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jueves 21 de noviembre de 2024

Degania Alef, 100 años de supervivencia del pueblo judío

ISRAEL HAREL

HAARETZ

Una ceremonia de estado se ha celebrado en honor de Degania A, el primer kibutz, para conmemorar el centenario de su creación.

Incluso si muchos de sus valores se han perdido por el camino a lo largo de los años, al movimiento kibutz (que ahora celebra la fundación de Degania bajo la bandera de “100 años del movimiento kibbutzim“) se le debe conceder el reconocimiento popular y gubernamental por el papel decisivo que desempeñó en la instalación de la base social, militar, cultural e incluso económica para el establecimiento del estado judío.

El reconocimiento debe extenderse también a la contribución única del movimiento kibutz a la defensa de Israel y a la absorción de inmigrantes después de la independencia, a pesar de ciertas reclamaciones (algunas de ellas delirantes) de que los kibbutzim fueron responsables de la exclusión y discriminación de los inmigrantes judíos de los países árabes, en particular en lo referente a su educación y cultura.

El pueblo judío ha sobrevivido, entre otras cosas, debido a su memoria histórica y a la conmemoración de los momentos cruciales de su historia. Hoy en día, hay pocas iniciativas, incluso en el gabinete y en la Knesset, para conmemorar estos eventos. Sin embargo, el movimiento kibbutzim merece justamente este tipo de reconocimiento.

Pero el estado – además de la presencia del presidente Shimon Peres en Degania – se saltó esta ocasión histórica. Si no fuera por los kibbutzniks que dejaron el movimiento y entraron en el mundo de los medios de comunicación, es dudoso que el público en general recordara en absoluto esta fecha.

La apatía, a veces incluso la hostilidad, hacia el movimiento kibbutzim puede deberse al deseo de ciertos individuos y grupos de inculparlo, ahora que su influencia decae, acusándolo de condescendencia, discriminación e incautación de bienes públicos. Pero estas acusaciones, incluso si tuvieran un grano de verdad, ignoran la contribución incomparable del movimiento kibbutzim: ningún otro movimiento social en la historia judía ha optado por un estilo de vida colectiva, desde sus inicios, no solamente a causa de unos nobles ideales sociales universalistas, sino también porque era la mejor manera de dinamizar al pueblo judío para permitirle recuperar su soberanía.

Fue ese estilo de vida el que permitió a los kibbutzim dedicar algunos de sus mejores miembros a la misión nacional, porque el colectivo mantenía a sus familias. Se servía en la Haganá pre-estatal y en las milicias del Palmaj, se trabajaba para salvar a los judíos de Europa y para ayudarles a emigrar, y se proporcionaba el aprendizaje y la educación en unos valores que más tarde serían necesarios en la prosecución de unos estudios académicos.

Los escritos de los fundadores del kibutz (incluso en las condiciones imposibles de esos días, ellos encontraron tiempo para escribir) demuestran que sus pensamientos se dirigieron directamente y en primer lugar a la consecución de buena gana de una vida de trabajo y pobreza material que pudiera beneficiar a la humanidad en general, ya en particular, que permitiera restaurar al pueblo judío en su patria, donde podría vivir una vida en libertad. Estos fueron los principales temas que ocuparon a los fundadores del país, aunque, y especialmente sus sucesores, cometieron algo más que unos pocos errores en su esfuerzo por alcanzar sus objetivos.

No fueron las altas tasas de interés de la década de 1980 las que derribaron al movimiento kibbutzim así como a sus pretensiones de un liderazgo actualizado. Al contrario, sus miembros ya no eran productores de ideas sociales y nacionales innovadoras: como la mayoría de los israelíes, ellos se adaptaron a unas formas insípidas y caprichosas de pensamiento que no tenían nada que ver con su carácter, su cultura y su forma de vida.

Lo que provocó la caída del movimiento no fue la economía israelí, sino el abandono de sus fundamentos ideológicos, y en particular la caída dramática de su contribución al estado y a la sociedad, en otras palabras, su abandono del ideal de ser una élite que sirviera a toda la comunidad.

Hoy en día, más de un kibutz solamente representa a una simple y pequeña comunidad muy unida. Sin embargo, estas comunidades ya han demostrado que también pueden inculcar el ideal de conformar una élite con un ideal de servicio a los demás. Si el movimiento kibbutzim consigue tener éxito a la hora de superar su debilidad ideológica y se embarca nuevamente en este camino – y debemos esperar de todo corazón que lo haga – también es probable que tenga éxito, al menos parcialmente, en la reactivación de su glorioso pasado.

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