MOISÉS NAÍM
Todos tenemos temas sobre los cuales preferimos no hablar. Porque nos avergüenzan, porque son dolorosos, o porque son problemas para los cuales no vemos solución. O, simplemente, porque no los entendemos. Los países también sufren de esto. En todas partes hay temas que aparecen poco en la conversación nacional; esa que transcurre en las casas y en los Parlamentos, entre amigos y en los medios de comunicación o en los centros de poder. No es que estos problemas sean desconocidos o que ocasionalmente no aparezcan con fuerza en los debates nacionales. Aparecen, pero su discusión suele ser superficial, transitoria y sin mayores consecuencias prácticas. Son, en efecto, puntos ciegos: problemas cuya importancia es tan obvia como poco lo que se hace para enfrentarlos.
A pesar de su vibrante democracia y su vigorosa protección de la libertad de expresión, la conversación nacional en Estados Unidos también tiene muchos e importantes puntos ciegos. Hay tres en particular que me parecen dignos de destacar: se refieren a los militares, las finanzas y los hispanos.
– El fraudulento gasto militar de EE UU. Es sabido que Estados Unidos es el país con el mayor gasto militar. Gasta el 43% del total mundial y más que el conjunto de los diez países que le siguen en cuanto a gasto militar. El Pentágono consume cerca de un tercio del presupuesto nacional norteamericano y en los últimos diez años el gasto militar estadounidense ha venido aumentando al 9% cada año. En Washington ha comenzado recientemente un debate sobre la necesidad de reducir el gasto militar. Pero los montos máximos de los que se habla son, en realidad, mínimos. Y de lo que se habla poco -y este es un importante punto ciego- es del enorme desperdicio que hay en el gasto militar. Algunas estimaciones lo colocan en un 30% del total. O más. Pero la realidad es que no se sabe: “Los estados financieros del Departamento de Defensa son inauditables”, concluyó la Oficina de Contabilidad del Gobierno hace poco. Esto significa que Estados Unidos gasta cada año alrededor de un billón de dólares sin saber cómo. Y, según los auditores, “la falta de controles hace difícil detectar los fraudes, desperdicios y abusos”. Esto no forma parte de la conversación nacional.
– El debilitante gigantismo de Wall Street. Conozco una recién graduada universitaria, sin experiencia, que fue contratada por un banco en Wall Street. Su sueldo anual es de 80.000 dólares. Otro joven, recién graduado de ingeniero, fue contratado por una empresa manufacturera estadounidense por 40.000 al año. Los conozco a ambos y sé que no hay entre ellos mayores diferencias en talento, motivación o preparación académica. Sin embargo, la banquera gana el doble. El sector financiero se lo puede permitir: en los últimos diez años captó el 41% de todas las ganancias del sector privado estadounidense. Según Simon Johnson, un economista del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), seis conglomerados financieros controlan activos equivalentes al 60% del Producto Nacional Bruto de Estados Unidos. A mediados de los noventa esta proporción era el 20% del PNB. Robert Creamer ha calculado que en 2007 los 50 más importantes gestores de Wall Street ganaron 588 millones de dólares cada uno. No hay duda de que el sector financiero ha alcanzado un peso económico y, por tanto, una influencia política enorme. Capta capital, talento y decisiones políticas favorables como quizás ningún otro sector. El crash de 2008 aumentó aun más la concentración de poder dentro del sector financiero y a pesar de que está ahora más regulado sigue teniendo enorme autonomía e influencia política. Este es otro tema que se discute de manera superficial y poco útil. Reinan el inocuo populismo de los políticos y la astuta manipulación de la conversación por parte de quienes no quieren que haya muchos cambios.
– La sorpresa hispana. Acaban de salir algunos resultados del más reciente censo poblacional de los Estados Unidos. Los hispanos, que eran 22 millones en 1990, son ahora 52 millones. En 2016 llegarán a 60 millones, el 18% del total de la población de EE UU. Los anglos han pasado de ser casi el 70% de los estadounidenses en el 2000 a ser ahora el 63%. La población hispana crece a una tasa cuatro veces mayor de lo que crece la población en su conjunto. Su poder adquisitivo también aumenta aceleradamente y los hispanos residentes en EE UU constituyen hoy la clase media de más rápido crecimiento en el mundo. En Estados Unidos se sabe que los hispanos son muchos y que cada vez son más. Pero aún no se sabe bien qué hacer con esta realidad. El aumento del peso económico y político de los hispanos en los EE UU cambiará al país. Es otro tema mal discutido que deparará muchas sorpresas.
EL PAÍS
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