NOAH B. STROTE/TABLET
En 1947, Jacob Taubes llegó al Jewish Theological Seminary de Nueva York como un rabino ortodoxo de 24 años con un reciente doctorado en filosofía obtenido en Zurich, y con la nerviosa seguridad en sí mismo de haber comenzado a resolver el misterio de la cultura occidental. Su primer libro, “Escatología occidental”, un dramático estudio escrito en alemán sobre la influencia de las ideas mesiánicas de la Biblia en los tiempos modernos, acababa de publicarse y prometía nada menos que explicar la “esencia de la historia” abarcando “toda la existencia occidental”.
Como estudioso del judaísmo y del cristianismo, Taubes se ocupaba únicamente de las cuestiones más provocadoras y de mayor peso, algo que le convirtió en un egoísta insoportable, pero también en uno de los pensadores más fascinantes de mediados de siglo XX dentro de la vida intelectual judía. “Escatología Occidental“se publicó finalmente en inglés el año pasado y este año ha aparecido una colección de sus ensayos sobre la religión moderna bajo el título de “Culto a la cultura”.
Hijo de un rabino prestigioso, Taubes nació en Viena en 1923 pero sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en la neutral Suiza. Allí obtuvo su ordenación rabínica al completar su doctorado, además de asistir a las lecturas de un famoso teólogo católico suizo. Pero Taubes tenía pocas ganas de permanecer mucho tiempo en una Europa de la que estaban ausentes muchos de sus mejores académicos y estudiantes.
Ya en los Estados Unidos en la década de 1940 y 1950, se encontró con una generación de intelectuales judíos americanos post-Holocausto nuevamente preocupados por las ideas europeas y ansiosos por conectar nuevamente con la perdida tradición judía. Para ellos, Taubes fue una auténtica revelación, una joven plasmación del mundo de sus padres. Enseñó el Talmud a gente de la talla de Daniel Bell e Irving Kristol en Nueva York, y extasió a una juvenil Susan Sontag con sus lecturas en Harvard sobre la secularización de las ideas cristianas y cómo ese proceso había determinado el curso del pensamiento occidental.
Muchos de los estudiantes que deambulaban alrededor de Taubes destacaban en él, además de su erudición, la presencia de un misterioso e inquietante magnetismo sexual. “Era delgado y bajo, de tez cetrina… pocas veces exenta de granos”, comenta el teólogo Richard Rubinstein al recordar a su primer profesor de Talmud. Resultaba “fascinante para cierta clase de mujeres muy cultas que quizás estaban más interesadas en explorar su carácter insólito y misterioso que en celebrar abiertamente los placeres derivados del amor físico”.
Al parecer, el “recurso” de Taubes, tanto intelectual como sexual, radicaba en su voluntad de superar los límites. Lo conocían por llegar a la sinagoga con un chal de oración ostentosamente grande y por hablar constantemente del valor de transgredir la ley judía.
Tal vez fue la fascinación de Taubes por estas transgresiones lo que le llevó a dedicar cada vez más tiempo de su trabajo al apóstol Pablo de Tarso, históricamente el más famoso de los transgresores judíos. Eso se pone de manifiesto cuando se lee “Escatología Occidental” y el “Culto a la cultura” y se comprueba cómo el apóstol Pablo nunca estuvo lejos de la mente de Taubes, incluso cuando escribió sobre temas tan aparentemente lejanos como el surrealismo y el psicoanálisis. Fue en Pablo donde Taubes creyó haber encontrado la clave del misterio de la cultura occidental. Y con el tiempo, Taubes se fue aproximando cada vez más a la imagen que de Pablo daba su obra académica. Su versión, naturalmente, no correspondía a la interpretación cristiana. Para él, Paul no fue el primer cristiano, sino un “radical y celoso” judío, o como dijo una vez, un “archi-judío”.
A primera vista, el Pablo de Taubes no era tan radicalmente diferente de la imagen que hemos recibido del apóstol. Pablo seguía siendo aún ese fariseo que condenó inicialmente el culto a Jesús para posteriormente cambiar radicalmente de postura y rechazar la ley mosaica, que él conocía tan bien, y dirigirse al encuentro de las congregaciones de seguidores de Jesús por todo el arco mediterráneo, y ello con la expectativa de que el fin de los tiempos estaba próximo. Taubes se preguntó que quedaba de judío en Pablo después de su “conversión”. Su mesianismo era claramente de origen judaico, pero ¿qué sucedía con la ley? Tradicionalmente, Pablo es considerado como la figura que reemplazó la ley judía por la fe y la circuncisión del cuerpo por la circuncisión del alma. Pero según Taubes, fue crucial que Pablo considerara la fe no sólo como una anulación, sino también como el cumplimiento de la ley mosaica. Según Taubes, Pablo creía que la fe surgió de manera natural fuera de la tradición mosaica como su “auto cancelación”, y es que de hecho resultaba anormal que ese mensaje de cumplimiento de la ley pudiera extenderse al ámbito de los no judíos. Según esta lectura, Pablo era un celote mesiánico de la ley, un judío evangélico.
Esto sin duda tuvo consecuencias políticas. “No puede evitarse el dilema,”, escribía Taubes en 1979, “o el mesianismo es un sinsentido, y además es peligroso”, o bien “tiene sentido en la medida en que revela una faceta importante de la experiencia humana”. Es lo que trató de concretar en lo que denominó su “testamento intelectual”, una serie de conferencias sobre Pablo celebradas en Heidelberg pocos meses antes de su muerte en 1987 (había vuelto a enseñar en Alemania desde la década de 1960).
Parece que era muy importante para Taubes entregar su testamento a un público alemán, no sólo porque era su lengua materna, sino porque pensaba que había existido una larga y extensa historia de malas interpretaciones de Pablo que habían alentado consecuencias desastrosas para ese país, sobre todo al traducirse los prejuicios religiosos en la práctica política. La transcripción de estas conferencias fue publicada en inglés en 2004 como “La teología política de Pablo”, y desde entonces la versión judía del apóstol propuesta por Taubes ha estado recibiendo una larga y extensa atención.
En esas conferencias de Heidelberg, Taubes analiza particularmente el carácter judío de la Carta a los Romanos. A diferencia de las otras epístolas de Pablo (a los Gálatas, a los Efesios y a los Corintios, por ejemplo), la carta a los Romanos fue dirigida a una congregación de seguidores de Jesús compuesta por judíos y gentiles, y situada en la capital del Imperio Romano. Cuando Pablo les escribió y les dijo que abandonaran “la ley (nomos)”, señala Taubes, “estaba socavando no sólo la autoridad de la halajá sino también la del Estado romano, cuya leyes gentiles eran consideradas como divinamente ordenadas a través del emperador, un representante de los dioses en la tierra”. En ese sentido, comenta Taubes, “la Epístola a los Romanos es una teología política, una declaración política de guerra contra el César”. Y fue una “declaración política de guerra judía” porque celebraba una ley universal superior a esas otras arbitrarias dictaminadas por un emperador que decía ser un dios.
La lectura de Pablo por parte de Taubes estaba influenciada innegablemente por la experiencia del nacionalsocialismo y por su constante objetivo de ser más astuto que Carl Schmitt, el jurista que había presidido la teoría jurídica nazi desde 1933 hasta 1936, y que según Taubes comentó a los estudiantes de sus conferencias de Heidelberg, fue “el mayor teórico jurídico de nuestro tiempo en lo referente a la conformación legal y jurídica del estado”. Este elogio no debe ser malinterpretado. En su única reunión con este ex nazi en 1979, Taubes dijo que él y Schmitt se “opusieron a muerte”, pero que a la vez se llevaron “espléndidamente”, ya que por lo menos “hablaban sobre el mismo sujeto”. Sujeto que era la “teología política” – una frase acuñada por Schmitt para argumentar que todas las metáforas teológicas tienen implicaciones políticas, al igual que todos los ordenamientos jurídicos se basan en artículos de fe -.
Durante su visita, los dos hombres se sentaron como en una hevruta- proceso en el que una pareja de estudiantes talmúdicos colaboran y se ensimisman en el estudio -, y leyeron de la Epístola a los Romanos los capítulos IX a XI, esos pasajes en los que Pablo hace alusión de la manera más explícita a la relación entre los seguidores de Jesús y los judíos fieles a la antigua ley. Schmitt asentó buena parte de su reputación entre los nazis sobre dicha argumentación, en buena parte inspirada en una versión católica del apóstol que le representaba como enemigo declarado de los judíos, y en donde las “órdenes no legítimas de un líder que se asemeja a Dios por la fe depositada en él por el pueblo, no podían violarse legítimamente”. Taubes sugirió que le ganó la controversia a Schmitt – “él siempre gana”, escribió Susan Taubes de su ex marido en su novela autobiográfica “Divorciada” -, pero de eso nunca estaremos seguros, porque no existe transcripción de la conversación.
El compromiso de Taubes con la teología política ha molestado a algunos liberales que deseaban mantener los dos reinos herméticamente sellados entre sí. Por ejemplo, en una bastante despreocupada revisión de la literatura reciente sobre Pablo en el New York Review of Books, Mark Lilla culpa a Taubes de “casherizar” (léase reivindicar) a pensadores reaccionarios como Schmitt ante los ojos de los estudiantes alemanes de izquierda en la década de 1960 y 70. Si estuviera vivo hoy en día, lo más probable es que Taubes hubiera respondido que si se prohíbe a todos los pensadores que han detectado un vínculo entre la teología y la política, habría que retirar a la mayor parte de los que configuran el canon occidental de nuestro plan de estudios básicos. Si Taubes legó alguna cosa en su testamento intelectual, no fue una revalorización de Schmitt, sino el potencial inherente en la obra de Sigmund Freud, el único al que Taubes llama explícitamente un “directo descendiente de Pablo”. Del psicoanálisis de Freud, sostenía que había abordado de una manera “autoconsciente” el legado judío paulino, demostrando las fuerzas universales de la culpa y la represión que trabajan tanto en la ley mosaica como en las leyes “morales burguesas”.
Para Taubes, ser un “judío partidario de Pablo” significaba ser un universalista fanático. Esto no significaba tratar de trasladar los ideales religiosos a un buen gobierno, sino más bien preservar el “universalismo religiosamente inspirado” como una especie de “reino de la crítica constante a la autoridad”. Con suerte, las nuevas traducciones al inglés del trabajo de Taubes reavivarán parte del entusiasmo que provocó inicialmente, cuando llegó hasta las costas de Estados Unidos, en un momento en el que la relación personal con el judaísmo era una cuestión existencial de principio político.
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