Las viejas piedras del barrio antiguo de la isla española de Mallorca están lisas, desgastadas por secretos ignorados por la mayoría de los turistas que llegan a raudales a esta ciudad, procedentes de cruceros en el Mediterráneo.
Los visitantes rara vez arriban con misiones tan precisas como la de Joseph Wallis y un pequeño contingente de rabinos ortodoxos de Israel: tocar las lisas piedras areniscas de una sinagoga del siglo 14 convertida en iglesia católica y ofrecer una versión especial del siglo 15 del kadish, oración para los muertos que alguna vez estuvo prohibida bajo pena de muerte y se dejó de rezar durante 320 años.
Se reunieron recientemente para un servicio conmemorativo, el primero permitido por un Gobierno regional español, para confrontar un oscuro legado de recuerdos enterrados. Algunos judíos, que practicaron su religión en secreto durante la Inquisición, fueron quemados en la Plaza Gomila, en Palma de Mallorca, en una “hoguera de los judíos” en mayo de 1691, y los descendientes de los judíos conversos al catolicismo fueron sujetos a una discriminación que floreció incluso hasta el siglo 20.
Fue “nuestro peor pecado”, expresó Francesc Antich, presidente regional de las Islas Baleares, quien se quedó corto de emitir una disculpa por los asesinatos de 37 personas, tres quemadas vivas, entre ellas un antepasado de Wallis, Rafael Valls.
La discriminación se mantuvo tan arraigada en Mallorca que muchos de los descendientes de los conversos, conocidos localmente como chuetas, aún recuerdan una rima en los 60, que se burlaba de los apellidos de 15 familias que fueron blancos de la Inquisición, o los adultos que rehusaron entablar amistad o casarse con ellos. El artista Joan Miró murió en la isla, en 1983, y su apellido era uno de los blancos de burla.
“Siempre había miedo”, dijo Bernat Pomar, de 78 años, violinista jubilado. “Detrás de las cortinas, teníamos miedo. Los chuetas somos especiales porque la comunidad de Mallorca nos formó”.
Con la llegada de torrentes de turistas, la cultura isleña empezó a cambiar, pero no fue hasta los 70 que abrió una modesta sinagoga en el centro de Mallorca. Sigue teniendo una presencia tan discreta, que los taxistas afirman nunca haber oído de la Comunitat Israelita de Mallorca, refundida en una calle lateral con estacionamiento de acceso controlado.
Hoy en día, los chuetas conviven y se casan con otros mallorquines, pero aún hay un recelo vinculado con la historia y la cultura de España. Diego de Ojeda, director de Casa Sefarad- Israel, organización que promueve los lazos entre los judíos y España, dijo que muchos españoles no conocen a judíos, y mencionó que algunos de sus propios amigos sabían de Janucá, por ejemplo, sólo gracias a ver un episodio de la serie de televisión estadounidense “Friends”.
Hoy, algunos de los chuetas tratan de rescatar la religión de sus ancestros judíos de hace tres siglos, esfuerzo fomentado por Shavei Israel, grupo privado que ofrece apoyo y educación a los descendientes de judíos que se convirtieron en España y varios países más, entre ellos Portugal, Italia, Polonia, India y China.
Desde su llegada, Wallis ha encontrado a personas que son parientes suyos en el distrito de joyería de plata, donde algunos chuetas han tenido tiendas familiares desde el siglo 17.
“Le pedimos un monumento al Gobierno para que los chuetas sepan que ya no necesitan temer por ser judíos”, expresó.
Título original: Pende sobre isla española sombra de una atrocidad
NEW YORK TIMES/REFORMA
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