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sábado 23 de noviembre de 2024

Israelíes y palestinos: lo deseable y lo posible

ESTHER SHABOT

Todos los pueblos cultivan mitos y albergan sueños, y los israelíes y palestinos no son la excepción. A lo largo del doloroso conflicto histórico que ambos han protagonizado desde hace ya más de medio siglo, sueños y mitos han sido los responsables de guerras sangrientas que han vuelto cada vez más complicada la situación. En 1947-48 el mundo árabe soñó que podía echar por tierra la resolución de partición de Palestina aprobada en la Asamblea General de la ONU y emprendió por tanto la primera guerra árabe-israelí con objeto de que el Estado de Israel no naciera. Tal sueño no se cumplió y como producto de esa guerra, paradójicamente, lo que abortó fue la creación de un Estado árabe-palestino dando con ello lugar al principio de la tragedia palestina, mientras que Israel se convirtió en una realidad.

A partir de entonces, renovados sueños igualmente carentes de posibilidad de concreción han dominado el escenario del conflicto entre los dos pueblos. Luego de la guerra de los seis días de 1967 y apoyado en la negativa árabe a negociar en aquel entonces un acuerdo de paz, Israel comenzó a soñar que podía mantener en sus manos indefinidamente los territorios ocupados en dicha guerra. Por ende, algún tiempo después, los asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza comenzaron a multiplicarse bajo una serie de justificaciones de seguridad nacional o de lealtad a añejas convicciones religiosas. Hoy, a 43 años de 1967, cerca de medio millón de israelíes viven en Cisjordania, la mayor parte de ellos en tres grandes bloques: Gush Etzión, Maalé Adumim y Ariel.

Pero los sueños no terminan ahí y siguen obstaculizando el proyecto tantas veces impulsado de “dos Estados para dos pueblos” que implica fundamentalmente la creación de un Estado palestino independiente al lado de y en paz con Israel. Hamas y su público afín han mantenido un programa que explícitamente señala el objetivo de “desaparecer a Israel” para fundar en la totalidad del territorio un Estado palestino. Y como a cada vuelta de tornillo le corresponde una de tuerca pero en sentido contrario, se han venido fortaleciendo en los últimos tiempos las corrientes israelíes que se resisten a dar los pasos necesarios para conseguir el cumplimiento del proyecto de los dos Estados para los dos pueblos. La intensificación de la colonización judía en territorios palestinos y en Jerusalén oriental ha ido en ese sentido y junto con el activismo terrorista de Hamas ha conducido a un callejón sin salida del que es muy difícil escapar, no obstante los esfuerzos de los bandos moderados de ambos pueblos y de los mediadores internacionales interesados en solucionar el conflicto.

El encuentro celebrado en Washington hace unos días entre el presidente Obama y el primer ministro Netanyahu es elocuente de que el panorama sigue estando marcado por los sueños y mitos de los protagonistas. El actual gobierno israelí, fuertemente inclinado hacia la derecha y comprometido con los intereses de los colonos, considera que las concesiones territoriales que le son exigidas rebasan por mucho lo conveniente, mientras que en el bando palestino se mantiene firme su demanda del derecho al retorno de los refugiados palestinos que salieron a partir de la guerra de 1948 y que es equivalente a que los 800 mil judíos que fueron expulsados de diversas naciones del mundo árabe, junto con sus descendientes, exigieran su derecho a retornar a sus antiguos hogares. Por supuesto que para cada una de las partes sus respectivos sueños revelan lo que para ellos es deseable, pero definitivamente no lo que es posible. Va en contra del establecimiento del Estado palestino el continuo crecimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén oriental, del mismo modo en que constituye una condena a muerte para Israel el retorno de millones de palestinos a territorio israelí.

Así las cosas, las iniciativas de Obama al respecto se han topado con una situación en la que es difícil avanzar dado el peso que actualmente tienen las posturas radicales del gobierno de Netanyahu y de los segmentos palestinos que se rehúsan a reconocer la legitimidad de Israel. En estas circunstancias, el reconocimiento del Estado palestino por la Asamblea General de la ONU en septiembre, aunque justo en sí mismo, tendrá el potencial de convertirse en la chispa de una nueva guerra de alcances incalculables. Y no cabe duda que la atmósfera caldeada generada por la “primavera árabe” será uno de los factores contribuyentes a la gestación de dicho preocupante escenario.

EXCELSIOR

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