Juntos venceremos
miércoles 13 de noviembre de 2024

La noche de los nazis criollos

SEMANA.COM

La cita es en la entrada de la Biblioteca Nacional, en medio de la soledad típica de los fines de semana en el céntrico barrio Las Nieves de Bogotá. Mientras la mayoría católica de la ciudad se prepara para el Domingo de Ramos, los invitados llegan para la conmemoración del natalicio de Adolfo Hitler.

Se hacen llamar Tercera Fuerza (TF).Visten con prendas oscuras; algunos llevan abrigos para hacerles el quite a la insistente llovizna y al frío. Con el cabello a ras y las botas relucientes, que no esconden su condición de aparente milicia, uno de los jefes admite que los periodistas de SEMANA ingresen al lugar de la cita, el salón de un hotel cercano al que solamente se accede con invitación y que está custodiado por la Policía.

Se llama Diego y le dicen ‘el Comandante’. El hombre se toma a pecho su papel y prohíbe hacer su trabajo al reportero gráfico hasta que todo esté listo. Es joven, tiene la cabeza rapada, las manos cuidadas, un bigote diminuto y un fuerte olor a loción que, inevitablemente, recuerda a las viejas barberías. “Es un homenaje en este mes al natalicio de nuestro gran líder”, manifiesta y, en seguida, responde una llamada en su celular. “Sí, ‘Cuchito’, sí, sí, ya todo está listo”, le dice con respeto casi reverencial.

A lado y lado del recinto se levantan un par de imágenes de Adolfo Hitler, acompañadas en su parte inferior con el lema de la Alemania nazi: “Ein Volk, ein Reich, ein Führer” (“Un pueblo, un imperio, un líder”). Son 122 años de su natalicio, el mismo número de los convidados a la reunión. Dos banderas rojas flanquean su figura, con la inequívoca esvástica dentro de un círculo blanco.

Nacionalsocialismo a la criolla

Diego porta con evidente soberbia su uniforme negro, sobre el que se asoman varias insignias. Una es el águila imperial del extinto Partido Nacional Socialista de los Trabajadores antes de que se alzara con el poder y fundara el Tercer Imperio Alemán. En otra pueden verse las letras T y F, también con la antigua grafía germana.

Dice que son “una asociación cultural” que defiende “una herencia cultural y ética, amor a nuestra nación y la pertenencia a la familia nacionalsocialista”. Y aclara que solo recurren a la violencia para “defender el ideal, no para imponerlo”. Se califican de anticapitalistas y antiizquierdistas, “de ahí que seamos la tercera fuerza”, concluye.

No se consideran ilegales. Se acogen a los artículos 19 y 20 de la Constitución Política, que garantizan la libertad de opinión y el derecho a expresar pensamientos y opiniones sin fronteras. Esa puerta les permite ser uno de los grupos seguidores del nacionalsocialismo en Latinoamérica con mayores garantías, a diferencia de adeptos nazis en el sur del continente, donde las restricciones son mucho más fuertes.

Están regidos por un triunvirato que toma las decisiones y las imparte a varios departamentos. Elaboran proyectos en diferentes frentes: propaganda, economía, defensa y admisiones y selección. ‘El Comandante’ habla de contar con 8.000 militantes en Bogotá, Medellín, Cali, Pasto, Barranquilla y Bucaramanga, una cifra a todas luces exagerada.

La cúpula se reúne dos veces por semana y el adoctrinamiento se hace con lecturas y cine-foros. Tienen además entrenamiento físico -de tipo militar- que se lleva a cabo en parques o mediante actividades como caminatas y campamentos. La Orden, como se autodenominan también, se sostiene con una cuota fija mensual de dinero que cobra a sus miembros.

Los aspirantes deben llenar un formato de ingreso (en el que la fotografía, por supuesto, es esencial). Hablan de aceptar solo a aquellos que correspondan a perfiles de “personas correctas, alejadas de los vicios, con una vida ejemplar -al menos deben trabajar o estudiar- y no tener antecedentes penales o haber causado escándalos públicos”.

Pero ¿quién es ‘el Comandante’? Un técnico judicial que trabaja como coordinador de seguridad en una empresa, cumple horarios, es soltero, no tiene hijos y vive con su mamá.

Desde los 5 hasta los 80

Las puertas del salón se abren y poco a poco ingresa la concurrencia. La gran mayoría de los que pasan por la puerta no superan los 25 años. Algunos hombres asisten de saco y corbata oscuros, y la mayoría porta brazaletes rojos con la esvástica. Las mujeres llevan vestidos elegantes y abundan las de cabello liso tinturado de colores claros, con cortes nada convencionales.

También ingresan niños, de la mano de sus padres. “Es gente que está dentro de esta comunidad y participa activamente en las actividades. Estamos así más cómodos que si dejamos los niños junto con los hijos de extraños”, explica Diego.

Aparece entonces en escena ‘Cuchito’, que se niega a revelar su identidad. “¿Verdad que es sorprendente ver a tantos jóvenes entusiastas?”, se complace. Explica que, en su mayoría, se trata de personas con estudios superiores, estructurados e ilustrados y de niveles medio y alto. “Son ejemplares, de buen origen socioeconómico, aunque tenemos trabajo de base en barrios de todos los estratos”, apunta.

“Esperamos tener en unos cinco años unos 100.000 militantes, para que podamos constituir un partido. De otra forma, solo seguiremos en la difusión de nuestro mensaje”, expresa, sin rubor.

El ‘negacionismo’

Sobre la pantalla que sirve de telón de fondo a la reunión se proyectan algunos de los discursos del Führer en alemán, con una traducción en una letra de un tamaño apenas visible.

Solo hay gente blanca en el lugar. ‘Cuchito’ se ve a gatas para explicar el evidente racismo. Dice que ahí manda el ‘racialismo’, en el que -según dice- todas las razas están enfrentadas a la judía. Y enseguida echa mano de su posición antisemita con el argumento del “negacionismo”, para intentar pasar por alto el Holocausto, el asesinato de seis millones de judíos en los campos de concentración instituidos por Hitler y demás jerarcas del nazismo. Casi que con desprecio lo denomina como “holocuento”.

La convención no es nueva. De hecho, es la tercera vez que se realiza en el mismo sitio. “Son gente que alquila el salón tres horas, se toma un vinito y se les reparte un par de pasabocas, pero cuando arrancan, el ambiente se pone como pesado”, confiesa uno de los meseros. Justo en ese momento resuena el primer saludo de “Heil Hitler”.

Y si bien no es la cervecería alemana, la Bürgerbräukeller, de Múnich, desde donde Hitler intentó asestar su primer golpe de Estado, hay en el recinto, en el himno Al viento las banderas, en el aspecto de algunos de los asistentes y en el fondo lúgubre del lugar, un ambiente que rememora aquellos tiempos escalofriantes del siglo XX cuando la visión pangermanista, mesiánica y antisemita de un líder diabólico llevó a la humanidad a una conflagración que causó la muerte a 60 millones de personas.

A renglón seguido se cantan con fervor las estrofas de Cara al sol, himno de la Falange Española, que muchos saben de memoria. Y tras un sonoro “Heil Hitler” se brinda con vino dulce español con cubo de hielo incluido.

Las intervenciones se extienden por cerca de dos horas. Un novato, con la candidez propia del primíparo ingenuo, habla de lo orgulloso que está de su ingreso al movimiento y del soporte que prestará a futuro a su hijo, “un niño blanco”.

Una joven también se dirige al público y hace un tributo a la imagen del Führer, mientras otra cuestiona el papel de igualdad que asume la mujer de hoy, que -según dice- naturalmente debe ser el sustento de su hogar. En alguna exposición, incluso, se critica al carrusel de los Nule. Un “Sieg Heil” triplicado contesta a destiempo la audiencia.

Un nuevo grito rasga el aire: “¡Viva Colombia! ¡Viva España!”. Quien lo lanza es un veterano periodista español, Fabio Roca Vidales, militante falangista de 78 años de edad. A continuación, le entregan el título honorario de comandante en jefe de la asociación. Lo acepta con visible emoción antes de exclamar “Heil Hitler”.

Como cierre, ‘el Comandante’, suelta su encendida pieza oratoria. Nuestro movimiento es “pacífico, pero no pacifista”, advierte. Y remata: “Si leyes, personajes y oscuras fuerzas del poder nos censuran y nos acallan la voz, como ha ocurrido en tantos otros países con ciertos camaradas, TF está dispuesto a tomar las armas, a ingresar a la clandestinidad y a morir, como todo nacionalsocialista, en una trinchera y con un fusil al hombro”.

El telón baja. Son las diez de la noche. Durante tres horas Hitler tuvo espacio para volver del más allá. Una oportunidad que en varios países del mundo no solo sería un escándalo, sino un delito.

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