ETHEL BARYLKA
Una lectura del inicio del libro de Shemot – Éxodo- permite descubrir que sus protagonistas fueron mujeres y son ellas las que hasta el día de hoy, no han cejado en su empeño de liderar procesos semejantes, aún cuando el crédito por su acción quede oculto tras las bambalinas
“Israel fue redimido de Egipto por los méritos de las mujeres pías que vivieron en esa generación,” (Sotá 11b). Este texto continúa sorpresivamente con un relato casi surrealista: “Que a la hora que iban a extraer agua, el Santo Bendito les proveía peces pequeñitos en sus jarras y extraían mitad agua y mitad peces… y lo llevaban a sus maridos al campo y los aseaban y los untaban con aceites y los alimentaban y les daban de beber y tenían relaciones con ellos… y como embarazadas volvían a sus casas…”
Y así continúa el midrash relatando el nacimiento y la salvación de los hijos.
Las mujeres de Israel se destacan en esta escena por su osadía y perseverancia, por su rebeldía y por su desafío. Inmersas en el sufrimiento infinito de la esclavitud, se preocupaban por sus parejas y por su procreación, desafiando la orden del Faraón que había ordenado la muerte de todo recién nacido: “Entonces el Faraón dio a todo su pueblo esta orden: ‘Todo niño que nazca lo echaréis al Río; pero a las niñas las dejaréis con vida’” (Ex. 1:22).
La historia del Éxodo, está signada por la acción de las mujeres, protagonistas sin parangón. Desde las anónimas esclavas del pueblo hasta Puá y Shifrá, las parteras y Iojeved, madre abnegada, Miriam hermana y líder, Tzipora esposa de Moshé perteneciente de la aristocracia madianita, hasta la hija de Faraón, cuyo nombre no es recogido por el texto bíblico, salvadora del liberador. Mujeres del Éxodo que continúan la saga de las mujeres del Génesis, las matriarcas, forjadoras de la identidad primigenia. “El rey de Egipto dio también orden a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Shifrá y la otra Puá, diciéndoles: ‘Cuando asistáis a las hebreas, observad bien en el asiento de parto, si es niño, hacedle morir; si es niña dejadla con vida.’ Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños”… (Ex. 1:15-17).
Shifrá y Puá se resistieron y no tardaron en ser llamadas al orden, debiendo explicar su desacato: “Llamó el rey de Egipto a las parteras y les dijo: ‘¿Por qué habéis hecho esto y dejáis con vida a los niños?’ Respondieron las parteras al Faraón: “Es que las hebreas no son como las egipcias: ki jaiot hena, -son más robustas- o textualmente son “como animales”, no necesitan de parteras, hacen nacer a sus críos sin ayuda, o quizás “tienen más instinto de vida”, -aman a la vida y por ello hacen nacer…, y antes que llegue la partera ya han dado a luz”.
Las parteras, mujeres, conocían a las mujeres, que tienen la fuerza de la vida, el ímpetu del instinto, la fuerza de Eros. La mujer, hija de Java-Jaia, del verbo vivir, madre de todos los vivientes (Conf. Génesis, 3:20), amaba la vida de sus críos y no permitiría su muerte, la mujer-vida, no puede ser derrotada por ninguna dictadura.
La figura femenina de Iojeved, madre de Moshé, amerita un tratamiento particular. Se convierte en protagonista desde el mismo instante que decide traer a su hijo al mundo, como otras muchas mujeres, pero, también esconde a su bebé hasta los 3 meses y para salvarlo permite sea arrojado al río. Miriam, la hermana mayor, ha quedado más firmemente fijada en nuestra memoria. Atisba desde los juncales y observa la suerte de la canasta que lleva a su hermano hacia su destino. Miriam, no sólo profetiza anunciando el nacimiento de su hermano, es, según diversas versiones midráshicas, también la responsable de los nacimientos de muchos otros israelitas.
Citemos aquí otro relato talmúdico (Sotá 11a): “Amram, padre de Moshé deseoso de obedecer la orden del Faraón, (de no traer varones al mundo), se separó de su esposa, y siguiéndole, hicieron lo mismo otros hombres de Israel, por lo que Miriam le dijo: “Padre, tu decreto es más difícil que el de Faraón, ya que el Faraón dispuso su orden para evitar el nacimiento de los varones pero tu impides el nacimiento también de las niñas”… “La decisión del Faraón tiene consecuencias sólo en este mundo, pero la tuya, también ejecuta consecuencias en el mundo venidero. El decreto del Faraón, quizás se cumpla y quizás no se aplique, pero, tú, hombre justo, conseguirás que tu decreto se cumpla”. Amram reaccionó regresando a su esposa y tras él hicieron lo mismo los otros hijos de Israel.
El midrash destaca la figura de Miriam no sólo como la responsable de la vida individual de su hermano Moshé sino la de todo el pueblo de Israel. Es Miriam la que propone a la hija del Faraón, conseguirle una nodriza hebrea, garantizando así que su hermano regrese al seno materno y reciba la guirsa deiankuta, -la educación que amamanta de su madre judía-. Es la misma Miriam que luego expresará en nombre de las mujeres y de los hombres las loas a Dios en su canto de agradecimiento, en sus bailes y en sus instrumentos musicales (Éxodo 15:20-21).
Es Miriam la que aparece en el texto sin apellido, sin que se nombre a su esposo Calev ni a su descendencia, porque su mérito es propio. Y el profeta Mija, la ubica en el mismo nivel que sus hermanos: “¿En qué te hice subir del país de Egipto, y de la casa de servidumbre te rescaté, y mandé delante de ti a Moshé, Aarón y Miriam?” (Miqueas 6:4), como que su mérito es similar al de sus hermanos que tuvieron un papel activo en la liberación.
¿Cuál es el lugar de la hija del Faraón en la historia? ¿Por qué habría una princesa de rescatar a un niño abandonado? ¿Por simple compasión? ¿Por el deseo de tener un hijo propio? ¿Para demostrar la disconformidad con la orden de su padre y su rebeldía? –“Bajó la hija de Faraón a bañarse en el Río y, mientras sus doncellas se paseaban por la orilla del río, divisó la cestilla entre los juncos, y envió una criada suya para que la tomara. Al abrirla vio que era un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: ‘Es uno de los niños hebreos’. La princesa no sólo desafía la orden de su padre, Faraón, sino que lo hace bajo sus propias narices: Moshé es criado en palacio.
Moshé el líder de la liberación, que fuera salvado y educado por mujeres, es producto de una combinación extraña entre la herencia cultural de una mujer esclava, miembro de una minoría sojuzgada y una mujer princesa, perteneciente a las elites del país. Moshé es también el esposo de una mujer singular, que al circuncidar a sus hijos lo salva de la muerte.
Tal vez la resolución y la osadía de esas mujeres, ayudó a forjar su carácter en libertad y autonomía, en valor y en acción, para estar preparado a la hora de ser llamado. Son pues las mujeres las que dejaron su impronta en el proceso de Redención por sus propias acciones, y por su relación con Moshé, aunque, como en muchas otras ocasiones, parecerían haber quedado relegadas en la memoria. Son pues las mujeres, las que debemos retomar esos roles y conducir a nuestro pueblo a su liberación definitiva.
La obligación que tenemos las mujeres a muchos preceptos relacionados con la festividad de Pesaj, particularmente en lo referido al seder, pese a que deberíamos vernos exentas de ellas porque dependen del tiempo, se deben a que ‘las mujeres fueron protagonistas de esos milagros’(Pesajim 108 a y b). Y al enseñar el principio, las haremos protagonistas de los futuros.
MUJER Y JUDAISMO
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