El escenario: Francia, siglo XXI. El caso: el de uno de los más famosos modistos del orbe, quien olvidó,
entregado, al parecer, a la borrachera, un refrán del rico y atinado acerbo de los judíos de Sefarad, que incluso
por su efectividad y permanencia, ha perneado a los medios, y que dice: literalmente: “Antes de embirarte cuenta
asta sien”, o sea “ Antes de que la rabia te invade, cuenta hasta cien” –lo que, entre paréntesis resultaría mucho pedira quien está en estado inconveniente: alcoholizado o metido en drogas-. Refranes sobran para quienes pierden los estribos y a tontas y a locas liberan su inconsciente. Por supuesto que pidió excusas a quien echó en cara, valga la redundancia ser poseedor de “una sucia cara de judío.” Una opinión entre visceral o medieval, diría alguien.
Aún se desconoce la suerte del británico quien en febrero protagonizó , aseveran los diarios, “donde hizo
comentarios antisemitas” en el café parisino La Perle. Según el Dailly Mail tras el altercado se refugió en una clínica de Arizona a la que acuden famosos para liberarse de sus adicciones. También entre paréntesis, su actual defensora alegará en el juicio “dependencia a alas drogas y al alcohol.”
Consciente de su situación, presento sus excusas sin reservas por su conducta. “en nuestra sociedad –aseveró- el
antisemitismo y el racismo no tienen sitio.En su caso, un caso, sin duda muy sonado, las opiniones se dividen: para algunos “Galliano no es un admirador de Hitler ni antisemita.” Tan sólo un “hombre con problemas.” Para su colega, el francés Jean Paul Gaultier “Todo lo que él ha hecho hasta ahora muestra que no es racista. Es triste –agrega- porque tiene mucho talento.”
Ahora, rescataré el “Caso Dreyfus”. El escenario: Francia, siglo XIX. Dreyfus un capitán nacido judío,
devoto a su suelo natal es víctima de escándalo. Los diarios del orbe entero denuncian al traidor. Un periodista
austro-húngaro, no muy arraigado a sus raíces judías, sale en defensa del judío de quien todo el mundo sospecha.
Por ser judío se le acusa de alta traición, a pesar de sus servicios a su Madre Patria: la Francia igualitaria, para quien no hay diferencias ni prejuicios. El fin de la historia es para todos conocidas. Incluso para el eminente literato E.Zola, quien con su flamígero Yo Acuso salió en defensa de un compatriota en quien, sin duda, no buscó rasgos judíos, ni físicos ni espirituales. Simplemente se atrevió a defender a quien sufría una injusta condena en la temible Isla del Diablo , una tumba segura para sus habitantes forzados, penitenciados o no.
En aquella época, al judío Herzl le quitaba el sueño, valga de nuevo la redundancia, un sueño añejo: una patria para los judíos dispersos, y por ende, atacados, vilipendiados, humillados e incluso masacrados en nombre de la religión o de la economía. O en el caso de Dreyfus, para exonerar al verdadero culpable y con el perfecto “chivo expiatorio” a la mano: un judío. Uganda, Birobidyan. Hertzl profetizó que en no más de cincuenta años el judío gozaría de una patria. Nació el Sionismo en Basilea, donde un museo avala el derrotero de los amantes de Sión; de los amantes de sus correligionarios a quienes deseaban mejor suerte.
Hoy día, para nuestra fortuna, los judíos del orbe gozamos con una Mediná, una patria para los judíos, donde el
judío no tiene que bajar la cabeza ni ser rebajado. Por supuesto que a costa de constantes sacrificios humanos. El
tener una Mediná, respalda al judío frente a todos los “Gallianos”, fuera de sus cabales o no-. Sin embargo, no hay que minimizar el problema: donde hay un judío hay un posible antisemita. Afirmo, en el mundo de lo posible, puede haberlo. Dejando de lado una posible paranoia, una oleada de judíos franceses han buscado en la Mediná un
refugio temporal o permanente. ¿Qué tanto será cierto –como algunos afirman- que en la Francia actual el racismo el antisemitismo son fenómenos cotidianos? Infamantes, agregamos. El lado optimista, aún desconociendo, la suerte de Galliano en la corte francesa, es que hoy día, el “Yo acuso” está vigente, no ha muerto, ni se ha evaporado. Es un “Yo acuso” que, por lo menos, posibilita el encuentro cara a cara –esa es la clave de este ensayo- del ofensor con el ofendido. Ojalá y no se inculpe tan sólo a las adicciones y el modisto británico, salga en andas –como héroe nacional- del Palacio de Justicia. Mal nos veríamos.
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