ETHEL KATZ BARYLKA
Todo tiene un tiempo bajo el sol.
Tiempo de estudiar y tiempo de recordar.
El Día del Holocausto, Iom Hashoá, es a mis ojos un día de la Memoria y no un día de estudio. En ese día no quiero ni puedo estudiar ni investigar. Quiero tan sólo unirme a la memoria de las víctimas de mi pueblo.
¿Qué más podría decirse de la muerte? ¿Qué más podría agregarse al dolor inconmensurable de semejante atrocidad humana?
Me resisto a mezclar la memoria con especulaciones intelectuales de los eruditos.
Sin embargo, me invitaron enfrentarme a una mirada diferente: la mujer y la Shoá.
El sufrimiento humano y la muerte no tienen diferencias genéricas. Pensar en la niña judía, en la joven judía, en la madre judía, en la Mujer Judía, puede ser una forma digna de reafirmar y especificar el recordar.
El destino de la mujer judía durante el Holocausto -tema que recién se está investigando y estudiando con mayor énfasis en los últimos aסos- tuvo sus características propias.
A la lucha por la sobrevivencia, tuvieron que agregar elementos peculiares: la segregación sexual y la preocupación por los hijos, fenómenos que se dieron ya desde un inicio en las mujeres que quedaron solas o separadas de sus parejas y en aquellas que consiguieron huir hacia otras latitudes.
La propia reinserción en un nuevo marco tanto social general como comunitario judío presentó nuevos desafíos, en un mundo netamente masculino.
Los agresores eran en su mayoría, hombres, el liderazgo de las comunidades judías en las que se reinsertaron, o bien los remanentes de ese liderazgo, eran masculinos.
La asunción de un rol femenino diferente al tradicional conmovió desde la raíz los papeles hasta entonces “clásicos” del desempeño social de la mujer en el seno de la judería europea. Muchas veces la mujer quedaba fuera del círculo de información, teniendo que moverse básicamente basada en su instinto.
La ruptura de los moldes del silencio y la sumisión se manifiestan como una característica general en la narrativa femenina, brindando un aporte importante en la comprensión de la lucha emprendida por los judíos europeos.
Un nuevo y terrible mundo se abría ante ella, además, por ser mujer.
La sobrevivencia en las diferentes etapas posteriores, la ghetoización y los campos de concentración, enfrentaron a la mujer a un proceso de deshumanización y degradación permanente, al cual se sumaron las crueles manifestaciones de segregación, abuso y violencia sexual.
La preocupación por el bienestar de los hijos, su seguridad física y su alimentación, eran temas cruciales. Actitudes y conductas, antes condenadas, se convertían en recursos para salvar la vida. La falsificación de la identidad, el soborno, la seducción, moralmente contrarias a todos los valores aprendidos, eran legítimas herramientas en la lucha por la vida, pero al mismo tiempo carcomían el espíritu con insuperables sentimientos de culpa. La fe en D’os antes ni discutida, se cuestionaba en más de una oportunidad.
El mundo tambaleaba. El universo de la mujer se desplomaba irremediablemente a mayor velocidad aun, mucho antes que asome una nueva identidad.
Gran parte de las memorias femeninas hacen hincapié en elementos importantísimos para la comprensión de lo que las víctimas tuvieron que vivir. Las dimensiones numéricas y las imprescindibles estadísticas, distraen y apartan lamentablemente a veces de los detalles de la vida, existencia imposible, lindante con la muerte.
Duele en particular confrontarse con situaciones impensadas en nuestros días. Muchas mujeres recuerdan con horror los momentos de las necesidades fisiológicas. Impedidas de toda privacidad, el momento del baסo o de la higiene, se convierten en uno de los recuerdos mas traumáticos. El pudor violentado sin remedio, infinitamente día a día, que aun así se mantenía.
El miedo a la esterilidad y la esterilidad concreta, producto de las condiciones de vida del campo, fueron la pesadilla lacerante de gran parte de ellas. La mujer-madre, símbolo y objeto concreto de la fertilidad y la reproducción, era amenazada permanentemente. La joven que ansiaba un futuro, impedida de imaginarlo; la mujer madura que atisbaba a comprender lo que estaba aconteciendo en su ciclo vital que se agotaba, imposibilitada de mantenerlo o de prolongarlo.
La alta tasa de natalidad posterior en los “campos de desplazados” de la Europa de pos-guerra, no fue sólo una victoria o una revancha simbólica sino también una necesidad de reafirmación, y un canto a la vida. El redescubrimiento de la feminidad y del papel de la mujer en la perpetuación de un pueblo casi aniquilado.
Un elemento interesante para ser mencionado y destacado también de la memoria de las mujeres de la Shoá, es la solidaridad, la comprensión y el apoyo. Algunas hablan de un vínculo de hermandad, otras de una relación materno-filial. La mujer en su infatigable capacidad de dar, supo expresar ese don también en los momentos más deshumanizados que la mente pueda imaginar, inventando y reinventando maneras propias de su ser.
Muchas mujeres relatan en su historia un fuerte vínculo con su pasado, la recreación de las memorias de sus existencias y su devenir, del hogar paterno o el hogar propio parecía dar una luz en medio de la oscuridad.
Al pensar en la mujer judía no podemos dejar de ver terribles imágenes: manos de las mujeres cubriendo pudorosas sus partes pudendas, su vergüenza, su deshonor en los instantes de la muerte; brazos cargando a los hijos que no consiguieron huir o morir antes de eso; filas de refugiados caminando extenuados por la indiferente tierra europea.
La imagen de velas de Shabat, mezclada con el olor casi doloroso de una sopa de cáscaras de papas que alimentaría a la familia, en la lúgubre pieza del ghetto. Y la mujer combatiente, y la mujer soldado y miles y decenas de miles de mujeres, hijas de nuestro pueblo, cercenadas en su belleza, en su esplendor, en su espíritu y su cuerpo, deben ser parte del recuerdo.
La mujer y su mundo interno, sus dudas, sus miedos, su coraje y su valor. El dolor en el límite. El límite del dolor extendido hasta el infinito, hasta el fin mismo de la existencia y de la humanidad.
No puede hablarse de la mujer sin hablar de los hijos, de un millón y medio de niños que fueron asesinados, eran hijos de esas hijas de nuestro pueblo. Tamaña cicatriz no cierra nunca, ni en ellas, las que consiguieron sobrevivir, ni en nosotros.
¿Cuáles fueron los pensamientos? ¿Cuáles fueron los sentimientos de esa mujer que no fue encontrada apta para el trabajo y fue aniquilada junto a sus hijos al llegar al campo? ¿Qué pasó por su mente? ¿Qué residuo persiste en la nuestra?
¿Cómo las recordamos? ¿Cómo ellas hubieran querido ser recordadas? ¿En qué medida pensamos realmente en ellas, año a año, al realizar tantos y tan vacíos actos de recordación? ¿De qué manera nos acompañan día a día?
¿Qué es lo que de ellas elegimos llevar con nosotros mismos y transmitir a las futuras generaciones?
Alguna vez alguien dijo que no se puede aprender acerca de la Shoá por que no hay lo que aprender del horror y la muerte. Sólo se puede intentar dignificar sus vidas y sus memorias, como medio para dignificar la nuestra, la de los sobrevivientes.
Encenderé una vela por nuestros muertos, entre ellos las mujeres. Por ellas, agregaré el recuerdo femenino, que las dignificó, que nos dignifica.
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