ESTHER SHABOT/TRIBUNA ISRAELITA
Larga ha sido la espera pero finalmente luego de 6 años, 4 meses y 16 días del asesinato del ex premier libanés Rafik Hariri junto con 21 personas más, el Tribunal Especial para Líbano (TEL) dependiente de la ONU ha presentado la acusación formal y la orden de arresto contra cuatro miembros del partido libanés chiíta Hezbolá. Uno de ellos, Mustafá Badreddine, es cuñado de uno de los más importantes líderes militares del Hezbolá, Imad Mugniyeh, quien presuntamente fue asesinado hace tiempo por fuerzas israelíes. El TEL ha dado al sistema judicial libanés un plazo de 30 días para responder a la acusación y someter a juicio a los implicados. La primera respuesta de Hezbolá por medio de su vocero, el canal de televisión Al-Manar, fue de rechazo a las acusaciones a las que calificó de “politizadas”.
Pero es un hecho que Hezbolá se encuentra hoy en una situación extremadamente problemática. Hay que recordar que esta agrupación fue adueñándose de cada vez más poder en Líbano al grado de que en enero pasado consiguió derribar al gobierno en funciones encabezado por Saad Hariri, hijo del asesinado Rafik, para imponer en su lugar un nuevo gobierno con predominancia de sus representantes. El máximo líder del Hezbolá, el jeque Hassan Nasrallah ha calificado siempre al TEL como un mero instrumento de los intereses norteamericanos y sionistas pero aun así la acusación contra cuatro de sus miembros lo enfrenta ahora a una gravísima fractura nacional.
Dentro del mosaico étnico-religioso del país la mayoría de los cristianos, sunnitas y drusos gravitan alrededor de la Alianza 14 de marzo opuesta al Hezbolá, por lo que estos sectores están llamando al gobierno encabezado por el primer ministro Najib Mikati a responder positivamente a la demanda del TEL. El propio Saad Hariri, quien actualmente reside en París, describió lo que ocurre como “un momento histórico para Líbano” enfatizando que “el gabinete debe de cumplir con los compromisos asumidos ante el tribunal internacional sin escapar de sus responsabilidades”.
La confrontación se ha desatado así en el País de los Cedros ya que el gobierno de Mikati, representante esencial de los intereses de Hezbolá, considera que la unidad nacional es más importante que la justicia -y por tanto las demandas del TEL no deben acatarse sin más- mientras que sus muchos opositores afirman que sin justicia no hay manera de mantener la unidad nacional. Hezbolá y el gobierno en el que él predomina están así hoy en una difícil disyuntiva, agravada por un panorama regional que en los últimos meses no le ha sido favorable.
Hezbolá supo maniobrar durante mucho tiempo para imponerse en Líbano como la mayor fuerza política y militar del país. No obstante, su trayectoria lo mostró como una agrupación sectaria de intereses estrechos concernientes sólo al chiísmo libanés y contrarios a los de las mayorías no chiítas de Líbano mismo y del mundo árabe en general. Su abierta alianza con un país no árabe como Irán y su dependencia de Siria le han granjeado desconfianza y hostilidad de parte de la mayoría del mundo árabe el cual considera a Teherán como la más preocupante amenaza para la estabilidad y seguridad regionales.
No cabe duda que uno de los retos más graves enfrentados hoy por el Hezbolá proviene de la revuelta popular en curso en Siria. Damasco ha sido el vecino, aliado y protector de Hezbolá durante más de 30 años gracias a la mancuerna de colaboración establecida con el régimen de los Assad. Así, ahora que el jeque Nasrallah trata de defender y justificar las acciones asesinas de las fuerzas de seguridad sirias contra sus ciudadanos, el Hezbolá ha pasado a ser considerado en las calles árabes como una entidad aliada a las fuerzas más represivas y detestables de su entorno.
Por tanto, el actual dominio del Hezbolá en Líbano enfrenta varios desafíos ante los cuales es aún incierta su respuesta: la demanda del TEL de entregar y enjuiciar a los cuatro acusados del asesinato de Hariri y las repercusiones de esto en el balance de fuerzas local; las consecuencias del posible desplome del régimen sirio, su muy eficiente aliado a lo largo de décadas; y por último, el desprestigio que supone hoy para Hezbolá dentro del mundo árabe el ser socio de Irán, la amenaza más temida para la casi totalidad de los integrantes de dicho mundo.
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