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viernes 15 de noviembre de 2024

Fatah y Hamás firman en El Cairo el acuerdo de reconciliación palestina

EL PAÍS

Fatah, Hamas y otros 11 partidos palestinos, incluido Yihad Islámica, firmaron ayer en El Cairo un pacto para formar un Gobierno técnico de coalición en la Autoridad Palestina y convocar elecciones antes de un año. El acuerdo marcó la superación de la guerra civil de 2007 y los cuatro años de ruptura completa entre la Cisjordania de Fatah y la Gaza de Hamás. Fue un gran paso, aunque no se sabía hacia dónde. Persistían grandes diferencias entre unos y otros y grandes dudas sobre la viabilidad de la reconciliación. El abismo entre Fatah (laicos, moderados y en diálogo con Israel) y Hamás (islamistas, armados y en guerra con Israel) se puso una vez más de manifiesto el lunes, cuando la mayoría de los delegados viajaban hacia Egipto.

El presidente de la Autoridad Palestina (AP) y líder de Fatah, Mahmud Abbas, declaró que la muerte de Osama bin Laden constituía un hecho “positivo para la causa de la paz en el mundo”. El primer ministro de Gaza y líder de Hamás en la Franja, Ismail Haniya, acusó en cambio a Estados Unidos de “asesinar a un guerrero santo árabe” y de basar su política internacional en “el derramamiento de sangre musulmana”.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, insistió en que no negociaría jamás con una Autoridad Palestina que incluyera a Hamás y ayer, justo mientras se firmaba el acuerdo, volvió a pedir a Mahmud Abbas que renunciara a la reconciliación. Como medida de presión, Netanyahu se negó a entregar a la Autoridad Palestina unos 80 millones de euros recaudados por Israel, en concepto de tasas y aranceles, dentro de los territorios ocupados. Ninguna facción palestina contaba con que Netanyahu aplaudiera el acuerdo y su reacción se daba por supuesta. El primer ministro de la Autoridad Palestina en Cisjordania, Salam Fayad, afirmó que las presiones israelíes no impedirían la reconciliación y que la presión internacional acabaría forzando a Netanyahu a pagar lo que debía. Otras cosas preocupaban mucho más.

La propia figura de Salam Fayad, por ejemplo. El primer ministro cisjordano, economista y antiguo funcionario de la Reserva Federal estadounidense, nunca tuvo completa legitimidad y la ruptura entre Fatah y Hamás limitó su ámbito de influencia a Cisjordania mientras otro primer ministro, Ismail Haniya, se ocupaba de Gaza. Pero sus éxitos en la lucha contra la corrupción, lacra tradicional de Fatah, y su buena gestión pública le convirtieron en prueba viviente de que un futuro Estado palestino podía ser viable y eficiente. Las perspectivas de un reconocimiento internacional del Estado palestino a partir de septiembre próximo se basaban en gran medida en el hecho de que Fayad estaba ahí. “No podemos permitirnos perderlo”, declaró un destacado representante de Fatah. Hamás, sin embargo, argumentaba que fueron ellos quienes ganaron las elecciones de 2006 y que les correspondía la designación de primer ministro hasta que se celebraran nuevas elecciones. Para reducir en lo posible las peleas, el acuerdo de El Cairo establecía que el Gobierno provisional debía ser estrictamente técnico, sin figuras de relieve político. Fayad era un técnico, pero su relieve político resultaba indudable, al igual que su popularidad (con un 56% de aceptación, muy por encima del propio Abbas y de cualquier dirigente de Hamás) y su prestigio en EE UU y la Unión Europea.

Hamás, por otra parte, seguía siendo clasificado como organización terrorista en EE UU y la UE, financiadores de la Autoridad Palestina y sin cuyo respaldo económico y diplomático la creación de un Estado soberano en Cisjordania y Gaza sería muy difícilmente viable. Tanto Hamás como Yihad Islámica garantizaron de forma verbal que tras el pacto con Fatah mantendrían una tregua con Israel e interrumpirían el lanzamiento de proyectiles desde Gaza. Cabía dudar de que eso se considerara suficiente en Washington y Bruselas, dado que Hamás y sus aliados descartaron por completo la posibilidad de reconocer el derecho de Israel a la existencia.

En cierta forma, los palestinos se veían atrapados en un círculo vicioso. Mientras persistiera la división física entre Fatah-Cisjordania y Hamás-Gaza era imposible conseguir un Estado; superada, al menos en apariencia, la división, surgían nuevas razones, diplomáticas y financieras, por las que era imposible conseguir un Estado. Tanto Fatah, que había perdido a su tutor egipcio Hosni Mubarak, como Hamás, en riesgo de perder a su tutor sirio Bachar el Asad, atravesaban una fase de debilidad. Ambos partidos eran poco populares allí donde gobernaban. Esas dificultades podrían inducir a ambos a hacer concesiones, pero podrían también propiciar una nueva ruptura.

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