Al Qaeda 2.0

MOISÉS NAÍM

La Al Qaeda original era una organización operativa que, si bien funcionaba en células independientes, mantenía un importante grado de centralización. A quién, cómo y cuándo atacar, la recaudación y el manejo del dinero, el reclutamiento y la promoción de los líderes y las decisiones más importantes las tomaban Bin Laden, su segundo Ayman al Zawahiri y un pequeño grupo de lugartenientes. En cambio, la nueva Al Qaeda es más una inspiración que una organización que actúa siguiendo órdenes emanadas de una sede central. Su influencia y su futuro ya no residen tanto en su capacidad como organización sino en su capacidad de inspirar a nuevos yihadistas para que se organicen, entrenen, planeen y actúen autónomamente contra blancos que ellos mismos seleccionan. Esto no significa que la vieja Al Qaeda haya desaparecido. Osama bin Laden seguía planeando ataques terroristas desde su guarida en Abbottabad. Y seguramente sabremos de Al Qaeda en los próximos días y meses cuando tratará de mostrarle al mundo que la muerte de Bin Laden no implica su muerte como institución. Hace poco, la policía alemana detuvo a un inmigrante de origen marroquí quien, gracias a Al Qaeda, había viajado a la frontera entre Pakistán y Afganistán para entrenarse en el uso de explosivos. Seguramente hay más como él. Pero este ya no es el perfil ideal para Al Qaeda 2.0. Su terrorista ideal nació y aún vive en Estados Unidos o Europa y actúa por su cuenta y, sin jamás haber tenido contacto directo con la organización, hace estallar -en nombre de Al Qaeda- una bomba en un lugar lleno de gente en alguna importante ciudad.

El problema que confronta Al Qaeda 2.0 para reclutar estos espontáneos es que ahora enfrenta nuevos y sorprendentes competidores: los movimientos antidictatoriales en el mundo árabe. Antes, el mensaje de Al Qaeda era más fácil: luchamos contra represivos e impíos dictadores en los países árabes, quienes mantienen a sus pueblos en la miseria mientras ellos se enriquecen gracias a su contubernio con el odiado -y más impío aún- imperio estadounidense. Para un joven sin trabajo, sin futuro y sin otros canales por donde encauzar sus energías, frustraciones y esperanzas; esta llamada a la lucha era irresistible. Hoy, ese mismo joven tiene la alternativa de salir a luchar no para matar inocentes en otros países, sino para cambiar las cosas en el suyo. Y su recompensa la puede vislumbrar acá y ahora, no en un más allá poblado con los mártires suicidas de Al Qaeda.

El otro problema que confronta Al Qaeda es que tiene que “reparar su marca” en el mundo islámico. Una organización que ha asesinado a más musulmanes que a estadounidenses o europeos tiene mucho que explicar. Una nueva desventaja es que mientras la Al Qaeda del siglo XX pudo contar con el entusiasta y abierto apoyo de algunos países -el Afganistán de los talibanes por ejemplo- o la financiación de ciertos Gobiernos, hoy en día aliarse abiertamente con Al Qaeda es muy mal negocio. Las contorsiones del Gobierno paquistaní para explicar la localización de la guarida de Bin Laden o las contradicciones de los líderes de Hamás con respecto a Al Qaeda son muy reveladoras de la radiactividad política que ha adquirido esta organización. En el caso de Hamás, su líder Ismail Haniya denunció la operación contra Bin Laden diciendo que “condenaba el asesinato de cualquier guerrero musulmán” a pesar de que días antes había ordenado un ataque similar contra una célula de Al Qaeda en Gaza donde resultaron muertos dos de sus integrantes.

El menor apoyo gubernamental a Al Qaeda no quiere decir que su ámbito geográfico se haya reducido. De Argelia a Chechenia y de Somalia a Indonesia, la globalización de las células de Al Qaeda ha continuado, aunque ya cada vez menos ayudada por Gobiernos o por sus aliados dentro de ellos.

En resumen: Al Qaeda 2.0 seguirá siendo una amenaza. Pero disminuida, desprestigiada y desplazada por ideas y líderes más atractivos.

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