Las cartas de la judía que se rió de los nazis

JESÚS MIGUEL MARCOS/PÚBLICO.ES

Un libro recopila el correo, inédito en español, que Hannah Arendt escribió a Karl Jaspers  durante el juicio a Eichmann

A un nazi se le podía llamar demonio, pero no simplemente “mamarracho”. Porque un nazi que eliminó a cientos, miles de personas, no podía ser una persona cualquiera, un afable padre de familia, un buen vecino. Por eso, cuando a la filósofa Hannah Arendt (1906-1975) se le ocurrió escribir que Adolf Eichamnn, teniente coronel de las SS y responsable del exterminio de judíos en masa, era un tipo tan anodino como el tendero de la esquina, movimientos sionistas lanzaron un furibundo ataque sobre ella con argumentos que oscilaban entre lo falso y lo disparatado.

“Hay personas que se han tomado a mal algo que, hasta cierto punto, puedo comprender: mi capacidad para seguir riendo. Pero realmente pienso que el tal Eichmann era un mamarracho y lo digo después de haber leído las 3,600 páginas de su interrogatorio policial. ¡No sé cuántas veces tuve que reírme! ¡A carcajadas!”, decía Arendt en 1964, dos años después de que el nazi fuera condenado a la horca. La filósofa alemana, que cubrió el juicio a Eichmann en Jerusalén para The New Yorker, dio testimonio de la persecución a la que fue sometida en una serie de cartas a su maestro Karl Jaspers, que ahora se editan en español por primera vez en Lo que quiero es comprender (Trotta).

“¡No sé cuántas veces tuve que reír! ¡A carcajadas!”, dijo Arendt en 1964

El libro relata cómo vivió Arendt en primera persona la enorme polémica que se desencadenó con la publicación de su libro sobre Eichmann y cuya magnitud ella no esperaba en absoluto. “Arendt estaba convencida de que la inmensa mayoría de los reproches eran un montaje sin base real en las tesis del libro”, explica Agustín Serrano de Haro, encargado de completar la obra con una pormenorizada bibliografía.

Un país lleno de ciegos

El libro contiene la intrahistoria de un juicio que tuvo mucho de función teatral y donde Arendt decía lo que nadie parecía (o quería) ver. Eichmann había sido secuestrado en Argentina por el Mosad y trasladado a Jerusalén para someterlo a un proceso que resarciera la sed de justicia de las víctimas. “El país se ha llenado de alemanes de una obsequiosidad desagradable, todo lo encuentran soberbio. Es vomitivo, si me permite la expresión. Uno ya se me echó al cuello llorando. He olvidado cómo se llama”, le escribe a Jaspers dos días después del inicio del proceso.

Tras su regreso a EEUU, las presiones sobre Arendt se redoblaron. Según cuenta, el Gobierno israelí envió ex profeso desde Jerusalén al pedagogo Ernst Simon para que hablara contra ella de universidad en universidad. “La semana pasada hizo lo propio en Chicago, con mentiras increíbles y una gran agresividad. El rabino de aquí no estaba nada contento, pero negarse le hubiera costado el puesto de trabajo”, explica la autora.

La campaña judía contra Arendt llegó hasta The New York Times, donde “escogen los recensores de mi libro entre aquellos a los que yo he atacado y se presentan como expertos a literatos que jamás se han ocupado de temas judíos”, lamenta en una misiva de octubre de 1963. Sólo en las universidades encontró un altavoz, “donde me reciben con ovaciones”, le dijo a Jaspers en 1964.

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