ANDRÉS ROJAS JIMÉNEZ
Moisés Naim fue uno de los cuatro ganadores de los Premios de Periodismo Ortega y Gasset, en su edición 2011, que otorga el diario El País de España, galardón que se ha convertido en el principal reconocimiento que se hace al periodismo en español. Asegura que no se esperaba esa distinción ni menos los considerados que acompañan al premio: “Ser uno de los pensadores más influyentes en lengua española” o “una de las voces más sólidas del periodismo en español”.
“Soy un periodista accidental y mi columna se ha transformado en una parte importante de lo que soy, y de mi identidad profesional. Sigo haciendo cosas muy distintas al periodismo”, dice desde Washington, donde reside hace casi 20 años.
—¿Ha cambiado la visión del periodismo de la que tenía cuado fue ministro en Venezuela?
–Lo que ha cambiado es el periodismo.
—¿Por qué?
–Cuando fui ministro no existía Twitter, Facebook ni Internet. Esas son transformaciones fundamentales en el ejercicio del periodismo.
—¿Desaparecerán los periódicos?
–No lo dudo. A largo plazo eso va a ocurrir, lo que no quiere decir que no leeremos algunas cosas que se puedan imprimir en papel, pero la fuente natural de lectura serán pantallas por vía digital.
—En el libro La Rebelión de los Náufragos de Mirtha Rivero usted dice que perdió la esperanza en el país cuando vio gente “muy inteligente” que más que propiciar la caída del presidente Carlos Andrés Pérez, contribuyó con el fracaso que arrastra Venezuela en 20 años. ¿Tiene esperanzas, porque muchas de esas personas siguen presentes en el mundo político o empresarial?
–Siguen presentes pero con menos relevancia. Hay una nueva generación de líderes políticos que los han desplazado en cuanto a influencia.
Quedo perplejo cuando veo que algunos dirigentes de hoy son los mismos de antes, pero también cuando veo a políticos aficionados. No puede haber democracia sin políticos que se dediquen a esa actividad las 24 horas del día, y sin partidos políticos.
—Usted trabajó con CAP que no formaba parte de una nueva generación, tenía más de 65 años de edad, y se reelegía como presidente.
–Cuando se mire en retrospectiva, Carlos Andrés Pérez aparecerá como el político que más camino abrió y más oportunidades dio a la gente joven. Compárese eso con el rol que en cambio tuvo Caldera.
—¿Y el presidente Chávez le abre las puertas a la gente joven?
–Chávez ha dado muestras claras de que su proceso de selección se basa más en la complicidad y lealtad ciega que en el talento, la competencia o la probidad.
—¿Comparte la fecha del 12 de febrero de 2012 para escoger al candidato de la oposición?
–Me hubiera gustado que fuera antes, pero también veo el mérito de escogerlo el 12 de febrero.
—¿Cuál es el mérito?
–Un candidato de la oposición, sometido demasiado tiempo a la maquinaría mediática, política y de inteligencia del Gobierno, puede ser muy debilitante. Será víctima de una masiva campaña de ataques, insultos y todo tipo de trucos para debilitarlo.
—Han pasado cinco años de su libro Ilícito. Cuando se ve lo que ocurre en México, pareciera que los traficantes de drogas están ganando la guerra…
–Durante el tiempo que hice la investigación, que no sólo incluye el tráfico ilegal de estupefacientes, sino también de personas, órganos humanos, armas, productos copiados, o lavado de dinero, no encontré un ejemplo en el que los gobiernos hubieran ganado esa guerra. Lo que pasa en México es un caso más, pero la diferencia está en que hay gobiernos que luchan por ganar esa guerra y otros que se transformaron en traficantes y parte de las redes criminales. Si tuviera que reescribir el libro enfatizaría en la penetración profunda de los narcotraficantes en la maquinaria del sector público.
—¿Esa penetración la percibe en Venezuela?
–Hay evidencia de que sí. De acuerdo con el Gobierno de Estados Unidos hay funcionarios de altísimo nivel del Ejecutivo y de la Fuerza Armada venezolana que son identificados y acusados como líderes de bandas del narcotráfico. El señor Makled ha señalado a varios de ellos.
—¿El caso Makled es el más visible que se ha dado?
–Hay muchos más. Lo que sorprende en Venezuela es cómo una vez a la semana aparece un nuevo escándalo. Pensemos, por ejemplo, en el de la maleta con dólares en Argentina, los aviones que salen del país y aparecen en África o en México llevando drogas, o el señalamiento de Naciones Unidas de que Venezuela es uno de los principales suplidores de cocaína de Europa, o que en Estados Unidos se identifiquen a militares venezolanos como jefes de bandas.
—El hecho de que varios ex presidentes latinoamericanos promocionen la discusión sobre la despenalización del consumo de drogas ¿es una manera de afrontar el problema?
–Claro que sí. Formé parte de la Comisión Latinoamericana de Drogas y Democracia.
Trabajamos año y medio y se produjo un informe que entre muchas cosas recomendó la legalización de la marihuana y abandonar el debate que mantiene en contraposición la legalización contra la prohibición. Hay muchas opciones intermedias que se excluyen de la consideración como políticas públicas porque el debate se coloca en blanco o negro. No es suficiente decir que se permite el uso de la marihuana. Eso viene acompañado de un gasto mayor en salud.
—¿Qué viabilidad le ve a ese asunto en América Latina?
–Es una hipocresía extraordinaria que en países donde las drogas son muy fáciles de conseguir sin casi ningún riesgo, haya tanta estridencia en contra de la posibilidad de reconocer esa realidad. Varios países se han movido en esa dirección como Brasil y Argentina, donde se estudia la posibilidad de revisar las leyes.
—¿La presencia de mujeres como aspirantes a presidentas, o en el cargo de jefas de Estado en América Latina, es una tendencia de mayor participación femenina en la política o una forma para que sus esposos se perpetúen en el poder?
–Es una tendencia que ha tardado demasiado en llegar porque las mujeres han sido históricamente discriminadas y eso está empezando a cambiar, pero desgraciadamente también hay el uso de la mujer para perpetuar en el poder estilos de liderazgo que son indeseables. El caso de Argentina es patético y lo que vemos en Guatemala pertenece a esa categoría.
—Usted fue un crítico del periodismo venezolano. Una vez dijo que los periodistas, junto con los políticos y policías, son las P de la incompetencia nacional. ¿Ha cambiado su posición?
–Lo que ha cambiado con respecto a cuando fui figura pública y había una democracia más vibrante, es que antes ser periodista tenía menos riesgos a sufrir retaliaciones por parte del Gobierno. Ahora admiro la valentía de los periodistas venezolanos. Nunca antes el oficio había sido tan peligroso en Venezuela como ahora.
—Pero usted cuestionó la falta de formación de los periodistas.
–La formación de periodistas no puede estar aislada de lo que sucede en la sociedad. En Venezuela ha habido una declinación importante en la calidad y uso del lenguaje, en la precisión de cómo se habla. Ahora se habla distinto en muchos sentidos y los periodistas reflejan esa degradación.
—¿Cómo se percata de esa degradación?
–La lectura de los periódicos en Venezuela, comparada con la de otras partes, te hace ver que el vocabulario que utilizan las fuentes y quienes las cubren es limitado y menos refinado al que se puede leer en otras partes.
MOISÉS NAÍM
Experto asociado al programa de Economía Internacional del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Sus columnas se publican en el periódico El País, de Madrid, y El Nacional. Premio de periodismo Ortega y Gasset.
EL NACIONAL, VENEZUELA
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