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Ollanta Humala ha ganado las elecciones más reñidas de la historia reciente del Perú con menos de un punto de diferencia sobre la hija del ex presidente Fujimori. El voto del sur del país y de las clases más desfavorecidas se ha impuesto por un estrecho margen al de las ciudades y las clases medias, y los peruanos, ante la disyuntiva que tan gráficamente expuso hace varias semanas el premio Nobel Mario Vargas Llosa de elegir “entre el cáncer y el sida”, se han inclinado por la fórmula nacional-populista de Humala antes que la del fujimorismo. El tiempo dirá si el enfermo, Perú, acaba agonizando o si, por el contrario, mantiene sus constantes vitales económicas de la última década y se sobrepone al tratamiento que le administre el nuevo Gobierno de Humala.
Ollanta Humala ha tenido que convencer a buena parte de los peruanos de que su pasado golpista está olvidado. Estuvo involucrado en dos intentonas, por una de las cuales está preso su hermano Antauro, que intentó derrocar a Alejandro Toledo en 2005. Su padre, Isaac Humala, fue dirigente comunista y fundador del Movimiento Etnocacerista, que luchaba por un Perú basado en un régimen racista indígena. El propio Humala, en 2006, perdió la segunda vuelta presidencial por su cercanía a Hugo Chávez, de quien recibió fondos para la campaña. Consciente de que con esos antecedentes su derrota era segura en las elecciones de ayer ante Keiko Fujimori, Humala se esforzó durante la campaña en convencer a los peruanos de que no acabaría con la economía de mercado que en la última década ha hecho crecer a Perú a un ritmo cercano al 10%. Para ello, Humala suscribió en mayo el acta del Acuerdo Nacional Peruano, creado durante el mandato de Alejandro Toledo y que le compromete a mantener una serie de políticas de estado que salvaguardan las libertades civiles. Publicó una carta al pueblo en la que jura respetar la propiedad privada y la economía de mercado, un documento idéntico al que se vio obligado a hacer público Lula da Silva en 2002 en Brasil para intentar llegar a la Presidencia tras varias elecciones perdidas. Por si todo esto fuera poco, Humala cambió de golpe todo su programa de Gobierno, lo rehizo y eliminó de él su intención de reformar la Constitución con una nueva Asamblea Constituyente, a imagen y semejanza de lo que hizo Chávez en Venezuela.
El apoyo de los Vargas Llosa
Esta transformación de lobo en cordero consiguió convencer a muchos peruanos, pero sobre todo, a una familia: los Vargas Llosa, no se sabe si por confianza en Humala o por el odio cerval al apellido Fujimori. El caso es que el apoyo de Mario vargas Llosa y de su hijo y periodista, Álvaro, a la candidatura de Humala fue tan incomprensible para muchos como decisiva para otros. Álvaro Vargas Llosa, azote y látigo durante años de todos los caudillos populistas como Humala y defensor a ultranza del liberalismo, afirma ahora que Humala “no será un peón de Chávez. No existe la más remota posibilidad de que Humala se quede un minuto más de los cinco años de su mandato. Eso lo cambió en 2007, cuando rompió con Chávez y se acercó a Lula da Silva”. En conversación con el reputado analista Andrés Oppenheimer, Vargas Llosa se muestra convencido de que Humala “tendrá que gobernar con una minoría en el Congreso y existe un amplio consenso prodemocracia y prolibre mercado en Perú tras dos décadas de crecimiento económico”, además “tiene al sector empresarial y gran parte de los medios en su contra. En el caso de Venezuela, Chávez no tenía un gran contrapeso. Aquí, si Humala va en contra del establishment, no dura cinco minutos”.
Terrorismo y narcotráfico
Y, de momento, Humala se sabe débil y sus primeras declaraciones tras vencer a Fujimori han sido llamar a un Gobierno de concentración nacional. Los mercados están a la espera de saber a quién elegirá como primer ministro y como ministro de Economía. De esos nombres puede depender que la región crea en su “conversión” milagrosa de caudillo bolivariano a adalid del libre mercado. Además, deberá hacer frente a otro grave problema olvidado por los dos últimos mandatos de Alejandro Toledo y Alan García: el narcoterrorismo. El sábado, en plena jornada de reflexión, Sendero Luminoso mataba a cinco militares en una emboscada, recordando que sigue activo. “Perú ya es el primer exportador de cocaína”, reconoció Ollanta Humala durante la campaña. La agencia antidroga de la ONU advirtió hace ya un año que Perú había superado a Colombia como primer productor mundial de hoja de coca con más de 120.000 toneladas métricas al año, o lo que es lo mismo, el 45% de lo producido en toda la región andina. En una década, la superficie cultivada se ha duplicado y la producción y exportación de cocaína ha aumentado un 125%, hasta superar las 300 toneladas al año. El Gobierno saliente ha reconocido que, a diferencia de los ochenta y noventa, cuando el narcotráfico estaba en manos de los carteles colombianos, ahora son los mexicanos los que se encargan de la exportación de la cocaína.
Éste es el panorama al que se enfrenta Perú. Un Gobierno que debe demostrar que su transformación milagrosa no ha sido una mascarada para convencer a los cientos de miles de peruanos que votaron el domingo con la nariz tapada entre dos opciones igual de malas para la democracia. Con una oposición que, como los medios de comunicación, se ha enfundado la camiseta de uno u otro candidato (Toledo apoyó a Humala, como los Vargas Llosa, el resto a Fujimori) y que ahora han quedado desacreditados para ejercer de fiscalizadores. Y con un país en el que la desigualdad social es un gran caldo de cultivo para que prenda la mecha de agitadores exteriores si el nuevo Gobierno no se dedica a redistribuir la riqueza generada en los últimos diez años y se deja tentar por los cantos de sirena del populismo.
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