CHARLES KRAUTHAMMER/PATRIA JUDÍA
En cada negociación árabe-israelí se da una asimetría fundamental: Israel cede territorio, bien tangible donde los haya, mientras que los árabes se dedican a hacer promesas, que pertenecen al orden de lo efímero. Tradicionalmente, Estados Unidos se ha dedicado a urgir a Israel a que asuma riesgos en pro de la paz; a cambio, se ha comprometido a velar por la seguridad y las necesidades diplomáticas del Estado judío.
Al amparo de garantías tan solemnes, Israel procedió a retirarse de Gaza. Para reducir riesgos, el presidente George W. Bush prometió que América apoyaría que Israel absorbiera los principales bloques de asentamientos en cualquier acuerdo de paz, se opondría a la vuelta a las fronteras de 1967 y seguiría firme en su rechazo al denominado derecho de retorno de los palestinos.
Durante dos años y medio, la Administración Obama se ha negado a reconocer y refrendar tales garantías. Y el otro día, con su intervención en el Departamento de Estado, el presidente las dejó de lado definitivamente, ya que proclamó que el conflicto árabe-israelí debe resolverse sobre la base de las líneas de 1967 y “con intercambios mutuamente acordados”. Nada nuevo en esto, dijo Obama tres días más tarde. “Por definición, eso quiere decir que las propias partes –israelíes y palestinos– negociarán una frontera diferente” a la de 1967.
Pues no. No quiere decir eso. Ni nada que se le parezca. “Mutuamente” significa que ambas partes deben estar de acuerdo. ¿Y si no lo están? Entonces, por definición, volvemos a las líneas de 1967. Tampoco se trata de una mera disputa teórica. En tres ocasiones se ha ofrecido a los palestinos esa misma fórmula, 1967 + intercambios: en Camp David (2000), en Taba (2001) y en las negociaciones que celebraron Olmert y Abbás en 2008. Y siempre respondieron negativamente y abandonando las negociaciones. Hoy siguen en lo mismo: en las líneas de 1967. De hecho, en septiembre acudirán a las Naciones Unidas con el objetivo de persuadir al mundo de que ratifique, precisamente, eso: la instauración de un Estado palestino en las fronteras del 67. Cero intercambios.
Fíjese de qué forma ha minado Obama la posición israelí. Está exigiendo a Israel que emprenda las negociaciones renunciando de antemano al territorio que conquistó en 1967, su única moneda de cambio. Recuerde que la demarcación del 67 atraviesa la propia Jerusalén. Así que, para empezar, el punto de partida daría por hecho que el Muro de las Lamentaciones y hasta el barrio judío de Jerusalén son palestinos, territorio no israelí por el que Israel debería negociar.
La mera idea de que el barrio judío de Jerusalén y el lugar más sagrado para el judaísmo sean extraños a Israel es absurda. Y el sostener que, para conservarlos, Israel debe renunciar a otros porciones de su territorio, algo grotesco. Obama también ha cambiado las reglas del juego en lo relacionado con el denominado derecho de retorno. Inundar Israel con millones de árabes supondría la destrucción del único Estado judío del mundo y la creación del vigésimo tercer Estado árabe y el segundo palestino (ahí está Jordania), que no es precisamente lo que queremos decir cuando hablamos de “la solución de los dos Estados”. Ésta es la razón por la que Washington se ha opuesto siempre con firmeza a tal derecho.
En su intervención en el Departamento de Estado, Obama se negó a reafirmar tal postura, y volvió a hacerlo tres días después, en un discurso supuestamente rectificatorio. En vez de rectificar, lo que hizo Obama fue decir que Israel tiene que negociar con los palestinos el derecho de retornodespués de haberles cedido hasta el último centímetro de territorio. Díganos, señor Obama, ¿negociar con qué?
“El statu quo es insostenible”, afirmó, “y también Israel tiene que actuar con audacia en pro de una paz duradera”. ¿”También” Israel? ¿Qué pasos audaces por la paz han dado los palestinos, exactamente? Israel ha hecho tres ofertas radicalmente conciliatorias para el establecimiento de un Estado palestino, se ha retirado de Gaza y lleva más de dos años tratando de retomar las negociaciones. En ese tiempo, los palestinos de Gaza han estado disparando misiles contra los pueblos y municipios israelíes, mientras que en Cisjordania el presidente palestino, Mahmud Abbás, rechazó los ofrecimientos de Ehud Olmert, abandonó las negociaciones con Benjamín Netanyahu y ahora anda desafiando a los Estados Unidos con su intento no de retomar las conversaciones de paz, sino de establecer un Estado palestino de inmediato y sin firmar paz alguna ni reconocer a Israel. Para despejar cualquier duda, Abbás ha accedido a conformar un Gobierno de unidad nacional con la abiertamente genocida organización terrorista Hamás, lo cual hace imposible las negociaciones, según reconoce incluso Obama.
¿Y cuál es la respuesta de Washington a la implacable intransigencia palestina? Pues… premiarla con el abandono de las garantías dadas por Bush a Israel. Lo único que queda por saber es si esta política nociva y en última instancia contraproducente nace de una antipatía genuina hacia Israel o de la arrogancia de un novato torpe que se niega a ver que está socavando no sólo la paz, también la mera posibilidad de que haya negociaciones.
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