TOM SEGEV – HAARETZ
No muy lejos de la sureña ciudad austriaca de Villach, se estableció después de la Segunda Guerra Mundial un campamento con cerca de 200 refugiados judíos supervivientes del Holocausto de Polonia. A principios de 1946, un político del Partido Laborista británico, Richard Crossman, lo visitó como miembro de la Comisión Anglo-Americana de Investigación sobre los problemas de los judíos europeos y Palestina.
El campamento funcionaba como un centro de detención. Los soldados británicos prohibían a los refugiados judíos su salida para que no trataran de llegar a Palestina. Crossman habló con el “policía del campo”, un adolescente de unos 16 años que había sido elegido por los propios refugiados. Había pasado seis años de su joven vida en los campos de concentración. Crossman le preguntó si tenía parientes en América, el niño respondió que su madre estaba allí. Crossman le preguntó si tenía correspondencia con ella y el muchacho le respondió con enojo: “La he cortado de raíz, ella ha traicionado el destino judío”.
Crossman le preguntó entonces qué quería decir. “Ella ha huido a Estados Unidos en compañía de un goy. El destino de mi país es ser el dueño de Palestina”, respondió el adolescente.
Crossman le preguntó cómo sabía que ese era el destino de su nación y el niño respondió: “Está escrito en la Declaración Balfour”.
Esta historia aparece en un libro que Crossman escribió en el verano de 1946. Muchos años más tarde, la recordó en una conversación con el historiador británico Martin Gilbert. Esta semana Gilbert repitió la historia durante una conferencia en la Universidad de Tel Aviv sobre el fin del Mandato Británico.
Gilbert, de 75 años, ha escrito más de 80 libros, lo que lo convierte en uno de los historiadores más prolíficos de la historia. Fue el autor de la biografía más completa de Winston Churchill y de un número importante de otros libros. Él y Crossman se reunieron en el Archivo de Weizmann en Rehovot, relata Gilbert, contando otra historia que oyó de él: En uno de los campos de refugiados, dos de los miembros de la comisión anglo-estadounidense vieron a un judío de Polonia rompiendo un certificado de inmigración a los EEUU. Temía que el Holocausto pudiera repetirse allí también, les dijo.
Crossman creía que la mayoría de los prisioneros del campo estaban interesados en establecerse en la Tierra de Israel, pero también se preguntaba si los refugiados creían que Estados Unidos también eran una opción. Estados Unidos no les había invitado, por lo que tenían que elegir entre Palestina y sus países de origen, incluida Polonia, que ya se había convertido en un estado comunista y antisemita. Ellos preferían Palestina. La pregunta de Crossman ha permanecido abierta; Gilbert no lo mencionó.
Fue una conferencia muy buena, organizada en orden cronológico. Sobre el conflicto de hace siete décadas entre su país, Gran Bretaña, y el sionismo, Gilbert está del lado del sionismo. Este no es un relato en negro y blanco, señaló Gilbert, y citó algunos funcionarios británicos que por entonces mostraron su apoyo a la alternativa sionista, incluido el embajador británico en Polonia en la década de 1940. Sin embargo, la mayoría de sus referencias reflejan una gran hostilidad al sionismo, e inclusive a los supervivientes de los campos de concentración, por parte de los funcionarios británicos. Así esos supervivientes judíos que terminaron bajo la ocupación británica en Alemania y Austria fueron ubicados en campos de detención y sus raciones de alimentos restringidas, todo ello como si no fueran las víctimas de los nazis, sino soldados enemigos prisioneros.
Muchos años después, Gilbert se reunió con el diplomático británico George William Rendel, que quería entregarle una confesión. “Hay algo que lamento”, le dijo. Gilbert aguzó el oído. “Lamento no haber hecho más para impedir el establecimiento del Estado de Israel”. Gilbert afirmó que la hostilidad de los funcionarios británicos “no reflejaba la presencia del antisemitismo: aparente y simplemente preferían el petróleo árabe”.
En última instancia, los británicos abandonaron Palestina en respuesta a la creciente presencia del terror árabe. Gilbert no mencionó la Revuelta Árabe, que ya habían sufrido los británicos hasta conseguir que dijeran basta a la Tierra de Israel a finales de la década de 1930, como si no formara parte de esta historia.
La crítica de Gilbert a su país fue muy amarga. En Gran Bretaña, el historiador israelí Ilan Pappe habla en un tono crítico similar, pero está vez atacando la política sionista de Israel. La diferencia entre las dos críticas es la siguiente: Muchos israelíes consideran que Pappe es un traidor, alguien que se odia a sí mismo como judío. Sir Martin Gilbert recibió un título nobiliario de su reina y entre los asistentes a su conferencia estuvo Matthew Gould, primer embajador judío del Reino Unido en Israel.
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