JULIÁN SCHVDINDLERMAN
La imagen es tan grotesca que desafía la credulidad. Un hombre blanco de cierta edad y alta sociedad persiguiendo en un cuarto, desnudo, a una sirvienta negra joven, con intenciones lujuriosas. Parece tomada de una comedia sexual italiana de los años cincuenta o de la época colonial europea en África más que de una suite de un hotel de lujo en pleno Manhattan en la actualidad. Y sin embargo, tal es la acusación efectuada por la mujer presuntamente acosada. Escribo “presuntamente” no para tomar partido por Strauss-Kahn (eso se lo dejo a su amigo Bernard-Henri Levy) sino porque la justicia aún no se expidió. El hecho de que la policía haya ido a buscar al director del Fondo Monetario Internacional al aeropuerto y lo haya bajado, detenido, de la sección de primera clase sugiere que algún elemento de peso debe haber habido para la acción.
Pero BHL, como se conoce al eminente filósofo francés, no está convenido de la culpabilidad de DSK, como se conoce al economista y precandidato presidencial. En una nota titulada “No podemos convertirlo en un monstruo”, BHL sostiene que “nada en el mundo justifica que se arroje a un hombre a los lobos de esta manera”. Una línea bastante similar a la ya esgrimida en defensa de otro acusado de crímenes sexuales, el cineasta polaco-francés Roman Polanski, sobre quien BHL afirmó, en 2009, en una nota titulada “Por Roman Polanski” que es “vergonzoso arrojar a un anciano de 76 años a la prisión por sexo ilícito cometido 32 años atrás”.
Se recordará, Polanski es un fugitivo de la justicia estadounidense por haber violado a una menor de edad en la casa de Jack Nicholson en Los Ángeles en 1978 y escapar de los Estados Unidos a Europa. Dejando de lado la motivación curiosa de este intelectual por defender a sujetos bajo el peso de tan serias acusaciones, es muy llamativo advertir la inclinación por la teoría conspirativa que él mismo parece padecer: ¿no es acaso extraño que “el número de la habitación (2806) se corresponde con la fecha (28-06) de la apertura de las primarias socialistas”?
Ciertamente, BHL parece haber dado con el quid del asunto. Aún cuando en la escritura de fechas en EE.UU. el mes antecede al día, es evidente que hay gato encerrado. Seguramente sea una trampa tendida por los partidarios de Sarkozy, su contrincante político en Francia. ¿Acaso no acaba de anunciar su padre que Carla Bruni está embarazada? Vaya coincidencia. ¿Y qué decir de la admisión de paternidad del ex gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, respecto de un hijo que tuvo con una mucama diez años atrás y es revelado precisamente en este momento? ¿Es eso otra causalidad?
Los Ángeles está ubicada en ese estado, con lo cual un nexo con el caso Polanski no puede ser desechado. Tampoco debemos pasar por alto la realidad que DSK es judío, el propio BHL también lo es, al igual que Polanski, por no decir el abogado del acusado, de apellido Brafman, y el de la víctima (musulmana) llamado Jeff Shapiro. Hum. El Mossad ha de estar implicado. Como el lector puede apreciar, nunca hay límites para la fantasía paranoica. Woody Allen célebremente ha dicho que el que uno sea paranoico no significa que no lo estén siguiendo. Así es que es perfectamente posible que la intriga política francesa se haya infiltrado en este sórdido asunto, aunque también es perfectamente posible que eso no haya sucedido. La revelación del caso está en manos de la justicia norteamericana.
El affaire puso sobre el tapete, una vez más, las relaciones tirantes entre Francia y los Estados Unidos. “En la puritana América, moldeada por un riguroso protestantismo”, alegó un socialista francés llamado Gilles Savary, “los escándalos del dinero son mucho más tolerados que los placeres de la carne”. El problema, usted verá, está en la cultura americana, no en la conducta sátira de los franceses. Para advertir cuan arraigada está la obsesión francesa con la identidad americana, basta mirar el anuncio de la marca de cigarrillos franceses Parisiennes que se promociona simplemente como non américain. Eso -no ser americano- ya es un atributo en Francia.
Quizás la reacción de algunos franceses al caso DSK tenga raíz en un malentendido cultural. O quizás, como acotó el comentarista James Taranto, la supuesta sofisticación francesa oculte una confusión sexual colectiva que produce tales extrañezas como que niños sean llamados Dominique.
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