista de los más ricos mientras leía un libro sobre cómo y en qué gasta su dinero la gente que gana un dólar al día, es decir, el 13% más pobre de la humanidad. Es el ensayo más interesante que he leído en mucho tiempo. Se llama Poor Economics (https://pooreconomics.com/) y sus autores son Abhijit Banerjee y Esther Duflo, dos profesores del Instituto Tecnológico de Massachusetts. El libro -que será publicado en inglés en abril y supongo que pronto será traducido a otros idiomas- es asequible a cualquier lector. Está lleno de sorpresas y va a cambiar nuestra manera de pensar sobre la pobreza y lo que se debe hacer para aliviarla.
Los autores son alérgicos a las grandes generalizaciones (“hace falta aumentar la ayuda internacional a los países pobres” o “la ayuda internacional no funciona y es contraproducente”). También son escépticos frente a afirmaciones no sustentadas en datos verificables y son obsesivos en obtener información directamente de los protagonistas del libro: las personas que ganan (y deben vivir) con un dólar al día. Banerjee y Duflo recurren a estadísticas, observaciones, entrevistas y a experimentos controlados que someten a pruebas empíricas las presunciones que se tienen sobre las causas de la pobreza o en las que se basan las políticas gubernamentales destinadas a ayudar a los pobres. Su mensaje central es que estas políticas muchas veces fracasan porque se fundamentan en suposiciones erradas con respecto a los pobres, sus circunstancias y su conducta.
El libro está repleto de resultados que contradicen creencias muy arraigadas. Sus estudios de campo revelan, por ejemplo, que quienes viven con un dólar al día no pasan hambre. Si estuviesen hambrientos gastarían todos sus ingresos en comida. Pero no es así. Los datos que Banerjee y Duflo recogieron en 18 países revelan que la comida representa entre el 36% y el 79% del consumo de los pobres que viven el campo, y entre el 53% y el 74% de quienes viven en las ciudades. Y por cada 1% de aumento en sus ingresos, solo el 0,67% lo consumen en comida. Y ese aumento no se destina a obtener más calorías, sino calorías que saben mejor: “Los pobres gastan el 7% de su presupuesto total en azúcar, que como fuente de calorías es más caro que los granos y carece de valor nutricional”. ¿Por qué Oucha Mbarbk, un marroquí en pobreza extrema, hizo esfuerzos extraordinarios para comprar una televisión, una antena parabólica y un aparato para ver películas en DVD? ¿Por qué no es cierto que tener muchos hijos empobrece aún más a los pobres? ¿Y por qué los más pobres necesitan pedir prestado (pagando un interés del 42% anual) para poder ahorrar? ¿Por qué para los niños más pobres ir a la escuela no implica obtener más educación? Cada año mueren 9 millones de niños antes de cumplir cinco años y, de estos, uno de cada cinco muere de diarrea. Son los hijos de quienes viven con un dólar al día. Muchas de estas muertes podrían ser evitadas si se usaran más ampliamente soluciones de rehidratación oral, cuyos ingredientes básicos son sal y azúcar. Sin embargo, esto no pasa. En la India, un tercio de los niños menores de cinco años con diarrea nunca recibe rehidratación oral.
El libro no solo hace preguntas cruciales, sino que ofrece respuestas y también aporta soluciones prácticas. Su conclusión es que la conducta de los pobres responde a incentivos, depende de la información que tienen (con frecuencia insuficiente o errada) y al muy racional manejo que hacen de los enormes riesgos que enfrentan.
No; no son distintos del resto de nosotros. Pero hasta ahora los hemos tratado como si lo fuesen. Lea este libro y verá el mundo de otra manera. Y a los ricos de Forbes también.
EL PAÍS
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