MAXIMILIANO BORCHES
Si bien es cierto, que la muerte del líder terrorista Osama Bin Laden se encuentra rodeada de misterios y subjetividades, lo cierto es que -físicamente o no- el asesinato del líder de Al-Qaeda, da por enterrada la excusa principal que durante años dio sustento teórico a la doctrina de seguridad del ex presidente estadounidense George W. Bush, y se materializa (o se anuncia), en momentos donde continúan desarrollándose importantes revueltas político/sociales en el mundo árabe, que tienen como efecto directo -para la Casa Blanca- la necesidad de repensar sus alianzas, si pretenden seguir manteniendo su hegemonía.
Con la muerte del líder de Al Qaeda -y ex agente de la CIA- Osama Bin Laden, muere la doctrina de seguridad estadounidense, planteada en su momento por el ex presidente George W. Bush.
Tras los ataques del 11S de 2001, y al igual que una fiera herida en su cuerpo y orgullo, Estados Unidos invadió Afganistán y luego Irak. Desde entonces, y hasta el fin de su mandato, el ex presidente Bush (hijo) cada vez que veía decaer su imagen pública en las encuestas, echaba mano a supuestos videos y grabaciones, donde una voz cavernosa con un inconfundible acento árabe, que supuestamente brotaba de los labios de Bin Laden, amenazaba una y otra vez al Imperio, para luego terminar anunciando que los servicios de inteligencia (la CIA) habían desarticulado un nuevo intento de ataque terrorista contra territorio estadounidense, para que cada ciudadano de aquel país, llegue a su casa feliz y seguro, y pudiera cenar en paz con su familia.
Desde entonces, también, Osama Bin Laden, fue perseguido por cielo y tierra, pero -curiosamente- nunca habían podido dar con su paradero. Y es que Bin Laden, una vez más, había sido funcional a los intereses de la Casa Blanca y del Pentágono. La primera vez ocurrió durante los años ´80, cuando la extinta Unión Soviética invadió aquel país asiático, conocido mundialmente por sus interminables montañas y su producción de opio. Tras recibir un importante apoyo logístico por parte de Estados Unidos y derrotar a la Unión Soviética, Bin Laden y distintos dirigentes tribales, enrolados en el Talibán, asumieron el poder e impusieron un oscurantista gobierno que duró, hasta la invasión de los marines en 2002.
Desde aquella invasión, hasta nuestros días, la figura de Bin Laden se transformó en el ícono que lograba la necesaria coerción interna para que Bush pudiera disciplinar a propios y ajenos, y, mediante el uso de su fabulosa maquinaria propagandístico/mediática, de alguna manera hizo creer al resto de la humanidad, que el “mundo se encontraba en peligro ante la avanzada islámica”. Por este motivo, “pensadores” patrocinados por la Casa Blanca, como Samuel Huntigton, intentaron relanzar la teoría romana de “Civilización ó barbarie” -conocida en nuestras tierras gracias al polémico Domingo F. Sarmiento- al anunciar la trasnochada teoría del supuesto “Choque de civilizaciones”. Esta teoría, fue la que dio sustento a la doctrina de seguridad estadounidense durante toda la era Bush, y fue la que facilitó la impunidad para invadir países árabes y llevar a cabo sistemáticas violaciones a distintas soberanías nacionales de países asiáticos y africanos.
La necesidad de una nueva estrategia
Durante los últimos cuarenta años, la hegemonía estadounidense sobre el Medio Oriente y los distintos países islámicos, se sustentó en una suerte de “mesa de tres patas”: Irán (bajo el antiguo régimen del “Sha” de Persia”), Egipto (durante los gobiernos de Anwar El Sadat y su sucesor Hosni Mubarak) e Israel. De estas tres patas, una fue arrasada por la revolución islámica de 1979 -Irán-, la segunda -Egipto- comienza a tambalear tras la caída del autocrático gobierno de Hosni Mubarak a manos de una fabulosa revuelta popular, y la tercera -Israel- parece ser hasta el momento, la única que queda en pie.
Por lo tanto, en el actual contexto revolucionario de los distintos países árabes, donde es importante destacar que las actuales, son las primeras acciones populares árabes contra sus propios gobiernos, ya que durante el pasado S. XX, las revueltas habían tenido como objetivo terminar con los distintos mandatos coloniales europeos; la relación política que de ahora en más deberá darse la Casa Blanca ante los nuevos grupos de poder que están naciendo, y en particular, hacia los distintos grupos fundamentalistas islámicos, como por ejemplo la “Hermandad Musulmana” en Egipto, deberá ser completamente distinta a la que hasta ahora se venía desarrollando.
Quizás, de ahora en más, ciertos grupos fundamentalistas árabes ya no serán los “enemigos de la humanidad”, y posiblemente la Casa Blanca, si logra incidir en los nuevos gobiernos que van naciendo en el mundo árabe, y no termina muy desgastada tras la campaña contra Kadafi en Libia, concentre todos sus esfuerzos contra el régimen teocrático iraní.
Por lo tanto, y según las señales que dan estos nuevos tiempos políticos para la región, es imperioso para los intereses estadounidenses renovar la “Estrategia Bush” y buscar la manera de encontrar una “Estrategia Obama”, de renovada incidencia económico/política y mayor posibilidad de diálogo, con aquellos sectores de la vida política árabe hasta el momento denostados por la Casa Blanca, y es por esto -quizás- que tras diez años de intervención militar estadounidense en Afganistán y -en menor medida- en Pakistán, aparezca la noticia de la muerte del Bin Laden.
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