Crecí en los suburbios de Chicago y, a pesar de lo que mucha gente podría haber esperado de una joven sorda, mi vida era como un largo episodio de The Brady Bunch. A pesar de cualquier obstáculo que se encontraban en mi camino, me imaginaba siendo Marcia Brady, patinando por la calle y saludando a todos. Algunos llamarán determinación a eso determinación. Otros determinaron que era una persona que no aceptaba un no. Pero mi como respuesta. Mi padre, a su vez, tiene una palabra para explicarlo: jutzpá.
Fue la jutzpá delos Matlin, en especial la de mi padre, que me condujo a través de los tiempos difíciles. Él mismo sufrió mucho, pues creció con un padre alcohólico y una madre que se casó y se divorció muchas veces. De alguna manera, desarrolló un sentido del humor que ha utilizado para ayudarse y ayudarme. Cuando aparecían obstáculos en mi camino, cuando los niños se burlaban de mi aparato auditivo (enorme en esta época), me aconsejaba: “Diles que sólo son grandes globos de goma de mascar y pregúntales:¿Quieres un poco? “ Y cuando la gente en la calle señalaba la gran unidad de batería conectada a mis audífonos y que colgaba de mi cuello, mi papá decía que era una radio y que estaba escuchando la Serie Mundial. Fue mi padre quien me inculcó la actitud “nunca digas que no”, que me acompaña hasta hoy. Infundió en mí la capacidad de asombro: como ejemplo, nos llevaba de paseo en su coche, sin revelarnos el destino de la aventura.
A los 18 meses de edad, durante una visita a California, un amigo de mi abuela comentó que no estaba respondiendo a los sonidos y que probablemente sufría de sordera; mi padre respondió que simplemente estaba siendo necia. De vuelta a Chicago, mi padre no podía aceptar la idea de que su única hija era sorda. Decidido a comprobar lo contrario, trajo una olla y un cucharón de la cocina y se dirigió a mi habitación. Mientras yo dormía, golpeó la olla con el cucharón contra el metal una y otra vez, pero no reaccioné. Papá estaba consternado. Semanas más tarde, los médicos confirmaron lo que él y mamá no se atrevían a admitir: yo estaba totalmente sorda.
Mis padres estaban fuera de sí. Alguna vez, al ser entrevistada, mi madre dijo a un reportero que ni siquiera sabía que había niños sordos. Pero a pesar del dolor y la confusión que sintieron, siguieron adelante, en busca de escuelas y de profesionales para asegurarse de que su hija obtuviera lo mejor de todo. Varios médicos recomendaron que me enviaran a una escuela de sordos, a cientos de kilómetros de distancia de mi hogar. Sin embargo, decidieron mantenerme en casa y enviarme a escuelas de misioneros en el vecindario, porque querían ser ellos quienes me dijeran “Te amo”, cada noche, antes de dormir.
Mientras, a través de mi infancia, mi papá siempre adoptó el papel del bromista Matlin, equipado con un chiste para responder a los niños que se burlaban de mí, fue sorprendentemente silencioso cuando se trató de hablar de mi sordera. Simplemente, no quería hacerlo.
Esta actitud fue obvia cuando gané el Oscar por mi actuación. Cuando los periodistas solicitaban entrevistas con mamá o papá acerca de mí, era mamá quien proveía toda la información; mi padre simplemente se sentaba allí. Si respondía, irrumpía en lágrimas antes de terminada la conversación.
Por alguna razón, tal vez la culpa, papá no podía hablar de mi sordera: el dolor de descubrirla había sido demasiado. Al correr los años, descubrí que se trataba de un patrón típico de su personalidad; simplemente ignoraba los episodios dolorosos. Mi padre era una enigma: siempre estaba dispuesto a hablar conmigo de cualquier cosa y su acercamiento a la vida era jovial y feliz.
Hace unos años, mamá y papá se mudaron de Chicago y se instalaron en un departamento en Florida. No era raro verlos , tomando el sol alrededor de la piscina. Estaban disfrutando sus años dorados. Pero mi padre comenzó a tener problemas. Su brazo se empezó a adormecer; luego fue la pierna. Después de varias consultas, se descubrió que tenía síntomas relacionados con estenosis de la columna. Se operó pero, mientras se recuperaba, el médico le dijo que le habían descubierto un mieloma múltiple, un cáncer de células del plasma. Yo nunca había oído hablar del mieloma múltiple y de inmediato comencé a preocuparme. Pero papá nos aseguró que todo estaba bien y que le habían diagnosticado la forma más leve del mal. Simplemente necesitaba una pastillas.
La noticia del cáncer de mi padre fue anunciada de forma tan casual, que ni siquiera le di seguimiento. Cuando me enteré de la organización Stand Up To Cancer, ofrecí contar la historia de mi padre y un reportero de la revista People publicó un artículo acerca de la misma.
Pocos días después, el periodista llamó a mi socio productor, Jason Jack, para decirle que había hablado con el médico de mi padre y que el diagnóstico era otro: papá tenía tres mielomas múltiples y su estado era mucho más serio de lo que nos quería hacer creer. Estaba desesperada. Luego me enojé preguntándo por qué papá no se enfrentaba con nosotros al cáncer. Me di cuenta que, una vez más, se había escondido en el silencio y la culpa. Inmediatamente, lo obligamos a someterse a un tratamiento que incluía quimioterapia.
Un año ha pasado desde el diagnóstico de papá, y está tan bien como puede esperarse.
Para quienes sufren de cáncer y tienen miedo de hablar de ello, para quienes les cuesta comunicarse con sus seres queridos y para quienes quieren aparentar que la enfermedad no existe, retrasando el diagnóstico o no acudiendo a chequeos regulares, las consecuencias pueden ser fatales.
No actuar es fatal.
Es por eso que, en honor a mi padre en su Día, estoy de pie, animando a la gente para hablar abiertamente de cuestiones de salud. Debemos poder hablar con honestidad acerca de nuestros temores. Nadie debe avergonzarse de llorar. Este Día del Padre, vamos a recordar a nuestros padres que la familia y los amigos son probablemente las mejores armas contra cualquier padecimiento.
En este día, rezo para la salud de todos nuestros padres.
Traducción: May Samra
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