SARA COHEN SHABOT EN EXCLUSIVA, DESDE ISRAEL, PARA ENLACE JUDÍO
Hace dos semanas se conmemoró en Israel el día de los caídos. Yom Hazikarón es uno de los días más tristes en Israel. Una de las costumbres de muchos en Yom Hazikarón es la de sentarse por la noche frente a la televisión, ver la ceremonia que da comienzo al día de duelo y después de ella, ver una que otra película corta sobre alguna de las víctimas que son recordadas en esa fecha. La televisión israelí se transforma en “nacional” ese día – al igual que en Yom Hashoá – e interrumpe todo tipo de programas de “diversión”, volcándose a la sola función de proyectar documentales varios sobre los caídos.
Esta vez me quedé viendo yo sola (Ron mi esposo no tuvo esta vez ánimo de regodearse en la muerte) un mini documental sobre un soldado caído el año pasado. Bueno, en realidad no se trataba de un soldado, sino de un hombre con carrera militar, es decir, alguien que siguió siendo parte del ejército aún después de los tres años reglamentarios en Israel. Nir tenía 25 o 26 años al morir en un accidente aéreo sucedido mientras que él y otros tres militares se entrenaban en su mini-avión en Rumania hace unos meses. El documental acompañaba a su familia a partir del anuncio de su muerte y hasta 6 meses después, culminando en el momento en que la mujer de Nir da a luz a su primera hija. Sí, Nir dejó a su esposa embarazada de tres meses al momento de su muerte, por lo cual tampoco alcanzó a saber que esperaban precisamente una niña. La tragedia no termina ahí por supuesto, sino que a la estrujante realidad de morir pocos meses después de haber dejado embarazada a su joven y amada mujer de su primer hijo, se le une el hecho de que Nir es, para colmo, hijo único de un matrimonio que se separó cuando Nir tenía sólo cuatro años. Así, Nir abandona no sólo a su mujer y a su futura hija, sino a una madre y un padre que quedan francamente devastados por la pérdida de su único hijo.
El documental se encarga constantemente de mostrarnos la valentía y el coraje que caracterizaban a Nir: a pesar de ser hijo único, se empeñó en participar en una unidad de combate (para lo cual es necesario recibir autorización de los padres cuando se trata de hijos únicos). No sólo en una unidad de combate, sino en una de las más demandantes y también peligrosas: la fuerza aérea. Además de valiente y patriota, Nir aparece ante nosotros como dulce, bien parecido, fiel amante de su esposa (se conocieron desde la preparatoria y llevaban juntos unos 10 años), excelente hijo y el que seria seguramente un excelente padre. En síntesis, un “Guibor” (héroe); un “Mensch”.
Me quedo hasta el final de la película. Me levanto del sillón bañada en lágrimas, por supuesto, pensando: ¿Cómo es esto posible? ¿En que clase de realidad vivimos? Y que pasaría si yo fuera esa mujer viuda y embarazada? Además de la tristeza, sin embargo, se asoma en mi otro sentimiento. Me parece en esos momentos que es algo más complicado que la tristeza, más difícil de aceptar. Y es que en realidad se trata de algo más parecido al enojo y al hastío. Y a partir de ahí me quedo pensando en que no es esta la primera vez que veo un documental “con los mismos personajes” en Yom Hazikarón: el “Guibor”, el valiente soldado, el que arriesgó todo a pesar de muchas veces haber podido salvar el pellejo de haber sido un poco menos valiente. Es siempre él, siempre Nir, el patriota, el que da todo por el ejército, por sus compañeros, por defender la causa, aun cuando el precio sea dejar a unos padres sin hijos o a una bebé sin padre.
Y es entonces que me pregunto dónde están las historias de los que no fueron valientes; de los soldados que murieron a pesar de nunca haber querido realmente estar ahí, aquellos a los que lo último que les pasó por la cabeza fue algo como “y yo, ¿que diablos hago aquí?” Deben de ser la mayoría – intuyo en mis adentros – es sólo que no tienen lugar aquí, en el “Ethos” nacional y menos aún en Yom Hazikarón. Este país esta fundado, en gran parte, en ese mito, en el mito según el cual todo joven soldado esta dispuesto siempre a defender la patria y si es necesario, a morir por ella.
Ron siempre me ha dicho que ha sido una verdadera carga crecer así; sintiendo y pensando siempre que si uno no está dispuesto a ser héroe, no tiene mucho lugar como hombre en la sociedad israelí. Me voy a dormir preguntándome qué tanto necesitamos ese mito para seguir existiendo como nación, o si realmente lo cierto es lo opuesto: no seremos un país normal hasta que no dejemos de glorificar al ejército, hasta que no aceptemos que la muerte en batalla es una muerte absurda y desgraciada de la que valdría la pena dejar, aunque sea un poco, de enorgullecernos.
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