Esther Mandelblum: “Feliz y orgullosa de ser israelí”

NUEVO MUNDO ISRAELITA

Hace nueve meses que dejé mi país natal, Venezuela, y llegué a mi hogar. Siempre supe que me vendría a vivir a Israel y espera­ba con impaciencia el día en que me montaría en ese avión, cruzaría los mares y llegaría a mi tierra, dejando atrás el encierro y abriendo mi camino hacia la libertad.

Mi vida en Caracas era muy buena, la verdad es que tenía todo lo que podría desear. Des de pequeña fui a un colegio judío, donde siem pre nos enseñaban sobre el Sionismo, el anti­semitismo y el Estado de Israel; inclusive te nemos un viaje a Israel en el cuarto año del liceo, que todos esperamos con ansias. Vivía dentro de una comunidad judía y era feliz dentro de esa burbuja. Solo había un proble ma: la inseguridad en Caracas crecía cada vez más, volviendo la vida un encierro. Fue en ese momento cuando tomé la decisión: quería venirme a Israel, quería ser libre, quería vivir mi vida.

Todo el tiempo conversábamos entre no so tros los estudiantes y siempre surgía la mis ma pregunta: “¿Y cuál es tu plan B?”. Ya to dos pensábamos en eso, no nos quedaba otra opción, y cada vez que yo mencionaba Israel siempre recibía la misma expresión: asombro, sorpresa, susto y angustia; fue entonces cuando me di cuenta de que el modo de pensar de algunos de mis compañeros era diferente al mío.

En Venezuela, cuando uno habla de aliá lo primero que se pregunta es cómo alguien que lo tiene todo podría dejarlo para llegar a la nada… Pero la pregunta que yo me hacía era a qué llaman “todo” y a qué “nada”. Para mí, una Ola Jadashá, mi pasado en Vene zue la lo es todo: los amigos que dejé, mis memorias, mis miedos, mis alegrías y mi comunidad. ¿Y la nada? Son mis nuevos amigos, mi familia, mis alegrías, mi futuro y, sobre todo, mi libertad. Ahora me doy cuenta de que antes lo tenía todo y que mi nada se convirtió también en todo.

Muchos me preguntan qué extraño de allá, y mi respuesta es siempre la misma, in de pendientemente de los oídos que la reciban: lo que extraño de Venezuela no es una consigna, ni un domingo, ni una cadena nacional; lo que extraño es solo y sim­ple mente una cosa: mi comunidad.

Es por eso que una de las cosas que llenó mis mejillas de lágrimas antes y después de ir me fue el simple y crudo hecho de dejar atrás a todas esas personas que veía día a día en Hebraica, durante Rosh Hashaná y Yom Kipur, la verbena de Purim, Yom Haatz­maut, Yom Yerushalaim, Kineret, Noar le Noar, y muchas otras experien cias que seg ra mente los integrantes de la comunidad judía de Venezuela recuerdan y aprecian; todas esas cosas que sinceramente extraño, pero levanto la mira da y sigo adelante con orgullo ca da vez que miro mi pasaporte y leo claramente: Nacionalidad: Israelí. No hay palabras pa ra expresar ese sentimiento.

Estoy orgullosa de ser israelí, estoy ogu llo sa de ser judía y de caminar por la calle libre mente con una Teuda Tzeud israelí en mi cartera. Nunca en mi vida había estado tan fe liz con cosas tan sencillas, cosas que de berían ser normales, cosas que antes de hacer aliá, pensaba que existían nada más en las pe lículas… Solo estoy segura de una cosa: yo, Es ther Mandelblum, de nacionalidad israelí, soy feliz.

Cortesía de Beit Venezuela

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