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viernes 22 de noviembre de 2024

Pésaj como fiesta doble

GUSTAVO PEREDNIK

La festividad de Pésaj, como otras celebraciones del calendario judaico, combina significados agrícola, histórico, existencial y religioso.

Con todo, Pésaj destaca de entre las fechas judías por lo menos por tres motivos:

a) Su popularidad. Pocas fiestas están tan difundidas a lo largo del mundo judío, y tienen contenidos tan conocidos para el mundo no-judío. (La causa por la que la cristiandad es consciente de Pésaj puede descubrirse a partir de que la famosa Última Cena fue el Séder de Pésaj, y por ello las Pascuas hebrea y cristiana ocurren con poca diferencia de tiempo entre ellas).

b) Su antigüedad. El hecho de que el Seder de Pésaj, con sus treinta y dos siglos de continuidad, es la ceremonia religiosa vigente más antigua de la raza humana, resulta motivo suficiente para conmovernos cuando la reinauguramos año a año mostrando el pan de la pobreza, Ha Lajmá Ania.

c) Su omnipresencia. Ninguna festividad menciona tanto en nuestras fuentes escritas, desde la Torá misma, en la que una buena parte de las mitsvot vienen relacionadas con la liberación del yugo egipcio ocurrida en Pésaj.

Además de los tres mentados, bastante conocidos, hay otro aspecto de Pésaj que la hace particularmente significativa. Para entenderlo claramente, vale la pena contrastarla con las otras dos festividades referidas a la liberación hebrea. Son ellas Purim y Jánuca.

Purim representa sobreponerse frente al opresor en la Diáspora; la derrota de quienes perpetran inmisericordes persecuciones contra los judíos. Jánuca, por su parte, es la victoria por sobre el foráneo que pretende arrebatarnos nuestra soberanía en Eretz Israel. Estos dos son los principales frentes del pueblo hebreo a lo largo de la historia, y digamos que la judeofobia moderna los ha unido en forma bastante clara: quien descarga su odio contra el pueblo judío por doquier suele empezar expresando su encono contra el Estado judío.

Cabe agregar que el rastreo de la judeofobia hasta sus orígenes nos permite llegar a Hecateo de Abdera, el primer pagano que se explayó acerca de la historia israelita, y no excluyó lo legendario de su narración: “debido a una plaga, los egipcios los expulsaron… La mayoría huyó a la Judea inhabitada, y su líder Moisés estableció un culto diferente de todos los demás. Los judíos adoptaron una vida misantrópica e inhospitalaria”.

El relato de Hecateo no ataca a los judíos, pero él es el inventor del primer mito gentil que macula la historia judía, el primero de una extensa y mortífera mitología. Los judíos “habían sido expulsados” y la vida que Moisés “les impuso en recuerdo de su exilio, era hostil a todos los humanos”.

Los escritores alejandrinos posteriores (con algunas excepciones como Timágenes y Apián) repetían siempre que los judíos tenían ese origen humillante. El primer egipcio en narrar la historia de su país en griego fue el sacerdote Maneto, quien escribió en el siglo III que “el rey Amenofis decidió purgar el país de leprosos… que fueron guiados por Osarsiph” (a quien Maneto identifica con Moisés). Menciona a “una nación de conquistadores foráneos que prendieron fuego a ciudades egipcias y destruyeron los templos de sus dioses… Después de su expulsión de Egipto, cruzaron el desierto en su camino a Siria, y en el país de Judea construyeron una ciudad que llamaron Jerusalem”.

El reiterado rechazo por lo judío de los cronistas egipcios podía estar motivado por que la narración del Éxodo ofendía su patriotismo. La religión israelita había hecho del Éxodo de Egipto su creencia central, sinónimo de la aspiración judaica por la libertad. No sorprende cierto despecho por parte de los egipcios, quienes comenzaron por transformar el Éxodo en una gesta nacional de expulsión de indeseables. Para ello, hacía falta denigrar a los supuestos “expulsados” y rebuscar las causas posibles de aquella “expulsión”. Así, los temas del linaje leproso y la falta de sociabilidad aparecen en las obras de aquellos egipcios.

La grafía de la palabra Egipto (Mitzraim) es idéntica a la de metzarím, que designa angustias, penurias. Ergo, no sorprende que provocara despecho en parte de los egipcios, y éstos se dedicaran a transformar el Éxodo en una gesta patriótica de expulsión de indeseables. A partir de entonces, una corriente procuró denigrar a los supuestos “expulsados” y rebuscar las causas posibles de aquella “expulsión”. En las referencias al Éxodo en la clásica obra Contra Apión (c. año 100) de Josefo Flavio, se recoge un relato tomado aparentemente del sacerdote egipcio Maneto, que superponía aquella gesta con una expulsión de leprosos asiáticos.

Pésaj como inspiración

Pésaj combina, en su faceta nacional, ambas liberaciones: la del vulnerable judío sometido al yugo del tirano de turno, y la del pueblo hebreo organizado que busca “ser libre en su tierra”.

Por lo tanto, esta festividad enseña una cristalina moraleja. La marcha de los hebreos hacia la Tierra Prometida intentaba acabar con la opresión de los judíos en el exilio faraónico, y transformó la rebelión en el esfuerzo más positivo: la construcción de Eretz Israel. Los dos componentes aparecen juntos, más visibles que en ninguna otra festividad. Al abarcar los mensajes de Purim y de Jánuca, Pésaj refleja, en el plano nacional, esa doble liberación.

No es casual que el motivo del Éxodo hebreo haya inspirado a la humanidad en su sendero hacia la libertad.

Cuando los Peregrinos huyeron desde las persecuciones religiosas en Inglaterra, portaron con ellos poco más que su devoción por el pueblo de la Biblia, su idioma y su tierra. En 1620, desembarcaron del navío Mayflower en las costas de Massachusetts, para terminar fundando los EEUU, se vieron a sí mismos como habiendo cruzado el Mar Rojo. No los había oprimido el monarca Jorge III, sino el Faraón.

Otro célebre precedente en la historia norteamericana se registró en plena contienda independentista cuando, en 1776, el Congreso encomendó a tres de sus prohombres que sugirieran la forma del escudo nacional. Thomas Jefferson, John Adams, y Benjamin Franklin convinieron en una escena del Éxodo: el brazo de Moisés extendido sobre el Mar Rojo; los israelitas cruzando entre las aguas abiertas protegidos por el pilar de fuego, y el ejército del Faraón sucumbiendo. (La propuesta de escudo no llegó a aprobarse y, en 1782, un nuevo comité sugirió una imagen diferente, en la que la pirámide egipcia simboliza fuerza y permanencia).

John Adams (primer vicepresidente y segundo presidente) y Thomas Jefferson (el “profeta del sueño americano” y redactor de la Declaración de Independencia), eran frecuentemente designados “Moisés y Aarón”.
Un siglo después, los afro-norteamericanos que huyeron a Kansas en 1879, fueron denominados Exodusters: habían inspirado su gesta liberadora en Moisés y el pueblo hebreo.

El motivo se reiteró un siglo más tarde aún, cuando Martin Luther King aceptó el Premio Nobel de la Paz (1964): “El anhelo de libertad se manifiesta tarde o temprano… Moisés se plantó en la corte del Faraón y clamó: ¡Dejad ir a mi pueblo!”

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