Historias bíblicas: lo que la ciencia ya decifró (y las preguntas pendientes)

MARCELO CORDOVA/ JENNIFER ABATE

Durante los últimos años, una seguidilla de hallazgos ha dado un impulso sin precedentes a la arqueología que estudia personajes y eventos descritos en los Textos Sagrados: desde la existencia del rey David hasta la tumba de Herodes el Grande.

TRAS una agobiadora jornada de trabajo bajo el sol de Israel, el equipo de arqueólogos del Union College de Jerusalén se preparaba para una pausa entre las ruinas de Tel Dan, una antigua ciudad del norte. Pero antes de descansar, Gila Cook -una de las encargadas del equipo- notó una inusual sombra en una de las paredes que habían quedado expuestas, tras excavar lo que había sido la entrada principal.

Era el 21 de julio de 1993 y, según relata la exploradora, al acercarse descubrió un trozo de basalto que sobresalía del piso y que tenía un texto escrito en arameo antiguo. Emocionada, llamó a viva voz a Avraham Biran, investigador en jefe. Su sorpresa fue inmediata: tenían una inscripción sobre una victoria militar del rey de Damasco en el siglo IX a.C. que mencionaba al “rey de Israel” y “la casa de David”.

La noticia fue un suceso histórico y científico. Por primera vez se había encontrado una referencia no bíblica que comprobaba la existencia del monarca, figura central de las escrituras cristianas y reconocido no sólo por sus grandes dotes artísticas y de guerrero, sino por ser un ancestro de Jesús. Luego de siglos de exploraciones y especulaciones, que incluso hablaban de que David había sido inventado por escribas hebreos, se descubría un texto gestado por un enemigo del monarca.

Ése fue el punto de partida de una seguidilla de hallazgos que en los últimos años han dado un impulso sin precedentes a la arqueología bíblica. Una disciplina que surge tras el descubrimiento de los rollos del mar Muerto (1947), cuando los científicos dejan de considerar al texto religioso como una historia que sólo cabía desmitificar y comienzan a usar la Biblia como una brújula escrita para guiar las excavaciones. entre

Los esfuerzos más recientes por escudriñar en los textos sagrados han rendido frutos, al lograr ilustrar episodios como la batalla David y Goliath y eventos relacionados con la vida de Jesús, los que se han ido enriqueciendo con detalles que permanecían perdidos en el tiempo (ver infografía). Sin embargo, en este proceso la ciencia también ha sacado a la luz reliquias que cuestionan algunos pasajes bíblicos, como el Evangelio de Judas, que parece mostrar cómo Jesús le pidió a su apóstol que lo entregara a las autoridades. Este rol de comprobación y, a veces, de refutación, es uno de los principales desafíos de la arqueología bíblica, dice a La Tercera Robert Cargill, arqueólogo de la U. de California.

“La arqueología nos ayuda a mejorar nuestra comprensión de la Biblia. De la misma forma en que visitar un sitio permite comprender su legado histórico. A veces, nos da evidencia que la contradice. Por ejemplo, no hay ninguna prueba del éxodo de los judíos de Egipto o del gran diluvio. Pero también hay muchos hallazgos en Jerusalén y otros lugares que sí apoyan estos textos”, dice Cargill. Y agrega: “La idea es no desechar la Biblia por completo sólo porque algunos pasajes no pueden ser verificados. Este libro es una antigua pieza de literatura, que debe ser examinada por lo que es: una antigua colección de documentos que nos dan información no necesariamente sobre lo que ocurrió, sino sobre lo que la gente creía en el mundo antiguo”.

Comprobando las Escrituras

Si se les pregunta a los expertos cuáles son los hallazgos que han marcado los últimos años, algunos nombres de lugares y personajes suelen repetirse. Uno de ellos es el que asombró al mundo en 2007, cuando los exploradores liderados por el arqueólogo israelí Ehud Netzer anunciaron el descubrimiento de la tumba del rey Herodes el Grande, en Herodium, al sur de Jerusalén. El monarca, nombrado por los romanos para gobernar Judea entre el 37 a.C. y el 4 a.C., es descrito en la Biblia como el impulsor de la llamada “masacre de los inocentes” (al saber del nacimiento de Jesús, ordenó la muerte de los menores de dos años en Belén).

Pero, además de su nefasta fama, fue conocido por su grandilocuente visión arquitectónica, al ordenar la construcción de murallas alrededor de la antigua Jerusalén y la casi mítica fortaleza de Masada, último bastión de la rebelión judía ante los romanos en el 73 d.C. La mayoría de los arqueólogos asumía que había sido enterrado en Herodium, pero fue una monumental escalera de 6,5 m de ancho construida para la procesión funeral de Herodes -descrita en detalle por el historiador Josephus- la que finalmente guió a Netzer a un gran sarcófago destrozado de 2,5 metros de largo. En el interior no había restos humanos, pero sus detallados ornamentos y las edificaciones del lugar hacen que los expertos afirmen que allí estuvo el cuerpo del monarca.

Según explicó Netzer en 2007, el descubrimiento puso fin a 30 años de búsqueda y dio sustento a la mítica ambición de Herodes: Herodium es el único sitio que lleva su nombre y fue elegido por el rey para inmortalizarse, integrando un gigantesco palacio ubicado en la cima de una colina desértica. “Este hallazgo es significativo porque pone en perspectiva a Herodes, una figura clave para el cristianismo”, señaló a The Guardian.

Ilustrar cómo un rey elaboró una majestuosa tumba ayuda, según dice a La Tercera Israel Filkenstein -arqueólogo de la U. de Tel Aviv-, a los especialistas a ahondar en el contexto económico, social, político y demográfico que marcaba la época en que se escribieron los textos. Una opinión que comparte Michael Coogan, profesor de estudios religiosos de Stonehill College (EE.UU.): “Si tomamos el ejemplo de una ópera, la Biblia sería el libreto y la arqueología, el escenario en que transcurre”, indica a La Tercera.

Si bien en los últimos años se han efectuado descubrimientos en varias zonas de Israel -incluyendo una sinagoga en el pueblo de Migdal, donde Jesús habría orado regularmente, y casas de 2.000 años en Nazaret, que revelan un pueblo de apenas 50 hogares y con un estilo de vida humilde-, la gran mayoría se concentra en Jerusalén. Restos de cerámicas y otros objetos muestran que la ciudad fue habitada desde el 4000 a.C., aunque fue el rey David quien la estableció como capital del reino unido, en 1000 a.C.

Y fue su hijo quien edificó el primer templo de la ciudad. El Libro de los Reyes narra como Salomón trajo a su esposa egipcia a la ciudad de David, donde había construido su hogar y una gran muralla. En 2010, arqueólogos encontraron en Jerusalén una gigantesca muralla del siglo X a.C. que brinda sustento a la existencia de un palacio real y una capital fortificada bajo el control de un rey. Además de la estructura descubierta -que tiene 10 m de alto y 70 m de largo-, se halló una monumental torre y un gran pórtico.

“Esta es la primera vez que nos topamos con una estructura que se ciñe a las descripciones de las obras de Salomón. Encaja en la historia bíblica y mejora nuestra habilidad de establecer un nexo con la muralla de Jerusalén. Es muy probable que la Biblia, como las historias de muchas dinastías, preserve un núcleo esencial de verdad”, indicó el arqueólogo Eilat Mazar al sitio de noticias Haaretz.

El capítulo de Jesús

Las evidencias ligadas a los pasajes más recientes de las Escrituras, especialmente a la vida de Jesús, su familia y apóstoles, también están saliendo a la luz en forma de objetos y textos. Ya en 1968 exploradores encontraron los restos de un hombre de unos 20 años en una cueva, al noreste de Jerusalén. Fue un hallazgo considerado único, ya que si bien los romanos eran conocidos por crucificar a miles de rebeldes, ladrones y desertores, nunca se había encontrado una víctima de esta técnica. Y los restos corroboraron la descripción bíblica de esta ejecución: el tobillo izquierdo del hombre presentaba un clavo de 11 cm que lo atravesaba y un pequeño rectángulo de madera entre el hueso y la cabeza del clavo, para evitar que liberara su pierna de la cruz.

La evidencia no sólo corresponde a una época similar a la crucifixión de Jesús mencionada en la Biblia, sino que, según los expertos, da sustento a la descripción de su entierro. Durante décadas se creía que los romanos se limitaban a lanzar los cuerpos en fosas comunes, para que los devoraran los animales y así imponer miedo. Pero el cuerpo mostró que, en ciertas ocasiones, permitían un procedimiento fúnebre como el mencionado en las Escrituras.

Exploraciones más recientes de Jerusalén y sus alrededores han dejado al descubierto referencias no ligadas tanto a la muerte de Cristo, sino que a la imagen que propagaban sus milagros y a los personajes que lo rodearon, como Juan el Bautista. Hace siete años, trabajos en el barrio de Silwan dieron la ubicación de una pileta donde, según la Biblia, Jesús le devolvió la vista a un ciego y en 2008, arqueólogos submarinos recuperaron en la bahía de Alejandría (Egipto) una vasija de fines del siglo 1 d.C. que dice Dia chrstou o goistais (“Cristo, el mago”).

De acuerdo con Franck Goddio, del Centro Oxford de Arqueología Marítima, se trataría de la referencia más antigua conocida de Jesús fuera de la Biblia. Las palabras en la inscripción ilustrarían, además, cómo el cristianismo y el paganismo se entrelazaron durante los primeros años posteriores a la crucifixión. El investigador señaló a Discovery News que es muy probable que algún mago haya escrito “Cristo” en la vasija para legitimar sus propios poderes invocando su nombre: “Es muy probable que en Alejandría -donde, además, se encontraría uno de los palacios de Cleopatra- supieran de la existencia de Jesús y sus legendarios milagros”.

En 2004, los arqueólogos hallaron una pista del legado de Juan el Bautista, al localizar una cueva en Jerusalén que pudo haber sido utilizada por este personaje para algunas de sus ceremonias. El lugar, de 21 metros de largo, fue excavado entre el 800 y 500 a.C. e incluye una serie de tallados del siglo V d.C. que muestran la imagen de un hombre con un báculo. No hay evidencia directa del nexo entre el lugar y Juan, pero el arqueólogo británico Shimon Gibson dijo a Fox News que los tallados, más una piedra usada para el lavado de pies y la proximidad con el lugar donde vivía Juan, hacen presumir que la cueva fue utilizada por él.

“Aparentemente, este sitio fue adoptado por Juan el Bautista, quien quería un lugar al que traer gente y así realizar sus rituales y propagar sus ideas sobre el bautismo”, agregó Gibson. Amihai Mazar, arqueólogo de la U. Hebrea de Jerusalén, señaló a La Tercera que pese a la falta de confirmación del nexo, hallazgos de este tipo ilustran las costumbres y ritos de la época: “Ahora podemos reconstruir la forma en que la gente vivía, cómo se veían los asentamientos, cuál era su economía y su estructura social”.

Objetos de controversia

Claro que los hallazgos no han estado exentos de controversias, casi siempre precedidos espectacularidad mediática. Uno de los episodios más simbólicos en este sentido ocurrió el año pasado, cuando se anunció el descrubimiento del Arca de Noé en la cima del monte Ararat (Turquía). Tras una serie de críticas por sus incongruencias en términos de datación, fue calificado como falso.

Algo similar podría ocurrir con el anuncio de hace pocos días sobre el supuesto hallazgo de dos clavos usados para crucificar a Jesús. El documental, guiado por Simcha Jacobovici (quien hace años dijo haber encontrado la tumba de Jesús), mezcla datos empíricos con una serie de presunciones para narrar el hallazgo de estos objetos en una tumba explorada en 1990 y que, por alguna razón, fueron a dar al laboratorio de un antropólogo en Tel Aviv, donde permanecieron olvidados.

El principal argumento del realizador es que en el sepulcro también se encontró un osario que sí tiene respaldo científico y que tiene un nexo con la muerte de Jesús: una urna con restos humanos y la inscripción de “Caiaphas”, nombre del alto sacerdote que organizó la captura de Jesús. Robert Cargill, quien integra un comité de arqueólogos de EE.UU. dedicado a rebatir anuncios que carecen de fundamentos necesarios, dice a La Tercera: “Este tipo de presunciones son realizadas por aficionados, no por arqueólogos profesionales. Usualmente, son trucos para ganar dinero o convencer a la gente de un cierto argumento de fe”.

Sobre lo que aún los científicos no logran consenso es el Evangelio de Judas. El texto, de 1.700 años de antigüedad y escrito en copto o egipcio cristiano, sigue causando polémica, no porque se dude de su autenticidad, sino por su significado. Si bien la Biblia describe a Judas como un traidor, la traducción inicial muestra al apóstol como el amigo más cercano de Cristo y el discípulo que sacrifica a su maestro a petición de éste, lo que implica una reinterpretación de los textos bíblicos. Otros análisis, sin embargo, postulan que el texto no dice eso, sino que Judas fue un “demonio” y que sí traicionó a Jesús.

Al analizar lo que queda por descubrir, los investigadores se dividen. Algunos mencionan ciudades o más detalles del rey Salomón, pero el mismo Robert Cargill afirma que el requisito clave, tal como ha sido hasta ahora, es descifrar más información sobre la vida diaria de la sociedad en que se elaboraron los escritos: “Un hallazgo soñado sería algo como los Rollos del Mar Muerto, un grupo de documentos que abra una nueva ventana para entender la forma en que pensaba e interactuaba esta gente miles de años atrás. Me encantaría hallar algo escrito en un idioma nuevo y descifrarlo. O encontrar un palacio o templo, porque ningún explorador serio diría que encontró el Arca de la Alianza, la cruz de Cristo o el Santo Grial”

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