MOISÉS NAÍM
El problema que confronta Al Qaeda 2.0 para reclutar estos espontáneos es que ahora enfrenta nuevos y sorprendentes competidores: los movimientos antidictatoriales en el mundo árabe. Antes, el mensaje de Al Qaeda era más fácil: luchamos contra represivos e impíos dictadores en los países árabes, quienes mantienen a sus pueblos en la miseria mientras ellos se enriquecen gracias a su contubernio con el odiado -y más impío aún- imperio estadounidense. Para un joven sin trabajo, sin futuro y sin otros canales por donde encauzar sus energías, frustraciones y esperanzas; esta llamada a la lucha era irresistible. Hoy, ese mismo joven tiene la alternativa de salir a luchar no para matar inocentes en otros países, sino para cambiar las cosas en el suyo. Y su recompensa la puede vislumbrar acá y ahora, no en un más allá poblado con los mártires suicidas de Al Qaeda.
El otro problema que confronta Al Qaeda es que tiene que “reparar su marca” en el mundo islámico. Una organización que ha asesinado a más musulmanes que a estadounidenses o europeos tiene mucho que explicar. Una nueva desventaja es que mientras la Al Qaeda del siglo XX pudo contar con el entusiasta y abierto apoyo de algunos países -el Afganistán de los talibanes por ejemplo- o la financiación de ciertos Gobiernos, hoy en día aliarse abiertamente con Al Qaeda es muy mal negocio. Las contorsiones del Gobierno paquistaní para explicar la localización de la guarida de Bin Laden o las contradicciones de los líderes de Hamás con respecto a Al Qaeda son muy reveladoras de la radiactividad política que ha adquirido esta organización. En el caso de Hamás, su líder Ismail Haniya denunció la operación contra Bin Laden diciendo que “condenaba el asesinato de cualquier guerrero musulmán” a pesar de que días antes había ordenado un ataque similar contra una célula de Al Qaeda en Gaza donde resultaron muertos dos de sus integrantes.
El menor apoyo gubernamental a Al Qaeda no quiere decir que su ámbito geográfico se haya reducido. De Argelia a Chechenia y de Somalia a Indonesia, la globalización de las células de Al Qaeda ha continuado, aunque ya cada vez menos ayudada por Gobiernos o por sus aliados dentro de ellos.
En resumen: Al Qaeda 2.0 seguirá siendo una amenaza. Pero disminuida, desprestigiada y desplazada por ideas y líderes más atractivos.
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