La muralla preside la ciudad desde las alturas.

JOAN CASTRO

Los vigías medievales se apostaban en las torres que ahora el visitante recorre, como la del Telégrafo o la del General Peralta, para poder repeler los ataques bárbaros. La panorámica de la ciudad que se observa desde los actuales miradores ha cambiado mucho desde que la muralla fue construida y reconstruida. Los arqueros se transmutan en turistas y ya no están al acecho, solo contemplativos.

A los orígenes romanos de la muralla le sucedieron reconstrucciones medievales realizadas entre los siglos IX y XV. Ahora el visitante camina entre magnolios, pinos y enredaderas para adentrarse en las escaleras que ascienden hasta lo alto del muro carolingio. Se deja atrás la Iglesia de Sant Lluc y a la derecha la Catedral mientras los escalones se tornan en angosto pasillo.

Enfila la rectilínea muralla desde el Paseo Arqueológico hasta la Torre del Telégrafo, que data del siglo III y XIV, donde una talla de madera observa la ciudad desde su reja y una escalera de caracol conduce a lo más alto del mirador. Atrás queda la tranquilidad de los Jardines de la Francesa.

Ahí, en lo alto de la torre, el macizo del Montnegre se extiende majestuoso, dejando ver el Turó de l’Home y las Agudes. Más cerca, la rivera del Onyar y la fachada trasera de la Catedral se dibujan ante los ojos del viajero. Los tejados y las terrazas de la ciudad moderna se suceden a lo largo del camino.

La ciudad a los pies del visitante se convertirá en compañera fiel mientras la catedral va quedando atrás. Pronto se llega a la Torre de Sant Domènec, del siglo XIV, cuyo maestro mayor, Pere Sacoma, participó también en la construcción de la Catedral. Otra vez las montañas cercanas asoman entre las nubes. A nuestros pies, el Jardín de los Alemanes.

El paseo avanza por el estrecho pasillo que forma la muralla hasta la Torre del General Peralta. En esta ocasión, la vista se dirige hacia las márgenes del río Onyar, de las que cuelgan casas rosadas, amarillas y ocres, al estilo de la Toscana.

El recorrido llega a su fin en la plaza del General Mendoza, a unos pasos del centro histórico de Girona y del Call. Atrás quedan las vistas de Girona desde las alturas y los Jardines de la Muralla que marcan el final de la ruta por la muralla gerundense.

El Call

El barrio judío de Girona es uno de los mejores lugares sefardíes conservados de España. El trazado que ahora se recorre sobre sus adoquines es medieval. Por sus estrechas calles y recovecos casi se puede respirar el aire de los comercios y orfebrerías de antaño, ahora librerías dedicadas a la religión judía.

Call, que proviene del hebreo kahal, es el nombre que se dio a la zona donde habitaban los judíos a partir del siglo XII, después de que dejaran los alrededores de la Catedral. Sin embargo, los primeros asentamientos mosaicos en la zona datan del año 888, cuando alrededor de 25 familias empezaron a instalarse en la calle de la Força. El barrio muestra el típico trazado tortuoso y empedrado, con escaleras y arcos donde refugiarse de la lluvia.

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