La niña de la cuchara de plata

MARÍA JOSÉ ARÉVALOS GUTIÉRREZ

Elzbieta Ficowska, nació en el gueto de Varsovia como Elizabeth Koppel, el 5 de enero de 1942. Su madre, Henia Rochman (Rohman) Kopel era una mujer joven, probablemente rozaba los 24 años cuando nació Elzbieta. Su padre, Izrael Hosef Kopel (Josek Koppel), era mucho más mayor que su esposa y originario de Nowy Dwor, una localidad cercana a Varsovia donde nacio el 15 de mayo de 1893. Izrael Josef Kopel era el hijo de Fajvel y Kopel Chana residentes en la ciudad de Varsovia. El abuelo materno de Elzbieta era Aron Pejsach Rohman, dueño de una curtiembre en Wolomin, un pueblo cerca de Varsovia. Su padre también fue dueño de una curtiduría en la misma ciudad. Toda esta información fue reunida por Elzbieta, en los últimos años por un acuerdo de arrendamiento de la curtiduría existente entre Izrael Jozef Kopel y el señor Bischoff, además reclutó los restantes testimonios a través de su niñera polaca, su madre polaca, y su tío abuelo materno que emigró a los EE.UU. antes de la Segunda Guerra Mundial.

Zegota, fue un movimiento clandestino polaco también conocido como el Consejo para la Ayuda a los Judíos. En la vida de Elzbieta, dicha organización desempeñó un papel importante. En ella trabajaba Irena Senlerowa (Jolanta), (conocida como Irene Sendler, nota del edit), una trabajadora social y jefa de la sección infantil, que con su labor ayudó a evacuar a más de 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia. Estos se encontraban sin ayuda condenados a una muerta indudable. Los pequeños fueron escondidos en los orfanatos, conventos, escuelas, hospitales y viviendas particulares, proporcionándole una identidad nueva, quedando cuidadosamente recogidos los nombres originales a través de unos códigos que solo ella entendía. Así, podrían lograr los familiares sobrevivientes del gueto encontrar a los niños una vez finalizada la guerra. Arrestada y condenada por la Gestapo en el otoño de 1943, Senlerowa fue condenado a muerte, pero la organización Zegota la rescató antes de la ejecución. Ella asumió una nueva identidad y continuó su trabajo en la clandestinidad.

Elzbieta fue uno de los tantos niños que fueron salvados del gueto de Varsovia. Contaba cinco meses cuando una colaboradora de Sendler le suministró un narcótico y la metió en una caja de madera con agujeros para que entrara el aire. Él bebe fue sacada del gueto en un carro tirado por un caballo, junto con un cargamento de ladrillos, manejado por el hermanastro de su madre que era constructor y contaba con un permiso para entrar en el gueto. En la caja con ella iba una cuchara de plata con el nombre grabado “Elzunia” y su fecha de nacimiento: 5 de enero de 1942. A partir de ese momento comenzó para ella una feliz y, como se vio después, una vida segura.

Inicialmente fue colocada temporalmente con Stanislawa Bussold, una viuda de 60 años de edad y partera de profesión. Stanislawa decidió mantener al bebé, después de tener conocimiento sobre el estado de salud de la mujer seleccionada que efectuaría la larga acogida de la pequeña. Esta sufría como tantas otras personas por aquella época de tuberculosis.

Esta partera diligente ayudaba a las mujeres judías en el momento del alumbramiento, al igual que en la colocación de los niños con las familias polacas. Pasado un corto tiempo y por temor a la curiosidad excesiva de sus vecinos, Stanislawa contrato a una niñera, Janina Beciak, y la envió con Elzbieta a la localidad cercana a Varsovia, Michalin. Hasta hoy, Ficowska dice que la fallecida Bussold fue su “madre polaca”, para distinguirla de su “madre judía”. Durante meses, la madre de Elzunia, Henia Rohman, llamaba por teléfono para  escuchar  los balbuceos de su hija y asegurarse que se encontraba en buen estado. Poco después, ella y su marido perecieron en el gueto.

La niñera y Elzbieta se ubicaban a diario cerca del camino por donde transcurría el abuelo, Aaron Pejsach Rochman, de la pequeña cuando se dirigía fuera del gueto escoltado por los alemanes para realizar el trabajo forzado. Ella fue quien le comunico que la criatura iba a ser bautizada. El abuelo le preparo un traje blanco y una pequeña cruz de oro, que le fue entregada. Muchos años después, recordaba Janina las palabras del abuelo sollozante: “Elzunia jamás volverá a ser nuestra”.

Elzbieta se crió en la casa de su madre polaca, cuando a la edad de 17 años empezó a hacer preguntas. Los hechos salieron lentamente, y Elzbieta fue incorporando la información recién aprendida en su vida. Hoy en día está casada con un escritor de renombre polaco, Jerzy Ficowski y es madre de dos hijos. En la entrega de unos premios, Elzbieta tomo la palabra y declaro: “En vista de la indiferencia actual, el ejemplo de Irena Sendlerowa es muy importante. Ella es como una madre para mí y para muchos de los niños rescatados”.

Éstas eran las palabras de una mujer, que de lo único que tenía certeza era que había nacido en el gueto, y cuyo certificado de nacimiento era una cuchara de plata donde figuraba una grabación con su nombre y fecha de nacimiento. Por lo demás, todo es incierto. Por ello se dedica a recabar la máxima información posible, a través de aquellas personas que aun guardan algún recuerdo de aquella época. A pesar del tiempo transcurrido, “no puedo abandonar la esperanza, de que alguien guarde una foto de mis padres. Tal vez esa persona no sepa que esos son mis padres, e igualmente sigo cualquier rastro por todo el mundo. He visto tantas fotos de judíos sin nombres en películas alemanas antiguas. A veces sucumbo en la ilusión, de que alguien reconozca a mis seres queridos, aunque me consta que eso es algo imposible”.

Una mujer, que a pesar de saber quién es continúa luchando por conocer más de sus raíces familiares. Es evidente, que el ser humano necesita conocer su procedencia para transmitir aunque sea únicamente de manera oral la historia familiar a sus descendientes. En el caso de los niños del Holocausto, este derecho se le fue robado a pesar de llamarse afortunados por haber escapado de la muerte. Otros no lo lograron y se les arrebato la vida por ser únicamente judíos, ya que no tenían la edad ni razón para haber cometido algún delito.

 

 

 

 

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