JTA/ TRADUCCIÓN: MARIO NUDELSTEJER
Los judíos libios, orgullosos de su herencia e, inclusive, con nostalgia por el hogar ancestral de sus padres, también guardan amargos recuerdos por las persecuciones y malos tratos sufridos por parte de los musulmanes libios en aquella eventual eliminación de la nativa comunidad en la ola de violencia antijudía que se suscitó durante el nacimiento del movimiento sionista y la creación del Estado de Israel.
La corresponsal de la agencia Associated Press, Diaa Hadid señala desde Trípoli, que aquella que alguna vez fue la más bella sinagoga en la capital de Libia, solo puede ingresarse a través de un hoyo horadado en su muro posterior, para luego subir por una escalinata cubierta de tierra y basura, y zapatos viejos, hasta un área ocupada por el arrullo y piar de palomas.
La sinagoga Dar-al-Bishi, alguna vez fue el centro espiritual de la próspera comunidad judía, cuyos últimos remanentes fueron expulsados hace más de un decenio, en los inicios del régimen de Mohamar Gadhafi. Dentro de Libia pocas huellas quedan, aunque en el exterior permanecen sobrevivientes y sus descendientes en un ambiente muy activo, observando con fascinación cómo luchan las fuerzas leales a la dictadura contra la ofensiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en apoyo a los rebeldes insurgentes por el control del país, una nación que todavía algunos de estos judíos estiman como su hogar natural.
“Me asaltan sentimientos encontrados. Tengo simpatía por la gente que lo quiere fuera”, dice Gina Bublil-Waldman, nacida en Libia, respecto al dictador. Pero ella, que encabeza una organización de judíos de origen árabe en San Francisco, afirmó que todavía estaba enojada y lastimada por el recuerdo de la expulsión de su familia de su hogar allá. Esos sentimientos permanecen fuertemente y, a este momento, “me daría miedo regresar”.
Por otro lado, Navit Barel, una israelí descendiente de libios, señala que los levantamientos le han inducido a visitar el país donde nacieron sus padres. Ellos, ahora fallecidos, crecieron cerca de la sinagoga de Dar al-Bishi. “Parece que esto trae de regreso mis anhelos de hablarle a mi padre”, afirmó.
Hoy, la mayoría de los restos de la comunidad permanecen en Hara Kabira, un barrio pobre y arenoso que fuera alguna vez el área judía de Trípoli. Dentro de la sinagoga de Dar al-Bishi, un diluido texto hebreo sobre el arca vacía que alguna vez contuvo los rollos de la Torá, se lee el “Shemá Israel” (“Oye, oh Israel”), ese conmovedor inicio de los rezos judíos. El piso, observando con ojos incrédulos está lleno de basura de décadas.
Lo que antes era el baño ritual, la Mikvah o Tevilá, a un costado de la sinagoga, alberga hoy a una serie de familias libias, y en un pasillo cercano tres puertas arqueadas, dan paso a una fachada que alguna vez fue amarilla y se ve decorada con Estrellas de David. Esta parte del edificio fue antaño el club juvenil “Ben Yehudá”, describe Maurice Roumani, un israelí nacido libio y experto en historia judía de Libia. Y menciona que el padre de Navit Barel, Eliyahu, había sido maestro de hebreo ahí. Pero ahora el gobierno es dueño del lugar.
Veinte siglos de historia
Los judíos llegaron a lo que ahora es Libia hace unos 2300 años. Se asentaron mayormente en poblados costeros como Benghazi y Trípoli, y vivieron bajo cambiantes formas y reglamentos que incluían la influencia de los romanos, otomanos, turcos, italianos y recientemente por los Estados árabes, que han derivado a últimas fechas en guerras civiles.
En esa comunidad judía algunos prosperaron como mercaderes y comerciantes, médicos y joyeros. Bajo las leyes musulmanas vieron períodos de relativa tolerancia y el estallido de hostilidades. En 1911 Italia la invadió y en alguna forma también el gobierno fascista de Benito Mussolini aplicó leyes discriminatorias contra los judíos, dando de baja a aquellos funcionarios judíos que trabajaban en el gobierno, ordenándoles trabajar en sábado, pero muchos de ellos eran observantes del shabat.
Para el inicio de la década de los 1940’s miles fueron enviados a campos de concentración en el Norte de África donde cientos murieron, y otros de plano deportados a campos en Alemania y Austria. Sus penas no terminaron con el fin de esa guerra. A lo largo del mundo árabe el enojo por el proyecto sionista en Palestina convirtió a los vecinos de los judíos libios en abiertos enemigos. Es así que en noviembre de 1945, a lo largo de Libia las turbas humanas realizaron durante tres días agresiones incendiando negocios y casas de judíos, y asesinando a más de 130 entre los que se encontraban varias docenas de niños.
Tras la fundación del Estado de Israel, en 1948, este país se convirtió en su refugio como el de muchas de las comunidades judías del Oriente Medio. El padre de Barel huyó en 1949 y su madre también muy pronto. La mayoría se había ido cuando Gadhafi tomó el poder en 1969 y el nuevo dictador se encargó de lanzar fuera al resto, a quienes se les ordenó irse con solo una pequeña maleta y una cantidad ínfima de efectivo.
Las propiedades de judíos, que no hubo forma de determinar cuántas, fueron confiscadas y las deudas a favor de los hebreos libios fueron canceladas; los cementerios los convirtieron en tiraderos de basura o se construyó sobre ellos, y las sinagogas y templos a lo largo del país fueron demolidas o destinadas a usos diferentes; algunas las convirtieron en mezquitas. Una comunidad que alguna vez ascendió a 37 mil almas se desvaneció.
En la misma Libia la memoria sobre los judíos desaparece, algunos residentes musulmanes que recuerdan a sus vecinos mantienen silencio, preocupados de que se les acuse de ser simpatizantes judíos. “Hubo judíos alguna vez, pero se fueron”, menciona uno de los residentes del ex barrio judío de Trípoli. Y se hace nerviosamente menos cuando se le inquiere sobre qué fue de ellos, cuál fue su suerte.
Sin embargo persisten legados judíos:
El famoso cocido judío de pescado, conocido como Hraimeh, es ampliamente consumido en Libia. Recientemente, un funcionario del gobierno libio, que acompañaba a periodistas y reporteros internacionales a un restorán de productos del mar en Trípoli, se refirió a ésta como la “comida judía”, mientras devoraba hambriento su platillo. Los musulmanes que desafían la prohibición sobre el alcohol, se embeben del casero bocha, una bebida basada en higos alguna vez elaborado por los judíos en Libia.
Hoy en día los judíos libios y sus descendientes alcanzan unos 110 mil, la mayoría viviendo en Israel, con otros en Italia y alrededor del mundo. Ninguno, si acaso, tienen deseo de retornar como residentes, pero Moussa Ibrahim, el vocero del combativo gobierno de Gadhafi ha dicho que se les permitiría volver –siempre que de inicio desechen su ciudadanía israelí. “No pueden tener ambas”, afirma Ibrahim.
El gobierno rebelde en Benghazi no hace comentarios en cuanto a sus intenciones de reanudar relaciones con la antigua y por ahora inexistente comunidad judía del país. Su vocero, Jalal al-Gallal se atreve a decir que habrá “libertad religiosa” en la futura Libia. Y Roumani, el experto en judaísmo libio dice que anhela retornar, pero sabe que los lugares que solía conocer ya no existen. Él describe su recuerdo como niño en Benghazi: Caminando a la sinagoga con su padre, escuchando el rezo cantado del Corán, el libro sagrado musulmán, que se desprende de una radio a todo volumen desde una cafetería cercana. La sinagoga ahora es un templo de cristianos coptos. La tumba de su padre yace bajo la edificación que mandó construir el régimen de Gadhafi.
Matti Friedman y Aron Heller en Jerusalem, y Michelle Faul en Benghazi, Libia, escritores de Associated Press contribuyeron a este reporte.
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