El arte en el Estado de Israel que surgió en 1948 busca abrirse camino, sin saber aún muy bien hacia dónde se dirige.
¿Qué define a lo israelí? ¿El sentimiento nacionalista? ¿La provocación a ese sentimiento? ¿La apuesta a lo personal, a lo familiar? ¿La ironía?
Quizá todo eso. Pintores, escritores, cineastas y músicos buscan hacerse de un lugar a nivel internacional. Algunos poco a poco ya lo han conseguido.
Si bien los conflictos con palestinos y otros Estados vecinos, junto con el Holocausto, han permeado el arte israelí, muchos artistas han preferido apostarle a obras más íntimas, personales. Coinciden en su deseo de liberarse, aunque la carga no siempre sea la misma.
En el cine, por ejemplo, en la década de los 80 se apostó por temas políticos. Se creó la primera escuela de cine y, tras una década, había ya ocho escuelas y más de nueve festivales de cine, incluyendo uno sobre cine gay. Pero la gente “se había hartado de que le dijeran qué pensar”, de las cintas con temas nacionalistas, dice Pablo Utin, crítico de cine egresado de la Universidad de Tel Aviv.
A partir de 2004, explica, comenzó una nueva oleada. Pero muchos cineastas optaron por un cine más personal, autobiográfico, familiar, incluso uno enfocado en el tema de los miles de migrantes que viven hoy aquí, o por uno donde, aunque se abordara el problema palestino, o libanés, por ejemplo, se hacía más sutilmente, a partir de una visión más interna.
Es el caso de cintas como Beaufort (2007), de Joseph Cedar, y El vals con Bashir (2008), de Ari Folman, nominadas al Oscar como mejor película y ambas sobre la guerra en Líbano. Junto con La visita de la banda, son de las más conocidas en Latinoamérica.
Hoy se producen en Israel entre 13 y 22 películas al año y se han creado siete fondos, por unos 18 millones de dólares, para promover la creación de cine en el país. La taquilla sigue siendo muy baja. A decir de Utin, una película realmente exitosa tendría hasta 400 mil espectadores -el país tiene poco más de 7 millones de habitantes.
Menos conocidas en Latinoamérica y México son las cintas de comedia o familiares, como La mujer de mi vida (2001), de Dover Kosashvili, sobre un hombre de ascendencia georgiana que debe elegir entre el amor y el respeto a las tradiciones familiares, con todos los enredos que ello conlleva. Alas rotas (2002), de Nir Bergman, es otro ejemplo de este tipo de cine.
Lo cierto, admite Utin, es que aún “no hay algo que defina al cine israelí. Tiene muchas influencias”. Este año, se presentó en el festival de Tribeca la primera película de terror israelí. Rabia cuenta la historia de un asesino en serie y un grupo de jóvenes en el bosque. Aunque al final, son los jóvenes los que se matan entre ellos, y no el asesino.
Música clásica
En la música clásica, el tema político parece siempre estar presente, y más si se habla del director de orquesta Daniel Barenboim, considerado traidor por muchos israelíes por interpretar a Wagner, a quien tachan de antisemita y el compositor favorito de Hitler. Para otros, en cambio, es promotor de la paz.
Barenboim, fundador de la Orquesta del Diván Este-Oeste (Wedo) junto con el palestino Edward Said, es un crítico opositor de la política israelí en los territorios palestinos. A principios de este mes, dio un concierto en Gaza, tras la firma del acuerdo entre las organizaciones palestinas Hamas y Al-Fatah para poner fin a sus divisiones.
“El futuro del Estado de Israel está conectado al futuro de los palestinos, nos guste o no”, dice el reconocido director Daniel Barenboim.
Tratándose de cantantes de música pop, en Latinoamérica uno de los más conocidos en David Broza, enfocado en el pop rock y el folk rock. Se ha presentado en México, Venezuela, Brasil, Estados Unidos, Bélgica y España, entre otros. Broza, cuyo álbum Away from home ha sido un gran éxito, también ha utilizado su música como un arma para promover la paz, y la UNICEF lo nombró embajador de la buena voluntad.
Un fenómeno reciente ha sido el del jazz. Lo llaman la “oleada israelí de jazz”. Entre sus exponentes más conocidos están el trompetista Avishai Cohen y el bajista Omer Avital.
En Israel el jazz es muy popular, principalmente entre los jóvenes. En Jerusalén, un club, El submarino amarillo, estimula a los músicos, no sólo de jazz, sino de otros estilos.
Ahí estudian y se forman. El requisito, que sea sólo música original israelí. El jazz, dicen los creadores de este lugar, es un escape, un modo de sacar, con toda la intensidad que esta música requiere, la tensión que pareciera ya inherente al pueblo israelí.
Sobre danza y literatura
Algo parecido sucede en la danza contemporánea. “A los israelíes nos gusta expresarnos libremente”, comenta Claudio Kogan, del Centro Suzanne Dellal, en Tel Aviv, creado en 1989.
Hoy, el centro ofrece más de 700 funciones al año, no sólo de danza, sino también de teatro infantil.
Sensualidad, violencia, pasión. Son las posibilidades que ofrece la danza contemporánea. Pero, igual que en otras disciplinas, Kogan reconoce que aún hace falta generar más público.
En Literatura, el hoy fallecido Samuel Y. Agnon le dio a Israel el único Nobel en el rubro conseguido hasta ahora (1966). Pero actualmente se habla de una “nueva ola”, entre cuyos representantes más conocidos internacionalmente están Amos Oz -quien calificara de “crímenes de guerra” los ataques israelíes en Gaza entre 2008 y 2009-, traducido a más de 30 idiomas; Aharon Appelfeld, quien ha abordado el tema del Holocausto, y Etgar Keret, que con sus cuentos cortos, irónicos, ha ganado popularidad entre los jóvenes.
Las artes visuales contemporáneas también se han abierto paso en el país. De la Academia Bezalel de Arte y Diseño, en Jerusalén, han salido artistas como Sharon Keren, de Zik Group, que ha recorrido ya varios países.
Uno de los principales retos para las instituciones culturales es el de conseguir fondos en un país que, según cifras oficiales, destina a la cultura un presupuesto de apenas 130 millones de dólares, menos de 1% del presupuesto nacional. Aun así, cada año se realizan numerosos festivales culturales, de cine, jazz, musicales, entre otros rubros.
El principal de ellos es el festival de Israel, con presentaciones de danza, música y otros que atrae a miles de personas. Está también el festival internacional de cine de Haifa, o el de teatro alternativo en el puerto de Akko.
El futuro de las artes israelíes es incierto. Por ahora, busca destacarse, abrirse paso. Los próximos años decidirán si lo logra.
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