19 de junio, Día del Padre/ Carta al Padre de Franz Kafka

ELBLOGDELETRASURBANAS (fragmento)

Querido Padre:

Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación. Y, aunque intente ahora contestarte por escrito, mi respuesta será, no obstante, muy incomprensible, porque también al escribir el miedo y sus consecuencias me inhiben ante tí, y porque la magnitud del tema excede mi memoria y mi entendimiento.

Para tí, el asunto fue siempre muy sencillo, por lo menos por lo quc hablabas al respecto en mi presencia, y también, sin discriminación, en la de muchos otros. Creías que era, más o menos así: durante tu vida entera trabajaste duramente, sacrificando todo por  tus hijos, en especial a mí. Por lo tanto, yo he vivido cómodamente, he tenido absoluta libertad para estudiar lo que se me dió la gana, no he tenido que preocuparme por el sustento, por nada, por lo tanto, y a cambio de eso tú no pedías gratitud (tú conoces como agradecen los hijos), pero esperabas por lo menos un acercamiento, alguna señal de simpatía; por el contrario, yo siempre me he apartado de tí, metido en mi cuarto, con mis libros, con amigos insensatos, ideas descabelladas, jamás hablé francamente contigo(…).

Sí haces un resumen de  tu juicio sobre mí, surge que no me reprochas nada que sea en realidad indecente y perverso (excepto mi reciente proyecto de matrimonio) , sino mi frialdad, mi alejamiento, mi ingratitud. Me lo echas en cara como si fuese culpa mía, como si mediante un golpe de timón, hubiese podido, dar a todo esto un curso distinto, en tanto tú, no tienes  la menor culpa, salvo tal vez, el haber sido excesivamente bueno conmigo.Esta consabida interpretación tuya me parece correcta sólo en lo que se refiere a tu falta de culpa en este distanciamiento. Pero también estoy yo, igualmente, exento de culpa. Si pudiera conseguir que reconocieras esto, entonces sería posible, no digo una vida nueva-para ello los dos somos demasiados viejos-, pero sí, una especie de paz, no un cese, pero sí una atenuación de tus incesantes reproches.

Es extraño, pero tú tienes un presentimiento de lo que quiero decirte. Así, por ejemplo, me dijiste hace poco: “Yo siempre te he querido, aunque no como ellos””. Ahora bien, padre: yo, en verdad, nunca dudé de tu bondad para conmigo pero no me parece que tu observación sea exacta. Tú no sabes fingir, eso es cierto, pero si pretendes, sólo por esa razón, afirmar que los otros padres fingen, se trata ó bien de una simple terquedad, imposible de discutir, o bien de una expresión encubierta de que hay algo que no anda bien entre nosotros, y que tú contribuyes a causar, aunque sin culpa. Si realmente esa es tú opinión, estamos de acuerdo.

Yo hubiese sido feliz teniéndote como amigo, como jefe, tío ó abuelo, y hasta (aunque ya en esto vacilo) como suegro. Pero precisamente como padre has sido demasiado fuerte para mí,  tanto más sabiendo que mis hermanos murieron siendo niños aún y las hermanas llegaron sólo mucho más tarde, de manera que yo tuve que soportar completamente  solo el primer choque, y para eso era débil, demasiado débil.

De cualquier manera, éramos tan distintos y tan peligroso el uno para el otro en esa diferencia, que si hubiese calculado de antemano la relación que, surgiría entre nosotros, yo el niño que se desarrollaba lentamente, y tú, el hombre hecho, hubiera sido posible  presumir que tú simplemente me aplastarías, bajo tus pies , que nada quedaría de mí. Por suerte esto no sucedió..(…).

En aquel entonces, y sólo en aquel entonces, me hubiera sido necesario el estímulo. Sí tu sola presencia ya me aplastaba…Recuerdo, por ejemplo, cuando nos desvestíamos juntos en una casilla. Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me sentía miserable, y no sólo frente a tí, sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí la medida de todas las cosas.

Hubo también, por suerte, momentos de excepción, en particular cuando sufrías en silencio , y el amor y la bondad vencían con su intensidad los obstáculos y conmovían invariablemente. Sucedía raras veces, pero era maravilloso. Así por ejemplo, cuando se te veía en el negocio, en los ardientes días del verano, dormitando al mediodía, después del almuerzo, cansado, el codo apoyado en el escritorio; o cuando venías a visitarnos los domingos, en nuestro lugar de veraneo, rendido de fatiga ó cuando mi madre estaba gravemente enferma , y tú, estremecido por el llanto, te aferrabas a la biblioteca; ó cuando estuve enfermo yo, la última vez, y viniste silenciosamente a verme, en el cuarto de Ottla, y te paraste en el umbral, y estiraste el cuello a fin de verme en la cama y me saludaste sólo con la mano, por consideración. En tales momentos se echaba uno a llorar de felicidad, y hoy vuelvo a llorar mientras lo escribo.(..)

Ni siquiera tú desconfianza por los demás, es  tan grande como  mi desconfianza por mí mismo, en la que me has educado. Y no te niego, hasta un cierto derecho a esa objeción, que además contribuye, por sí sola, a la caracterización de nuestras relaciones. Claro está que las cosas no pueden ajustarse a la realidad, tan bien la una con la otra, como mis argumentos en esta carta, porque la vida es algo más que un rompecabezas; pero, gracias a las enmiendas que surgen de esta confesión, y que no puedo ni quiero extender hasta el detalle se ha logrado, a mi parecer, algo tan próximo a la verdad, que podrá tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos más fáciles la vida y la muerte…

Franz

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