DR. YOAV J. TENEMBAUM/AMERICAN DIPLOMACY.COM
El revuelo producido por la declaración del Presidente Barack Obama, donde señaló que cualquier futuro acuerdo de paz entre Israel y los palestinos debe basarse en las líneas de 1967, con intercambios de tierra mutuamente acordados, debe llevarnos a considerar los peligros que implica establecer por adelantado términos de paz, antes de que las negociaciones hayan comenzado.
La historia nos ha enseñado que todo intento, por parte de cualquier administración de EE.UU., que trató de presentar su propio plan de paz o de presentar condiciones específicas, con el objeto de lograr un acuerdo entre los árabes y los israelíes, ha fracasado.
Desde el Plan Alpha, a mediados de los 50, pasando por el Plan Rogers en 1969, el Plan Reagan de 1983, hasta los parámetros de Clinton en 2000 – ninguno ha tenido éxito en el logro de la paz.
El Plan Alpha, concebido por Estados Unidos y Gran Bretaña a finales de 1954, llamaba específicamente a Israel a que hiciera concesiones territoriales en el Negev. Además, pedía a Israel que aceptara un corredor terrestre en el Negev, conectando a Jordania con Egipto, y que aceptara algunos refugiados árabes en su territorio.
Aunque dispuesto a hacer la paz con sus vecinos árabes, Israel rechazó los términos del Plan Alpha. Egipto, por su parte, no estaba dispuesto a negociar con Israel, y mucho menos a reconocerlo.
En 1969, el Secretario de Estado de EE.UU., William Rogers, adelantó un plan de paz que instaba a Israel a retirarse a las líneas existentes con anterioridad a la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, con leves modificaciones.
Israel declaró que estaría dispuesto a negociar con sus vecinos árabes y a hacer la paz con ellos, pero que las condiciones presentadas previamente por el Plan Rogers, como llegó a ser conocido, eran inaceptables.
En Khartum, Sudán, la Liga Árabe ya había declarado, en septiembre de 1967, su categórica postura colectiva, enunciando sus tres NO:
1) No a las negociaciones con Israel
2) No al reconocimiento de Israel, y
3) No a hacer la paz con Israel.
El Plan Reagan de 1983 vino a continuación de la primera guerra del Líbano. Llamaba a Israel a que aceptara el establecimiento de una entidad autónoma palestina vinculada a Jordania. El Presidente Ronald Reagan había discutido los términos del plan, previamente, con algunos de los amigos árabes de EE.UU., pero no con Israel, que fue informado sobre el plan sólo unas horas antes de que fuera hecho público.
Sintiéndose traicionado por la manera en que Israel fue tratado al respecto, Menahem Begin, Primer Ministro de Israel, le dijo al entonces embajador de EE.UU., Samuel Lewis, que Israel no era una república bananera y no aceptaría ser tratada como tal.
El liderazgo de los palestinos, que pensaba que no alcanzaba sus mínimas demandas, también rechazó el Plan Reagan.
Los Parámetros Clinton, elaborados por el Presidente Bill Clinton a continuación de la fracasada cumbre de Camp David del año 2000, que llamaban al establecimiento de un Estado Palestino en la mayor parte de la Margen Occidental y Gaza, dejando bajo soberanía israelí los principales bloques de asentamientos israelíes existentes, no ha logrado, hasta ahora, dar lugar a un acuerdo de paz entre Israel y la Autoridad Palestina.
Hay que recordar que fracasaron, incluso, los esfuerzos europeos en delinear un marco para la paz, siendo el más destacado la Declaración de Venecia de 1980, que llamaba, entre otras cosas, a Israel a aceptar el derecho de los palestinos a la autodeterminación y a poner fin a lo que denominó como “la ocupación territorial que ha mantenido desde el conflicto de 1967”.
Lord Carrington, quien entonces se desempeñaba como Ministro de Relaciones Exteriores británico, quería jugar un papel activo de mediación entre Israel y sus vecinos árabes, pero los términos ya expuestos por la Declaración de Venecia, así como la percepción en Israel de que era manifiestamente pro-árabe, limitó considerablemente su libertad de maniobra diplomática.
Debe hacerse una distinción entre hacer avanzar un plan de paz o presentar términos concretos para resolver el conflicto, y el papel de mediator.
EE.UU. ha desempeñado con éxito el papel de mediador después de la Guerra de Yom Kipur en 1973. La Diplomacia Itinerante del entonces Secretario de Estado Henry Kissinger, produjo tres acuerdos provisionales, dos entre Israel y Egipto, y uno entre Israel y Siria. Kissinger, en realidad el presidente de EE.UU., no trató de delinearles los términos de un acuerdo a las partes involucradas, sino, más bien, mediar entre ellas para lograrlo.
Lo mismo se aplica al Presidente Jimmy Carter quien, en septiembre de 1978, en la Cumbre de Camp David, jugó el papel de mediador entre Egipto e Israel. El acuerdo marco de Camp David para la paz, que sentó las bases para el acuerdo de paz Egipto- Israel, fue el corolario de ese esfuerzo diplomático. Una vez más, Carter no presentó un plan para la paz o términos específicos para un acuerdo, sino que ayudó a que se produjera, mediando activamente entre egipcios e israelíes.
El Presidente Obama debe decidir: ¿Quiere que Estados Unidos medie entre israelíes y palestinos? Si es así, haría bien en abstenerse de establecer de antemano términos que podrían obligar a una, o a ambas, partes interesadas a adoptar una posición defensiva.
Además, si quiere que EE.UU. sea un mediador, debe cuidar de mantener a las dos partes totalmente informadas de sus intenciones; de lo contrario, correría el riesgo de una respuesta negativa, aún antes de que las negociaciones hubieran comenzado.
Para ser eficaz como un mediador, el presidente debería abstenerse, en la medida de lo posible, de pronunciamientos públicos, ya que podrían limitar su libertad de maniobra diplomática. Además, los anuncios públicos por parte del presidente deben mantenerse al mínimo, para evitar una dilución de su autoridad.
Un mediador no anuncia previamente cómo un acuerdo debe ser, excepto, quizás, en términos muy generales, y sólo si es estrictamente necesario.
Un mediador debe delinear el marco para las negociaciones y no definir su resultado por adelantado.
El éxito no está asegurado si se siguen los pasos arriba mencionados, pero si no se los sigue, como la historia nos ha enseñado, el fracaso podría ser seguro.
Yoav Tenenbaum es profesor de postgrado en el Programa de Diplomacia (Departamento de Ciencias Políticas) de la Universidad de Tel Aviv. Cursó su doctorado en Historia Moderna en la Universidad de Oxford (St. Antony’s College) y su maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad de Cambridge (St. Edmund’s). Cursó su licenciatura en Historia en la Universidad de Tel Aviv. Sus artículos han sido publicados en diversos periódicos, revistas y publicaciones académicas, entre ellas, American Diplomacy, Foreign Service Journal, History and Policy, History News Network, Miami Herald, Jerusalem Post, Haaretz y muchas otras publicaciones en inglés y español. Ha vivido en varios países, entre ellos Argentina, Estados Unidos (Nueva York), Gran Bretaña e Israel.
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