ARNOLDO KRAUS
Dentro de la ética médica, bajo el rubro relación médico-paciente, temas como fidelidad, lealtad, confidencialidad, privacidad, empatía y veracidad requieren, debido a la tecnología biomédica, nuevas miradas sin obviar preguntas añejas. El tema de la veracidad entre médico y paciente (y entre paciente y médico) es tan viejo como vigente.
Como en tantos otros rubros de la ética médica no hay consenso en el tema veracidad. Sorprende la poca atención que en el pasado se prestó a esa cuestión; no se menciona ni en el juramento hipocrático ni en la mayoría de los primeros acuerdos de las asociaciones médicas mundiales. Quizás, más que olvido u omisión, ese apartado ha sido soslayado por la falta de respuestas puntuales.
Bien se aplica, al hablar de veracidad el viejo aforismo médico, “no hay enfermedades, hay enfermos”; ese aforismo, pienso, mientras escribo, requiere una idea complementaria, “hay enfermos y hay médicos”. Ambas ideas devienen una serie de posibilidades. Enfermos que desean y pueden saber todo lo que les sucede (seres autónomos); médicos incompetentes que no saben comunicar, enfermos que perviven mejor sin enterarse de sus males, médicos leales hacia sus pacientes que mienten en favor de ellos y desleales hacia los seguros médicos o instituciones hospitalarias cuyo motto es explotar a los enfermos.
La veracidad en medicina favorece la autonomía del enfermo y niega el paternalismo médico; la autonomía supone independencia; el paternalismo brega contra la independencia y el derecho a decidir del enfermo. Son tres las virtudes de la veracidad: A) La veracidad respeta la inteligencia, la capacidad emocional y la integridad del paciente. B) La veracidad es fundamental en la relación médico-paciente; aunque no conste por escrito, existe una suerte de contrato donde el doctor debe proveer al paciente toda la información que él desee y el enfermo debe ofrecer toda la información solicitada por el galeno. C) Veracidad y confianza son elementos inseparables. En la relación entre médicos y enfermos respeto, contratos sanos y confianza siempre son buen resguardo. Dentro de las diatribas de la ética médica existen otros insoslayables.
En medicina ser portavoz de malas noticias es una labor no grata. Nuevamente son tres los escenarios. A) Algunos enfermos toleran bien las malas noticias y exigen toda la información posible para planear sus vidas. B) Otros no toleran la cruda realidad. C) En algunas ocasiones la familia se interpone entre doctor y enfermo. A los primeros debe suministrárseles toda la información y acompañarlos durante la enfermedad; a los segundos debe brindarse los datos que soliciten y al ritmo que ellos mismos consideren adecuado; en los enfermos cuyas capacidades no les permite “saber todo”, la amabilidad, la generosidad y la compasión del médico son imprescindibles. En el último escenario, cuando sea factible, la comunicación siempre debe ser primero con el afectado y después (o junto) con los seres cercanos. En todos los casos la buena comunicación es vital.
En la medicina contemporánea, otras situaciones, sobre todo las que se interponen entre doctores y enfermos, también deben ser sopesadas. No poder ayudar al enfermo por razones no médicas es muy ingrato. Cuando se interponen intereses económicos o turbias razones legales puede ser válido engañar, revelar sólo algunos datos, ocultar información médica, o incluso mentir. Compañías aseguradoras, abogados, patrones de los enfermos y presiones comerciales, sobre todo en instituciones hospitalarias, exigen otra visión acerca de la veracidad: la del compromiso del médico hacia el enfermo.
Hace no mucho tiempo los médicos funcionaban como abogados de los enfermos. Esa dualidad, ser médico y “un poco abogado” permitía manejar la información médica a discreción, siempre en favor del paciente. En la actualidad, esa tendencia protectora casi ha desaparecido. Muchos médicos se han convertido en aliados de las grandes instituciones, otros faltan a la ética médica y se asocian con colegas para explotar al enfermo y algunos, en Estados Unidos, casi todos, venden su práctica médica a compañías aseguradoras que suelen actuar en favor de sus intereses y en contra de los enfermos.
La veracidad en la relación entre médicos y enfermos tiene otras lecturas. En varias patologías no es posible saber todo lo que le sucederá al paciente ni predecir con exactitud el curso de la enfermedad (la medicina es una ciencia inexacta); algunos enfermos, debido a su ansiedad, malinterpretan los datos proporcionados por el médico. Por último, aunque poco tratado, es fundamental compartir con los enfermos los errores médicos. El aprecio hacia la profesión médica, en contra de lo que se cree, crece cuando se discuten errores profesionales con pacientes. No compartir y/o comentar los errores médicos atenta contra la ética médica.
Las ideas, “no hay enfermedades, hay enfermos”, y “hay enfermos y hay médicos”, compilan un amplio tinglado, donde la verdad acerca de un paciente puede no aplicarse al siguiente caso y donde la sagacidad del médico puede resultar adecuada en un enfermo y fracasar en otro. La ética médica no admite respuestas únicas. Por eso es fascinante. La veracidad en medicina exige muchas lecturas. En ocasiones esa veracidad es llana, otras veces permite y exige mentir.
LA JORNADA
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