MILLY COHEN
Nunca le importó ser el último del paquete. Es más, ni siquiera se vió a sí mismo como el último, sino como el primero, como el soporte de todos, la protección el sostén.
Además, ser diferente del resto le permití adquirir un valor distinto, agregado. Y es que el pan de caja, el último o el primero, como quiera vérsele, aquél que los demás consideraban como la tapa, es el protagonista de esta historia. Y a pesar de siempre creer que era especial y único, y eso le había gustado, dejó de hacerlo cuando le llegó el turno de ser usado. El había visto como los demás compañeros habían servido para formar sándwiches, dos panes, un sandwich, uno encima, el otro debajo y en medio pollo, jamón, queso o crema de cacahuate, pero al final, siempre un sandwich. El quiso hacerlo también pero se topó con que él estaba solo, nadie combinaba bien con él, y a nadie le interesaba hacer un delicioso sandwich con la tapa del pan.
Entonces, fue descartado, desechado y olvidado en el fondo de la bolsa de plástico que guardaba el pan. Pero él no se conformó y quiso ser alimento de alguien antes de ser triturado para convertirse en pan molido y empalizar alguna milanesa. No, él no sería migajas, él quería formar pareja y nunca ser del montón.
Entonces comenzó su búsqueda e intentó emparejarse con biscochos, panes árabe, chapatas, bolillos, pero con ninguno hacía buen equipo. Incluso lo intentó con panes extranjeros, aunque desconociera su idioma. Intentó emparejarse con bagels, croissants y panes italianos para hacer pizzas, pero nunca embonó bien.
Para entonces, la tapa del pan se comenzaba a secar, su corazón se endurecía a la vez que su consistencia también lo hacía. La búsqueda de una pareja nunca es fácil, no es como dicen “pan comido” y menos en este caso. Muchas veces el problema en este tipo de búsquedas es que limitamos nuestras opciones, creemos que sólo los de nuestra especie pueden complementarnos, consideramos que la pareja debe ser de nuestra raza, cultura o color. No contemplamos la posibilidad de hacer equipo con alguien muy distinto, en este caso, a nuestra forma y consistencia.
En esta historia, la mermelada de fresa, mujer libre, sin prejuicios ni limitaciones, buscando pareja, se encontró con la tapa del pan y untándose a su cuerpo, halló a su otra mitad y halló la paz y la felicidad. Así, el pan y la mermelada se emparejaron y aunque sandwich no formaron, solos no se quedaron.
Creo que todos, aunque seamos el último de la bolsa, el que nadie quiere o el desigual, podemos encontrar pareja. Sólo es cuestión de no considerarnos migaja.
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