Lástima por los sirios que se enfrentan a la artillería y a los francotiradores del régimen de Assad.
A diferencia de Libia, no hay “mandato” árabe o internacional que los proteja. Reconozcamos el mérito mercantil de los gobernantes de Siria: cabalgan con la teocracia de Irán y le proveen acceso al Mediterráneo. Patrocinan a Hamas y Hezbolá. Y aún así, se las arreglan para vender al mundo una leyenda acerca de su supuesta“moderación”.
Es cierto que Damasco estuvo, en distintas épocas, en conflicto con sus vecinos – Turquía, Líbano, Jordania, Irak, Israel – pero se las arregló para permanecer congraciado con la comunidad internacional. Hizo de la soberanía del Líbano una burla, asesinando a los líderes libaneses a su antojo. Aun así, a pesar de toda la brutalidad y la audacia del reino sirio, del terror y saqueo en el Líbano, los sirios fueron capaces de convencer a los poderes más allá del Medio Oriente, que los recursos que utilizaban eran preferibles al caos que dejarían en el Líbano si lo fueran a abandonar.
En el mismo sentido, Damasco fue capaz realizar una asombrosa hazaña: Siria fue, a la vez, el “frente de guerra” fiel a la lucha contra Israel, y el país que mantuvo la frontera más tranquila con el Estado judío.(Así como los gobernantes de Siria mantuvieron la paz de esta frontera, fueron capaces de romperla recientemente con el envío de los refugiados palestinos que asaltaron la frontera israelí en los Altos del Golán).
Fue el escritor Daniel Pipes, quien dijera, con razón, que los líderes de Siria querían el proceso de paz mas no la paz misma. Su modus operandi: mantener en movilidad a los enviados estadounidenses, sostener la posibilidad de una paz con Israel y tentar a los sucesivos gobiernos de EE.UU. con un gran acuerdo, mientras que sus representantes en Líbano inflamaban la frontera con Israel y su capital albergaba a Hamas y los demás grupos palestinos opuestos a la paz.
Siria podía tener las dos cosas: la beligerancia ideológica y retórica, en combinación con la fría diplomacia y las artimañas. Los iraníes querían acceder al Líbano y a su frontera con Israel; los sirios se la vendieron a buen precio. No se disculparon por ello ante otros árabes, pero mantuvieron vivo el sueño de que podrían ser “separados” de Irán y, así, presumir de una nación moderna y secular que miraba desde las alturas la forma de ser de las teocracias.
Los gobernantes de Siria eran Alawitas, unos herejes para los puritanos Sunitas. Sin embargo, como Estados Unidos lucharon para poner un nuevo orden en Irak, Siria fue el punto de tránsito para los jihadistas suníes de otras tierras árabes, dispuestos a asesinar y ser asesinados. El proyecto americano estaba a sangre y fuego, y esto dio un respiro a los sirios, porque temían ser el siguiente blanco, si Washington fuera a buscarse otros objetivos más allá de Irak.
Fue ese juego sórdido que finalmente convenció a George W. Bush de que los sirios tenían que pagar un precio por su duplicidad. Lo que siguió fue el apoyo estadounidense a la “Revolución de los Cedros”, en el 2005, y los sirios realizaron una rápida retirada. Más adelante, experimentarían el arrepentimiento de quien se había apurado en vender, y tratarían de recuperar lo que habían cedido bajo presión.
Barack Obama proporcionó a la dictadura siria un salvavidas diplomático. Iba a “encantar” a Teherán y a Damasco; estaba seguro de que el radicalismo sirio había sido la respuesta a la mano dura de la administración Bush. Un embajador americano fue despachado a Damasco, y el senador John Kerry hizo suyo el argumento según el cual el joven gobernante sirio era, en el fondo, un “reformista”, deseoso de romper sus relaciones con Irán y Hezbolá.
La Primavera Árabe volcó todo eso. Llegó tarde en Siria, tres meses después de haber hecho su camino a Túnez y Egipto, un mes después de la revuelta de Libia. Un grupo de jóvenes en la ciudad de Deraa, cerca de la frontera con Jordania, cometió el pecado capital de “grafittear” contra el régimen. Un régimen frágil con un primitivo culto a la personalidad, que respondió con mano dura.
Las compuertas se abrieron, el pueblo sirio descubrió en sí mismo nuevas reservas de valor y coraje, mientras que los gobernantes intentaron regresar, con acostumbrada violencia, a la población a su viejo estado de sumisión.
Hasta la Primavera Árabe, nada se había movido en Siria en casi tres décadas. El presidente Hafez al-Assad y su hermano menor homicida, Rifaat, habían hecho, en 1982, un ejemplo de Hama, cuando acallaron un levantamiento popular, nivelando el piso de la ciudad con miles de cadáveres. Ahora, el círculo está cerrado. El presidente Bashar Al-Assad y su hermano menor, Maher, comandante de la Guardia Republicana, están decididos a derrotar a esta nueva rebelión, como lo hizo su padre en Hama, con la diferencia de que lo han hecho de a pocos asesinatos a la vez.
En el mundo de hoy, es más difícil apagar las luces y mantener las historias de la represión a puerta cerrada, pero los Assad no conocen otra forma: para ellos, la masacre es una tradición familiar.
La diplomacia de Occidente tardó en ponerse al día con los horrores de Siria: en Washington, estaban esperando a Godot mientras el régimen de Damasco brutalizaba a sus hijos. En el discurso del 19 de mayo del Departamento de Estado – denominado “Cairo II”- el presidente Obama dio al gobernante sirio una elección: podría liderar la transición hacia la democracia o “desalojar el camino.” Desde entonces, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha utilizado la misma táctica.
Sin embargo, esta nueva actitud ha sido “demasiado poco y demasiado tarde”. Con los combates en Afganistán e Irak y ahora en Libia, pocos líderes en los EE.UU. o Europa quieren ver el régimen de Assad como realmente es. Sin embargo, la verdad está ahí para quien la quiera ver. Si preguntáramos a los sirios que abandonan sus hogares y huyen a través de la frontera con Turquía acerca de los métodos sucios de Bashar y de sus escuadrones de asesinos y vigilantes, nos darían mucha información sobre esta gran prisión que es Siria.
Los bloggeros árabes, con la ironía de la desesperación, han utilizado la expresión “Sólo en Siria”, para expresar la verdad sobre este horrible régimen. “Sólo en Siria” un vecino sale a trabajar una mañana y regresa 11 años después. “Sólo en Siria” un niño va a prisión antes de ir a la escuela. “Sólo en Siria” un hombre es encarcelado durante 20 años sin ser acusado de nada, y se le pide, a su liberación, que escriba una carta de agradecimiento a las autoridades.
La lista es interminable. Por fin, en Damasco, ha caído la máscara del régimen de los Assad.
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