Dijo el escritor de las Crónicas:
En los confines de la noche se discernía el resplandor de los primeros rayos del amanecer. Ellos iluminaban los vestigios de los seres humanos vestidos con ropa a rayas, quienes miraban a su alrededor con ojos muertos. Se han olvidado cómo ser felices, y sus cuerpos rechazaban la comida que se les ofrece. Las palas mecánicas echaban miles de cadáveres desnudos y enjutos dentro de fosas gigantes, que caían unos sobre otros, con los miembros endebles.
En los campamentos de los desplazados, deambulaban enjambres de seres humanos, buscando desesperados a sus familiares, pero con miedo a albergar esperanzas no sea que la esperanza resulte falsa. Los desafortunados que trataron de regresar a sus casas encontraron en ellas también a vecinos hostiles, y más de una vez se salvaron de milagro de ser asesinados una y otra vez. Aquéllos que no sabían nada o que prefirieron no saber, aquellos que se negaron a creer o que se prohibieron creer, miraban a ojos destruidos, sin saber hacia dónde dirigir la mirada o cómo limpiar su conciencia.
Poco a poco la gente volvió a sus hogares, y las familias se reunificaron. La gente volvió, se casaron, y nacieron niños. Una oleada tras otra de sobrevivientes arribaron en oriente, surgió un estado, orgulloso y florecieron centros judíos por todo el mundo. Los trenes nuevamente viajan de vacaciones y las orquestas tocan música alegre en todos los confines de la tierra. Y quien sabe, quizá así buscó el Cielo algún consuelo para que los que sufren y están de luto.
El heroísmo de los valientes que se resistieron fue revelado y proclamado, y se recitó el Kadish por los muertos. Se escribieron libros conmemorativos y se erigieron monumentos para que los que perdieron seres queridos pudieran por fin llorar a sus muertos. Los criminales fueron castigados; los discapacitados físicos o mentales recibieron ayuda. Sin embargo, era imposible contener el ángel de los sueños, que continúa aterrorizando a los sobrevivientes noche tras noche, imposible de silenciar la voz de la conciencia, que golpea y exige una explicación para la malevolencia y para los corazones apáticos.
La variedad de preguntas “¿Señor del Universo, porqué?”, “¿porqué?, “¿porqué nosotros?”, “¿porqué ahora?”, “¿porqué así?”, permanecieron suspendidas en el espacio del universo, se ciernen sobre los hechos humanos, y la respuesta –no existe.
El tiempo dirá qué es lo que hemos aprendido; sólo el tiempo revelará si verdaderamente hemos prestado atención a la voz de la sangre de los que murieron que clama desde la tierra.
No hagan demasiado duelo, pero no se hundan en el olvido de la indiferencia; no permitan el regreso de los días obscuros; lloren, pero también enjuaguen las lágrimas. No perdonen, y no absuelvan, no intenten entender. Aprendan a vivir sin respuesta. Y lo más importante, ¡por nuestra sangre, vivan!
–Tomado del libro “Meguilat Ha Shoá, el Rollo de la Shoá” por The Rabbinical Assembly. Jerusalén, 2006.
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