¿De cuántos Méxicos hablamos?

ALAN FIGOT

México se enfrenta actualmente a un ahogo de violencia y delincuencia, situándose entre las naciones con índices elevados. El país, que se describe a sí mismo como caótico, se ve en desesperada necesidad de solucionar dichas causas que han conseguido deteriorar la vida de sus ciudadanos. La creación de colectividades, lo bastante pequeñas como para ser capaces de regirse por sí solas, sería una posibilidad considerable.

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La discriminación y la ignorancia fomentan estos conflictos; empujan hacia una disputa, en su mayoría insoluble, al buscar rechazar otras perspectivas como medio para lograr que las ideas propias subsistan forzosamente: la primera ocasiona una falta de comprensión ante la poca sensibilidad interpersonal; la segunda, no permite una correcta racionalización moral.
Los individuos agresivos se asocian a un perfil que los describe como seres impulsivos que se resisten al control, molestan intencionadamente y no dudan en culpar de todo a otras personas; rasgos que se traducen en gente de poca inteligencia, carentes de conciencia social.

Una persona se forma a partir de la educación, por lo cual los adolescentes son más influenciables, se encuentran en un periodo de definición de ideales a partir de lo que captan a través de sus facultades. Así, se debe mantener en mente que su percepción se relaciona directamente con el ambiente que los rodea: “Es un mecanismo físico, una disposición de materia que convierte los inputs en outputs de una forma determinada” (Pinker, 125). Hoy por hoy, México se enfrenta a circunstancias no favorables, entre ellas la insuficiencia de acercamiento entre individuos que se traduce en la impersonalidad que conllevan las acciones. Este escenario impide el objetivo de reemplazar el “ciclo de violencia” en el que nos encontramos, por una mentalidad de cooperación.

Comunidades con menor población permitirían concentrarse en principios éticos por los cuales orientarse, e impulsarlos. Sería factible además, considerando la particularidad de los seres violentos, distinguirlos. Pero más importante aun: preocuparse, de manera individual, por alcanzar una correcta formación de los adolescentes. De acuerdo a estas nociones resultaría efectivo ya que se volvería un proceso que acercaría a las personas, un tanto más personal. Además, con principios similares resulta más fácil coincidir, organizarse y desarrollar el crecimiento ético, económico y sin duda, personal.

El proceso para modificar a todo un país no es fácil, pues resulta de un menjunje de elementos que no pueden cambiarse de la noche a la mañana: ejercer rígidamente las leyes, desechar la corrupción y resolver la pobreza tan sólo sería el principio; sin embargo, ni siquiera puede decirse que esto podría lograrse respetando los valores morales de todos y asegurando un sistema funcional que no vuelva a caer en los mismos vicios.

Retomando la propuesta planteada, la creación de colectividades tendría la ventaja, no sólo de elegir entre bases morales, sino de establecer fuertes vínculos entre individuos, que traería consigo facilidades en momento de responsabilizarse por su propia comunidad. Ahora bien, a la comunidad judeo mexicana se le podría considerar como una de estas colectividades propuestas que se ha ido organizando de manera natural. El medio ya está. Sólo debe considerarse el provecho que traería impulsarnos unos a otros, el beneficio de nuevas ideas, el bien de compartir habilidades, de conjuntar potenciales.

TOMADO DEL LIBRO: IDEAS JÓVENES, REFLEXIONES Y PROPUESTAS EN TORNO A LA COMUNIDAD JUDÍA DE MÉXICO

Fuente:
Pinker, Steven. La tabla rasa. Web, 10 de septiembre, 2009.
https://www.scribd.com/doc/2297334/Steven-Pinker-La-tabla-rasa